Los fantasmas de enero

Por Vizo Arcieri.

El primero de enero había una sensación de desolación que se extendía por la inmensidad de las calles y vecindarios de la ciudad de mar y río. A las 7 de la noche, dos amigos solitarios de un sector cercano al barrio San Blas desafiaban, en una esquina, a las brisas heladas que provenían, con fuerza, desde las orillas inquietas del río Magdalena. Sin hablarse, acurrucados en el pretil como dos momias, fumaban marihuana viendo la carrera 38 silenciosa, por donde flotaban, como fantasmas lánguidos, bolsas blancas de plástico que se deprendían de los cubos de basura saturados del sector y que los vientos de diciembre y año nuevo las hacían ir y volver a su antojo por los aires.

A ellos nadie los esperaba en ninguna parte. Mucho menos las tres mujeres altas y elegantes, vestidas de trajes negros, cortos y estrambóticos, con joyas de oropel y carteras viejas de fiesta, que estaban más allá de donde los fumadores, en otra esquina del vecino barrio de Chiquinquirá. Eran otras solitarias, encopetadas, con pelucas sostenidas con laca, los labios brillantes de fresa, que esperaban ser mordidos por amores desconocidos de dinero, para medio pasar los nuevos días de enero con algo para vivir.

Entre las penumbras de la noche y el sector mal iluminado era difícil saber que aquellas eran mujeres transexuales. Los fumadores de más allá sí tenían conocimiento. Pero no les importaba. Eran habitantes, como ellos, de las calles abandonadas a esa hora por los otros seres de la gran ciudad. Y ese era su lugar y su tiempo, el de la noche y la soledad, sin miradas de condena. Tiempo que no había cambiado, a pesar de que se estaba estrenando un nuevo año. Para ellos, era lo mismo. Una noche corriente. Estos, envueltos en sus nubes sagradas de su humo perfumado; y, ellas, con las caras pintadas y en tacones elevados de diosas pecaminosas, protegidas por las sombras de la ausencia.

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No había nadie más en las calles. Por aquí, ni por allá. Eran San Blas y Chiquinquirá unos sectores sombríos en un primero de enero, del nuevo 2021. Una noche antes, la última del año que se iba, también hubo pocos seres afuera de sus casas por otros vecindarios de la ciudad. Más allá, más cerca del río, en otros barrios de autos en las puertas de las residencias y rejas en los jardines, donde se asoman los mendigos a pedir un bocado, algunos perros sin dueño, asustados por la melancolía que reinaba, ladraban quejumbrosos mirando a la luna que parecía más cerca de la tierra que ninguna otra luna de un 31 de diciembre y que algunos pocos no tuvieron más remedio que contemplarla estupefactos para tratar de entender la tristeza que imperaba en un mundo en pandemia y asustados como si fuera el final de los días.

Había escasos foquitos y farolas de colores adornando los amplios jardines de las zonas de opulencia. Las puertas de estos caserones estaban selladas como si nadie habitara más allá de ellas. O como si todos se hubieran escapado a otras dimensiones, tratando de burlar a la muerte. No había rostros sonrientes asomados a las ventanas como en otras épocas. No llegaban a los tímpanos las ráfagas de música navideña y de nuevo año que por esta época abolían al silencio. Era un abandono distinto al de otros 31 de diciembre, cuando la gente corría para llegar a su casa y esperar las doce de la medianoche. Después se venía el río de vecinos abrazándose unos a otros, en medio de truenos de pólvora y bocinas de automóviles. Y las canciones de año nuevo, vida nueva. Y las copas en alto y el atragantamiento de las uvas y las risas. Esta vez, los ojos lucían lánguidos, unos se humedecían por las lágrimas, otros parecían no entender lo que pasaba. Fueron muchos ojos sin brillo encima de tapabocas que parecían murallas, impenetrables a todo, aunque a lo único que no podían contener era al amor que se las inventaba para saltar las barreras.

Al poco tiempo, en el inicio de la madrugada, la luna volvió a quedarse sola con sus luceros. Unos y otros ya no amanecieron libando licor como en otras ocasiones. Los equipos de sonido, en muchos casos, se apagaron temprano. Había poco qué celebrar. Y empezó la nueva historia del 2021.

El 6 de enero, a las 10 de la noche, Baltazar, Melchor y Gaspar iban de vuelta, en camino a la caja de cartón que los guardó casi por un año en el cuarto de San Alejo. Cupieron con ellos un burro manso y dos ovejas que pastaron por varios días en los alrededores del pesebre donde Jesús volvió a ver la luz del día, como lo viene haciendo hace más de dos mil años…Y la sala de la casa volvió a quedar sola, envuelta en el vacío que dejan los visitantes cuando, después de una temporada, se despiden de uno desde la puerta de la calle y dan la vuelta.

Tres días después, el sábado 9 de enero, a las 2 de la tarde, las garzas empezaron un regreso prematuro a sus mangles; unas aves negras de alas largas se juntaron en el cielo y realizaron lentas danzas en círculos, y todo, al rato, se volvió gris. Llovió.

Y otra vez, volvió el silencio.

Enero 9 del 2021
En los tiempos del fin del mundo.

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