La profe Bélgica en Crónicas de Viernes Cultural

Por Miler Sierra Robles.

En la segunda mitad del siglo XX se vivió un cambio de paradigma en la plástica guajira que fue posible gracias a una precursora del arte moderno en Riohacha: Bélgica Quintana de Márquez. En ese momento eran escasas las figuras en la pintura local, del primitivismo indígena quedaba poco y  se carecía de propuestas novedosas que retaran al obsoleto realismo. Bélgica irrumpió en el movimiento artístico riohachero y junto a su esposo se encargó de formar y de procrear los nuevos artistas de esta ciudad que se despegaba de lo rural para estrenarse en el mundo urbano.

“Yo nací aquí, en Riohacha, en la que anteriormente era la Calle Guamaca. Soy de origen africano por mi mamá. Ella era una señora prácticamente analfabeta, pero cantaba muy bonito y recitaba, se sabía muchos poemas”. Así inició nuestra más reciente conversación personal; fue ya adentrada la pandemia, ella en su casa y yo en la mía, pues sus 83 abriles exigen ser más estrictos en el autocuidado. Ya no se nos permite el lujo de hablar cara a cara, pero califico este encuentro virtual como una conversación personal por la calidez del diálogo y la cercanía del ambiente. Ella estaba en su patio que es, al tiempo, su jardín; es su espacio para el ocio, allí se inspira y cultiva sus matas; usando ollas viejas y baldes rotos como macetas en las que florecen las begonias de Gabo, rodeadas de Coralitos, lluvias de oro y pencas de Maguey.

Fue ese día que tuve mi tercera versión de quién era esta anciana risueña y morena con ese cuello tan delgado y un peinado tan llamativo que se me asemeja a la reina Nefertiti. La primera versión, algo distorsionada, fue cuando cursaba mis estudios de bachillerato en el Liceo Padilla y llegó mi nueva profesora de Educación Estética, la seño Bélgica. Recuerdo que, en ese entonces, mis compañeros se quejaban porque la docente era ella y no el maestro Antonio Márquez, su esposo, quien gozaba de mayor fama por sus reconocidos cuadros de paisajes guajiros, los cuales yo copiaba fielmente para obtener las mejores calificaciones, así que veía a la seño como una noble y tranquila sombra de su esposo, bastante equivocado estaba yo.

La segunda Bélgica que conocí fue la poeta, la autora de ‘En la edad de mi sombra’ y otros poemarios. Al respecto me decía “Siempre me gustaba escribir versitos, con frecuencia, tenía muy buena redacción y como que me gustaba mucho el amor, porque eran siempre versitos de amor”. Así se refiere a sus poemas cargados de poderosas imágenes en las que “el pasado rumia lo que se marchitó y pide el aroma”. Fue una alumna destacada del grupo literario ‘El Solar’ y regó sus versos por La Guajira en diversas publicaciones.

Solo hasta aquella calurosa tarde de junio, que ella en su patio me contó de su retorno a Riohacha, conocí a la tercera, la versión real de Bélgica. Ella venía de educarse en Cartagena y Bogotá, en la universidad Jorge Tadeo Lozano, cuando conoció a Antonio Márquez Carreño y se enamoró de él; un joven wayuu que, gracias a su talento con el lápiz y el pincel, trabajaba en el teatro Aurora pintando los carteles de cada premier. Márquez se inspiraba retratando los paisajes cotidianos de su etnia wayuu, con los que empezaba a forjarse un nombre. Bélgica, en cambio, regresaba a su tierra después de vivir en un entorno distinto. “Yo venía de una ciudad donde comenzaba otro mundo en la pintura, estaba Marta Traba, que era la crítica, y otros profesores de la Universidad. Como estudiantes recorríamos las exposiciones, los profesores nos llevaban a apreciar muestras en las que nos admirábamos con obras diferentes y así me fui metiendo en el mundo de las artes modernas”.

“Me enamoro de él, porque tiene el arte a flor de piel…”

Ya enamorados y próximos a contraer matrimonio, Bélgica hace todo lo posible para motivar a Márquez y convertirlo en el motor de su revolución, lo animó para que organizara su primera exposición que era, de hecho, la primera muestra de artes plásticas que se realizaba en Riohacha. La cantidad de obras era abundante, él acostumbraba tenerlas tiradas en el piso, amontonadas las unas sobre las otras. Antes de casarse, Bélgica quería que se supiera lo gran artista que era su hombre, pero también quería que Riohacha aprendiera valorar el arte y asimilar las nuevas tendencias que hace rato sucedían en otras latitudes.

“Me propuse sacar a Riohacha del anonimato en que estaba en la cuestión de las artes plásticas, por eso fui la ayuda idónea de mi esposo, Antonio Márquez, aunque él no tenía la misma visión que yo. Después de eso lo motivé a renunciar del teatro Aurora y dedicarse enteramente a las artes. Fue cuando montó el primer taller de artes plásticas aquí; También montamos la escuela, yo le dije: hay que hacer una escuela aquí en Riohacha”. De ese modo, Bélgica contribuyó a que La Guajira conociera al gran artista que fue Antonio Márquez Carreño, pero no se quedó ahí, su rol de artista rebelde avanzaba a la par de su contribución a las artes desde la pedagogía, y es aquí donde radica su gran contribución: La evolución de las artes en La Guajira fue posible gracias a su visión crítica y su espíritu revolucionario. Así nació Artes Márquez; en el taller se realizaban cuadros, esculturas y piezas publicitarias; en la escuela se formaban niños y jóvenes interesados en el arte, los cuales llegaban generalmente por ser alumnos destacados de la profe en diversas instituciones educativas.

“Yo no me puedo quejar, personalmente me propuse dejar huellas aquí en el departamento. Aquí todo el mundo era dedicado a las artes pero desde el realismo. Yo, en cambio, tenía otra visión. ¿Entonces qué? ¿Me iba a venir de allá para acá a seguir con lo mismo? ¡No!. Entonces rompí y fui la primera que expuse en Riohacha las artes modernas, porque aquí todo el mundo pintaba el arbolito, la florecita, solo figurativismo; entonces yo dije: No, aquí hay que dar a conocer que las artes plásticas son mucho más que eso. Gracias a haberme salido de ese nicho y meterme en todas las brechas del arte, mi obra se expuso incluso en el Salón Nacional de Artistas.

Pero aun ni así era suficiente, a la par de todo esto, Bélgica gestaba otro proceso formativo, el de sus propios hijos; a través de los años se encargó de incentivar en cada uno la sensibilidad artística que les venía por doble vía y orientarlos, impulsarlos para que encontraran su propio estilo. Hoy, con satisfacción puede ver el resultado de su esfuerzo y confiar en que ellos son ahora los encargados de garantizar que la estirpe de los Márquez continúe a través de los tiempos como una dinastía artística en las artes plásticas, musicales y literarias.

“Yo lo que quería era dejar huellas en el departamento, quería dejar huella y ya, gracias al Señor, se me dio la oportunidad de hacerlo porque también enseñamos en la escuela de dibujo y pintura, que fue fundada por nosotros, impulsada por mí, y eso fue una labor muy grande porque hay muchos muchachos que se encarrilaron por el arte y que, aún hoy, agradecen esa luz que les dimos. Eso era muy grande para nosotros; para mí es muy grande. Cuando me dicen Seño, yo me siento contenta, feliz, por haber puesto ese granito de arena aquí, en el departamento de La Guajira, con mi esposo Antonio Márquez.

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