En una oportunidad le escuche un comentario a un observador de las tradiciones regionales, sobre la particular manera de bajar la velocidad de los vehículos y entablar conversación con el de al lado, su tesis apócrifa es que eso provenía de los ancestros que andaban en “bestias” (burros, caballos o mulas) por los caminos de herradura. Cabalgamos y hablamos en las bestias metálicas como propietarios individuales del camino, de la vida, del tiempo.
Luego se conoció que el ciudadano había tomado las vías de hecho de desmontar una de las 62 bancas del malogrado contrato de embellecimiento de la calle 7, cuyo costo superó los $2.200 millones de pesos, como rebelión por la vandalización, los desmanes, la alteración del orden social y público que acontece todas las semanas en el sector.
La región es un terreno fértil para la prosa y la poesía, su realidad fantástica es como alquimia para narradores silvestres, que muchas veces son producto de talento y oficio curtidos en procesos introvertidos de autoformación.
Una y otra vez portó debajo de su brazo el legajo de historias que había ido recreando en años de vivencias y memoria. Narradas a mano con una bella caligrafía y que poetizaba el ejercicio de la escritura como esa simbiosis de pensamiento y creación que se materializaba a través del pulso, de la empuñadura, de trazar letras e ir dibujando inicios, nudos y desenlaces. Lourdes Aguilar iba y volvía. Creía y persistía.
La siquis colectiva alterada por el creciente número de muertes y por los picos de contagio, sensible por el confinamiento obligado por decreto, constipada por la cuarentena, indignada por la irresponsabilidad de los parranderos irredentos, ideologizada por el rechazo a las protestas, pauperizada por la falta de ingresos, oprimida por el consumismo; se volca en masa a la vacunación con la esperanza de volver a la “normalidad” vociferante, que se sostiene en una economía de rebusque.
Entre tanto el indio guajiro con sus eirukus identitarios de familias consanguíneas y ampliadas se apropiaba de la pampa desde tiempos anteriores a la memoria blanca y enterraron sus ombligos y sus muertos en rancherías dispersas nombrándolas como territorio propio.
Miles de marchantes se han ido sumando superando el miedo al contagio, sacudiéndose el escepticismo, abofeteando la desesperanza y agitando por los hombros el muñeco de trapo pesimista en el que se ha venido escondiendo el país mas feliz del planeta relleno de las espumas y el aserrín de las desigualdades.
Es inexcusable, no se admite la elusión de responsabilidades. Aberrante e indigno que entre el Hospital y Medicina Legal no exista comunión de interés y apropiación por el trato digno, por una ruta sanitaria que preserve la vida y dignifique la muerte.
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com Por Angel Roys Mejía. Luego de ingresar por una calle larga y ancha como un teatro que revienta en un cementerio y tomar un costado en donde se escabulle una vía sinuosa, alzada al margen de la […]
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com Escribo desde el confinamiento esta carta de agradecimiento a ASAA, antes Aguas de La Guajira y antes de antes, Aguas 2000. Mi complacencia es por las 4 horas de agua a la semana que me permiten llenar […]