Alfredo Iipuana: el sastre del mar

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Por Weildler Guerra Curvelo.

¿Hacia dónde va el alma de los grandes pescadores wayuu? Al lado de las estrellas mitológicas como Pamo que ejercieron la pesca cuando tenían apariencia humana. Quizás vaguen por los arroyos celestes que sirven para cruzar las constelaciones. Tal vez vuelvan a recorrer los serpenteantes arroyos marinos que son los caminos que le llevaron a los corrales ocultos en donde warutta, el caracol, encierra a los peces para salvarlos de los pescadores humanos.

Hoy Alfredo Iipuana, uno de los últimos grandes hombres wayuu cuyo corazón estuvo volcado hacia el mar, ha muerto. Era de la estirpe de los pescadores primigenios aquellos que aprendieron de Yorija el pelicano y de la estrella Simiriyuu el arte de manejar las redes con maestría. La vida de Alfredo transcurrió durante más de siete décadas en Carrizal, que es el centro del universo apalainshii, de los seres cuyo territorio se extiende hacia el mar donde aún resuenan los nombres de Baltasar y Pacho Gámez, los caciques del siglo XVIII a quienes la Corona española dio un trato especial. Alfredo conservaba la memoria de los grandes buceadores del siglo pasado: y siempre narraba historias de Tuto, Foliaco y Sharetao esos grandes hombres del clan Uliana que fueron los arquetipos del hombre apalaanchi.

La imagen recurrente que tengo de Alfredo es la de verlo tocar el caracol para llamar el viento. diciendo: «ven, viento; ahí viene el viento; corre viento, ¿qué vas a hacer con nosotros?, estamos con hambre y queremos regresar a casa». El pescador canta para no dormirse. Canta historias de guerras y de combates con tiburones; le canta a una mujer playera de la que está enamorado y le canta también a su canoa, a la cual compara con un caballo veloz.

• Zapata Olivella y Mao Tse Tung

Alfredo enseñaba con su ejemplo y sus relatos el respeto hacia los seres del mar. Cuando se emplea el arouka o malambo, decía, se busca pedir permiso por tomar las vidas de otros seres vivientes. El acto de la pesca debía hacerse de manera respetuosa y se justifica en la necesidad de consumir su carne como alimento, pero dicho acto no debe envolver una actitud arbitrariamente hostil hacia las presas. Nadie sabía ejercer el arte de cortar la carne de un pez como Alfredo Iipuana. Él sabía que un jurel tiene varios sabores: el de los peces, el de las cabras y el de las reses, Por eso se le llamó el sastre del mar por su conocimiento en el delicado arte de saber cortar cada especie marina .

La partida de Alfredo nos duele inmensamente pues para quien esto escribe era un auténtico hermano. Para sus familiares, quienes le quisimos extensamente, su muerte es similar a la pérdida en la guerra de un valioso baluarte que nos conectaba con la tierra, con el mar y con la memoria de nuestros ancestros. Para despedir a nuestro nieto recuerdo las palabras de un antiguo poema cuyo autor no recuerdo pero que parece haber sido creado para despedir a
a Alfredo:

“No puede haber lutos para aquel que ya contento

que de completa libertad sediento

dispone de su amor de polo a polo

Y no digáis: al despedir mi arca

ha muerto el que se fue.

No, decid tan solo

Vino del mar y se volvió en su barca”.

Alfredo, Maria Eugenia y sus hijos. Foto de Jorge Mario Múnera.
Alfredo en Carrizal. Fotografía de Laura Jaramillo.

Fotografía destacada: Jorge Mario Múnera.

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