Por Abel Medina Sierra – Investigador Cultural*.
Los tiempos posmodernos con su carga imperiosa de postverdades, con la viralización de las fake news, con la falsa redención de la ultraderecha, los gobiernos autoritarios, xenófobos y megalómanos, también nos están imponiendo como moda, le retoma de una doctrina de vieja data, pero, que se nos presenta ahora remozada y hasta seductora para políticos del mundo: el negacionismo. A tal punto que, se convierte en una moda en la que se dejan arrastrar no solo políticos sino muchos periodistas serviles a sus patrones y hasta académicos.
El mundo tiene en la actualidad, como principal apóstol del neo-negacionismo al presidente de los Estados Unidos Donald Trump, al que le siguen epígonos como Erdogan en Turquía, Scott Morrinson en Australia, Bolsonaro en Brasil y nuestro Iván Duque en Colombia. No se trata de una postura nueva, sino de una tendencia a reciclar del “négationnisme” francés de mitad del siglo pasado y que tuvo en Paul Rassinier su precursor. Llamado por algunos como “revisionismo”, se trata de una corriente de pensamiento que, inicialmente trató de atenuar la barbarie del holocausto nazi. Una especie de “no fueron tantos”, con la que estos antisemitas y anticomunistas manipularon las cifras para negar la más grande infamia de la humanidad.
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Últimamente, se ha extendido y promovido una modalidad de negacionismo ambiental. La misma de Trump que se niega a firmar cualquier pacto que reduzca el cambio climático, efecto invernadero, el fracking y hasta el desarme nuclear y ciudadano. “Pura basura” llama a los estudios académicos, de los cuales el 97% publicados desde 1991 alertan sobre la inminencia de desastres naturales por estas causas. En esa línea se hizo famoso el programa de la televisión estadounidense presentado por los magos Penn y Teller llamado “Bullshit” (“Pura mierda”). Es que como lo denuncia el portal “Ethic”, 91 organizaciones de escépticos y negacionistas frente al cambio climático recibieron recientemente 558 millones de dólares de donaciones privadas que vienen de las grandes industrias: una moda que se impone impulsada por un músculo financiero poderoso y criminal.
Además de Trump, Morrinson hoy carga con la culpa por haber negado el riesgo de incendios en Australia, lo que devastó gran parte del país con millones de animales, plantas y muchas vidas humanas. Bolsonaro les restó importancia a los incendios en la amazonía y en Colombia, Duque le sigue apostando al fracking y a la fumigación con glifosato en una contumaz actitud de negacionismo y desestimando los riesgos y conceptos científicos.
En Colombia hay todo un listado de verdaderas “joyitas” del negacionismo y están alineados en la extrema derecha, en especial en el partido de gobierno Centro Democrático y sus aliados conservadores. Está el tristemente célebre ex ministro de defensa Botero para quien es paja que exista un exterminio sistemático de líderes sociales, pues a muchos los han matado es por líos de faldas. Para la senadora María Fernanda Cabal no hubo la tal masacre de las bananeras sino una fábula más de García Márquez. El actual diplomático ultra godo Alejandro Ordóñez, en ejercicio del cargo de Procurador, negó que en Colombia hubo despojo de tierra, y reconoce en los que se quedaron con tierras de los campesinos unos “poseedores de buena fe”.
Pero la fresa del pastel fue lo que ocurrió hace apenas pocos días. A Colombia se le negó la membresía para la Coalición Internacional de sitios de conciencia, la más importante y prestigiosa red de memoria del mundo a la que pertenecía, hasta ahora, el Centro Nacional de Memoria Histórica. Esto se veía venir desde que el presidente Duque nombrara como director del Centro a un confeso negacionista, Rubén Darío Acevedo. Nombrar en un centro de memoria que recoge las evidencias de conflicto armado a alguien para quien nunca hubo conflicto es de mayúscula insensatez o mala intención, creo más en la segunda. A Acevedo “se le olvidó” que tenía que hacer llegar información a la Coalición y esa “jugadita”, al mejor estilo de Macías, nos tiene en la mira como Estado que pretende ocultar la barbarie paramilitar, guerrillera y del mismo Estado.
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Es doctrina del gobierno Duque negar que Colombia fue el segundo país con mayor desplazamiento forzado durante el gobierno de Uribe, que los “paras”, como lo confesaron sus cabecillas, penetraron todas las esferas de poder estatal. No hubo falsos positivos como política de Estado sino “casos aislados” y las cifras se tratan de reducir en lo mínimo. Tampoco hay fosas comunes. Para la vicepresidenta Ramírez, el reciente informe internacional que nos deja como el país más corrupto “no tiene validez científica”, sí lo tuviera si fuera favorable para su gobierno. No hay razones para el paro nacional, no hay reformas lesivas para la clase trabajadora, son parte del repertorio negacionista a la colombiana.
Lo peor de todo esto es que, en las redes sociales, algunas en las que estoy, pululan esta especie neo negacionista que sirve de idiotas útiles reenviando memes que pretenden negar lo que es evidente e indignante. En particular, prefiero que un riesgo o una infamia sea exagerada en su impacto a que todo lo malo sea atenuado con un simple “no es para tanto”.
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com