Tengo la tristeza larga

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Por Amylkar D. Acosta M. – Exministro de Minas y Energía y Miembro de número de la ACCE.

Como dice Piero en su famosa y cansina canción Mi viejo, siento la tristeza larga. Y no es para menos. Según el Ministerio de Salud el año anterior fallecieron en Colombia 43.213 personas a consecuencia del COVID-19; 1 de cada 10 decesos en Colombia obedecieron a esta pandemia y en los primeros 6 días del nuevo año ya ha cobrado 1.510 víctimas fatales más, para completar la aterradora cifra de los 44.723, de los cuales más de 550 corresponden a La Guajira (¡!).

Estas son las frías estadísticas, pero detrás de ellas está el drama humano para los familiares de quienes pasan sus últimas horas en total estado de aislamiento, de soledad, para después ser sepultados en volandas, porque así lo exige el protocolo de seguridad, sin que se puedan velar, sin exequias siquiera. Todo ello aumenta exponencialmente el dolor de sus deudos, quienes quedan con una especie de duelo inconcluso.

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Pues bien, hasta hace apenas un mes, en mi pueblo Monguí estábamos de plácemes y nos ufanábamos de que hasta allá, la tierra del Orejero y el Corazón fino, sus dos árboles tutelares, gracias a los buenos oficios de Santa Rita de Casia, nuestra Patrona, la de las causas desesperadas y las situaciones difíciles, no había llegado el coronavirus. Hasta que un día cualquiera, sin vísperas, resultó contagiado el primo Andrés Vicente Acosta Hernández y no tuvo remedio, convirtiéndose en el primer fallecimiento a consecuencia de la COVID-19 en la tierra del Dulce de leche, llevándose a un trabajador infatigable, como el que más, afable, querido tanto por sus familiares como por sus amigos. Su muerte ensombreció la Navidad para el pueblo y la familia, que son una y la misma cosa y apagó su celebración. Con ella cundió el pánico y la incertidumbre de sólo pensar que él podía ser sólo el primero.

A poco andar, tuvimos la ingrata noticia de que otro primo, esta vez Edgar Acosta Romero, se había visto “pringado” por el bicho del nuevo Coronavirus SARS -CoV2 portador de la COVID – 19. Pensando con el deseo, aspirábamos a que el pudiera sortear con éxito este trance tan difícil, pero en los planes de Dios estaba prevista su partida. Nunca lo presagiamos porque sus designios son inescrutables, además de que, como dice el Génesis, él escribe derecho en líneas curvas, haciéndo ininteligible para los mortales sus mensajes.

Con Edgar Acosta se nos va el familiar, el amigo, el Custodio de Santa Rita, la chiquita, la milagrosa, que mi memoria remota me da cuenta de que estuvo inicialmente en manos de uno de nuestro mayores, Manuel María Aguirre, pasó por las manos de la centenaria Prudencia Fuentes Atencio, Pule, que acaba de fallecer recientemente y últimamente en manos de él, el primero de sus devotos, quien le organizaba la celebración de su fiesta todos los años y se aferró a ella hasta el final de sus días.

En ausencia del primo Edgar el Festival del dulce de leche, el festejo de la fiesta patronal de Santa Rita y las fiestas carnestoléndicas de mi pueblo no volverán a ser las de antes, pues él era su gran animador y patrocinador, contagiando con su entusiasmo a propios y a visitantes, con quienes hacía gala de su hospitalidad, ya que era un anfitrión inigualable.

Edgar, Ingeniero de profesión, se caracterizó por ser el empresario de la familia, junto con su socio y cuñado Juan Bautista Bermúdez fundaron la sociedad de transporte Sotranucha, uno de los primeros emprendimientos en su género en La guajira y por muchos años le prestaron el servicio de transporte a la empresa El Cerrejón. Posteriormente, le dio vida a otra empresa de transporte, esta vez Relatur, apostándole a la prestación del servicio de transporte escolar en la región.

Su espíritu cívico y su vocación de servicio lo llevaron a ocupar un escaño en el Concejo del Distrito de Riohacha en representación del Partido Conservador. Posteriormente, en el año 1997 aspiró sin suerte a la Alcaldía de la capital y desde entonces se dedicó a la empresa privada. Con su deceso Monguí pierde a uno de sus más preclaros hijos y la cepa de nuestro tronco familiar a uno de sus vástagos más destacados. En el curso de sólo diecisiete días Tío Tomás Eugenio ha recibido a dos de sus hijos para que estén a su lado en torno al Señor, como siempre lo estuvieron mientras el vivió.

Lo despedimos, conturbados como estamos, contritos, con el corazón en la mano y la tristeza que nos embarga, pero confiando en que Dios le tiene reservado un lugar de privilegio, como dice la canción religiosa Allá donde tú estás, en “ese bello lugar que es el Cielo, donde todos los buenos descansan” y, además, en “ese lugar que no es de sombras”, todo es esplendor para el espíritu, una vez que este se separa del cuerpo que le sirvió de morada inútil después de su muerte, para gozar de la Gloria eterna de Dios, nuestro Padre.

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