Las “caseteras”, las “groupies” del vallenato  


Por Abel Medina Sierra 


De Sinatra a los Beatles 

La experiencia nos ha enseñado que los músicos entran en ese selecto grupo de hombres que más despiertan atracción del sexo femenino.  Al margen de su buena apariencia, el músico encarna tanto poder simbólico, imagen positiva y carismática, atracción escénica que le permite ganarle la partida a cualquier otro hombre a la hora de que las mujeres se les “desgranen como la mazorca”. 

Según periodistas como Sabino Méndez, el fenómeno groupy nació con Frank Sinatra en los años 50, cuando miríadas de chicas que ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad, exacerbaban sus conductas emotivas antes proscritas en público para disputarse un encuentro muy pasional con el famoso cantante. Fueron llamadas “bobby soxers” porque aún vestían calcetines infantiles cortos que usaban con tenis. 

Con la beatlemanía, el desenfreno de los 60, la contracultura y la juvenilización de la música, el fenómeno llegó a ser más visible, descontrolado y desinhibido. Incluso, algunas groupies se volvieron celebridades, pues siempre estaban cerca de sus ídolos, eran expertas en sus secretos artísticos y personales; damas de compañía, asistentes, enfermeras, consoladoras y hasta confidentes de las estrellas. “La groupie de los 60 es una mujer que no solo quiere acostarse con el músico, sino compartir su vida libre y utópica y su mundo de creatividad” escribió Méndez para La razón de España.  

También hubo groupies masculinos, aunque menos incisivos en su acoso a los ídolos. Aunque, el movimiento “Me too” y colectivos feministas han tratado de arrancarle a las groupies confesiones para imputar a las grandes estrellas del rock, el pop y músicas urbanas contemporáneas, ellas han sostenido que, en ese caso, las acosadoras eran ellas. Pamela   Des Barres, una de las más icónicas groupy lo explicó así: “El ambiente del cine siempre fue muy distinto al del rock & roll. Las groupies deseábamos estar con nuestros ídolos, esa era nuestra única pretensión, no esperábamos nada a cambio, como mucho, tener el privilegio de estar detrás del escenario… a diferencia de las actrices de Hollywood… En resumen, éramos muy felices”.    

De las groupies a las caseteras

Si trasladamos el fenómeno al contexto vallenato, mucho ha cambiado desde que Alejo Durán o Luis Enrique Martínez conocía una muchacha que se enamoraba de su canto silvestres y la magia que sus dedos extraían de un novedoso acordeón en cualquier pueblo de la región. A veces, en la misma noche “se la sacaba” a escondidas de los padres, vivía con ella por un tiempo antes de buscar un nuevo nido. Ahora las cosas son más fáciles, se trata de “mango bajito” para las vedettes de la nueva ola.  

El periodista Alberto Salcedo Ramos ha sido el único quien se ha atrevido a hablar de las “caseteras”, esa modalidad criolla de “groupies” como se les llama a las mujeres que asedian, siguen y prácticamente, se les regalan a los rockeros.   Una “groupie”,   es una mujer que busca por todos los medios intimidad emocional y sexual con un músico famoso, aunque el término también se aplica a una joven admiradora de un determinado cantante o grupo musical, a los que sigue incondicionalmente. 

Nuestras “caseteras” al igual que las ‘groupies’, son chicas que van de concierto en concierto, peleando codo a codo con el personal de seguridad para “colarse” en la tarima o lo más cerca de ella. Están pendientes del itinerario de los grandes intérpretes, de dónde se aloja  antes y después de cada presentación para buscar un contacto personalizado. Guiños, besitos, pañuelos y hasta panties lanzados, recados con los demás integrantes del grupo musical, hacen parte del arsenal de argumentos con los que estas agraciadas muchachas buscan tener “así sea un ratico”, “así sea un besito” de Silvestre, Peter, Elder Dayán o Beto Zabaleta.   

El máximo trofeo para una “casetera” es lograr una noche de cama o quedar embarazada de su ídolo, es como untarse de polvo de estrellas y exhibir un lauro codiciado de su gran gesta de conquista. Luego de lograr citas con ídolos musicales, estas “dedicadas” amazonas, se jactan de esto en reuniones con sus amistades. 

Joaquín Guillén, mánager de uno de las más apetecidas presas de las caseteras como lo fue Diomedes Díaz, las llama despectivamente “bandidas de casetas” en declaraciones a Alberto Salcedo, a quien ayuda a definir el perfil de este nuevo actor, antes invisible, en el mundo musical del vallenato.  “Se conocen a leguas” dice el guacharaquero Jesualdo Uztáriz en la misma crónica “La eterna parranda” dedicada el Cacique de La Junta quien, entre caseteras y mujeres de mejor reputación, logró “encajar” casi treinta hijos a sus seguidoras.   

Salcedo recrea así su faena de pesca “buscando  intérprete”: “Cuando ya están apostadas frente a la tarima comienza un juego de miradas, de señales. Cada gesto es una promesa, cada movimiento del cuerpo es una invitación. Las más insolentes se desvisten, en parte para reafirmar sus intenciones y en parte para certificar que poseen los suficientes encantos como para ganarse el premio mayor. El cantante, allá arriba de la tarima, se mantiene alerta. Escruta el panorama, sopesa cada oferta. En cuanto decide cuál es la mujer con la que quiere amanecer se lo comunica a alguno de sus asistentes operativos. El empleado de marras debe acercarse disimuladamente a la elegida para informarle en qué hotel se aloja el jefe”.

Del mango alto al bajito

No sobra decir que para las “caseteras, el premio mayor lo constituye el cantante, pero si las cosas no funcionan u otra le gana la disputa, existen “premios de consolación” que van desde el acordeonero hasta el utilero. En fin, si los intérpretes del vallenato se han vanagloriado de ser unos auténticos “gavilanes” capaces de cazar las mejores “pollitas” y “palomas”, llegaron los tiempos en que no tienen que extender tanto las garras ni volar tan lejos de la tarima, pues cerca habrá siempre una joven de pocos escrúpulos y generosa sonrisa horizontal y vertical, ansiosa por tener un lance amoroso con estos “galanes”. Lo que pasa con estas jóvenes parece darle razón el viejo “Mile” Zuleta quien llegó a decir sobre algunas féminas: “la mujer ahora es mango bajito”.       

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