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Bloqueos

La última gran movilización regional provocada por el raponazo a las regalías tiene más de 10 años. La forma en cómo se conspiró contra ella desde el nivel central coadyuvado por dirigentes regionales, fijó un sendero para la ruptura del consenso propio y abrió un boquete para la particularización. La mayoría de los reclamos están fundados y fundidos en lo que Adolfo Meisel Roca rotuló como el mito de las regalías redentoras, en suponer que después de 40 años de explotación minera, La Guajira debería estar convertida en el milagro colombiano; ni las regalías han alcanzado, ni el hambre desigual entre administradores y administrados se ha saciado. Por que el hambre de plata, como decían los mayores, no llena.

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Los fastidiados por los bloqueos reclaman autoridad y piden que se imponga el estado a través de su fuerza pública, desoyen razones, porque están al otro lado de la vía impedidos para pasar a cumplir sus propósitos; les da igual que los niños de las comunidades indígenas dispersas lleguen a clases con la ilusión de aprender a ser y a hacer y tras el único plato de comida digna; los tiene sin inclusive los desalojos, el alza de combustible, los racionamientos de energía, que se demore la vía al sur, que nombren maestros o los despidan; porque ese no es su problema.

El fastidio de los indiferentes es la misma causa que mueve los palos de Brasil y los escombros que se acomodan sobre el asfalto. Años de agendas torcidas en los bloqueos políticos al progreso consecuentes con el endógeno pensamiento regresivo de entender que la política es una competencia entre vivos y que su práctica responde a la inveterada acción narrada en la parábola de las langostas metidas en un balde intentando salir de él, mientras las que están abajo se esfuerzan por impedir que cualquiera logré el objetivo y viceversa.

Los bloqueos reflejan la puja de intereses de todo orden. Los del bien colectivo que cada día es más pequeño y reducido, y los del contrato, estos últimos por lo general financiadores del fogón que alimenta la movilización. En esta tensión de poderes escondidos y visibles, la vía pública se convierte en un estadio en el que el bien común pierde el partido y no hay contratado VAR. Bloqueo también es seguir votando con las vísceras y la trampa inoculada en la genética social en el ocaso de la guerra de los Mil días.

En un episodio reciente se presentó un bloqueo en la vía Riohacha a Manaure, en inmediaciones del Pájaro. El reclamo de las comunidades exigía el restablecimiento del contrato de transporte escolar. El trancón afectó a una delegación del ICBF y otras entidades que llevaban pupitres y enseres a la escuela de Juyasirain, distante pocos metros de Puerto Bolívar, en jurisdicción de Uribia. La funcionaria le explicó a los organizadores de la protesta cual era la premura de su diligencia, encumbrada de los afanes del paramo y argumentando que de no pasar, tendría que devolverse con la carga, afectando a mas 500 niños de la Alta Guajira. Asumió la vocería una mujer altiva, usando el desespero de la contraparte a su favor, manifestando en voz categórica: ¡Aquí también hay 500 estudiantes que no tienen transporte, y pupitres, menos!      

El bloqueo nuestro de cada día fija la agenda de la movilidad y dispone la acción del gobierno a resolver parcialidades, mientras los grandes problemas se “esmigajan” para hacerse particulares.

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