Oneida Pinto y las identidades contingentes

Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*.

Un muy esclarecedor y puntual fallo del Consejo Superior de la Judicatura precisa y define para el país y para los estrados judiciales algo que para los guajiros no tenía duda: Oneida Rayeth Pinto Pérez no es wayuu ni tiene territorio ancestral indígena. Se necesitó que la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior indagara en los censos del resguardo 4 de noviembre y, específicamente, en la comunidad Rio de Janeiro, para concluir lo que todos los habitantes de Albania saben: que la autodenominada “Princesa”, nunca tuvo ni abuelos, ni padres, ni siquiera un “primo sanguaza” asentado en esa comunidad donde alguna autoridad manifloja expidió carta de naturaleza, similar a la falsedad con la que algún funcionario de la Secretaría de Asuntos Indígenas de la Gobernación de La Guajira, certificó que Pinto Pérez tenía su territorio ancestral en esa parcialidad que es un asentamiento de varias familias.

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Los medios regionales y nacionales destacaron la noticia como un duro revés para la ex gobernadora quien está prófuga y sobre quien recaen dos procesos penales por corrupción. La reciente identidad como wayuu de “One” surge como una audaz estrategia de defensa, que como algunos medios nacionales han postulado, viene de la mente maquiavélica del abogado de las causas torcidas Abelardo De La Espriella. No solo para Pinto, también sirvió para Cielo Redondo, ex alcaldesa de Uribia. Oneida tan arraigada a ancestros negroides de Tabaco, Calabacito y Los Remedios, tan afro como su parentela por padre y madre, como su esposo e hijos. Cielo, tan nutrida de savia negroide de Dibulla donde no se conoce un Redondo que no sea afrodescendiente. De pronto, las diseñadoras de mantas tuvieron alta demanda porque las dos se invistieron de “princesas wayuu”, aconsejadas por el bufet De La Espriella.

En el caso de Oneida, la idea era presentarla al país como una humilde indígena, aquella aguerrida mujer que, se atrevió a derrotar a las castas oligárquicas y sexistas, la que persiguen por ser mujer, indígena y humilde. La estrategia era llevar un caso penal de corrupción al terreno de la disputa simbólica de la discriminación de género y de las minorías étnicas. No funcionó esta vez, pero nos lleva a reflexionar de nuevo sobre el espinoso tema de las competencias para juzgar, pues lo que buscaba el equipo jurídico de Pinto era que no la procesara el sistema penal del Estado sino sus amigos wayuu que expidieron la falsa certificación de origen étnico. No es la primera vez, ya muchos guajiros con problemas penales, han buscado con afán un filón de adscripción indígena para evitar responder al país y someterse a un sistema legítimo, pero que no es punitivo, que en el que no hay cárcel, ni jueces, ni tribunales, ni a quien reparar porque ninguno va a “mandar la palabra”.

Esta práctica desesperada de “hacerse el indio”, nos lleva a las tesis de uno de los más leídos y respetados estudiosos de la posmodernidad, el ya extinto sociólogo polaco Zygmun Bauman, el mismo teórico de la modernidad líquida y la cultura moral del consumismo. Bauman nos habla de las identidades contingentes como la marca de la posmodernidad, si antes la identidad era vista como una esencia permanente, ahora es como algo que tenemos hoy, pero mañana la cambiamos. “One” ayer fue afro, hoy es wayuu, mañana de pronto quiera ser blanca como el “despielizado” Michael Jackson. La identidad antes era de hormigón, hoy parece del maleable icopor; ayer era adscriptiva y hoy adquirida según la conveniencia; antes sólida, ahora líquida.

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Estoy casi seguro que Oneida Pinto no conoce a Bauman y sus tesis, pero sus abogados y asesores de imagen si que saben cómo manipular los imaginarios y sacarle provecho a los limbos y atajos que la ley deja. Hay que entender que, cualquiera con tal de evitar un carcelazo, se juega todas las cartas, incluso, llegar al límite de cambiar su identidad étnica como quitarse una camisa y ponerse otra. El caso de Oneida Pinto, además de puntualizar que los delitos contra el Estado no se pueden domesticar con reparaciones mínimas a una pequeña parcialidad -como construir un aula o jagüey-, también desnuda que las identidades contingentes son otra forma de victimizarse y defenderse.

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