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¿Orgullo patrio?

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.*

Soy consciente que lo que aquí voy a confesar, servirá para que algunos me señalen de pisotear toda lección de cívica e historia patria que recibí en mis primeros años, que soy un “apátrida” (aunque aquí no cabe el término pues sí tengo una nacionalidad), de “resentido social”, “mamerto”, que no “merezco ni la cédula” como le dijo una vez mi difunto padre a mi amigo “Varaka” por ser hincha de la selección argentina de fútbol. No faltará el que me quiera echar a patadas del país en el que nací.

En el reciente y atípico 20 de julio, en muchos afloró de nuevo esa ligazón afectiva, ese sentimiento fervoroso de orgullo e identidad por la patria colombiana. En mí, no ocurrió la mismo. Confieso, de todo corazón que, cada vez siento menos orgullo de ser colombiano. A medida que corren los días y se me acumulan indignidades que me genera ese matrimonio entre la clase hegemónica que nos gobierna, quienes los financian y los que sin ser uno ni el otro, los defienden y los perpetúan, tengo mayor certeza que este, es un país de mierda. Si acaso algo me queda de ese orgullo que alguna vez tuve, solo aflora cuando algún deportista nos alegra el día con una gesta gloriosa de alcance internacional o un artista abre fronteras, aunque a veces desde el forzado exilio (hoy entiendo por qué los grandes intelectuales viven por fuera). De resto, no es que tenga muchos motivos para sentir orgullo.

Mientras esto pienso, toma posesión como “digno” presidente del Senado, nada menos que el “flojazo” díscolo e incompetente senador que nunca ha presentado un proyecto de ley: Arturo Char. Todo como primer hito de una alianza entre la casta más corruptora de votos en el Caribe colombiano con la élite cachaca de Vargas Lleras y el mancillado uribismo para llevar a Alejandro Char a la presidencia del continuismo. Qué colombiano puede sentirse orgullo de un parlamento presidido por Char o por Macías, el hombre de las “jugaditas”. Tampoco es para sentir orgullo de un establecimiento en el que exista el “cartel de la toga” y una Corte Constitucional que tuerce la justicia para favorecer a Andrés Felipe Arias, el mismo al que Pachito Santos defendió como embajador ante los Estados Unidos, pero para que no lo extraditarán. Cómo enorgullecerse de diplomáticos así, o de Ordoñez el inquisidor, o Sanclemente y su finca con laboratorio de drogas.

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Cómo sentir orgullo en un país donde los fiscales son del bolsillo tal Néstor Humberto Martínez o Francisco Barbosa, los que se nombra para “no investigar” casos cruciales. Otros pusieron la entidad al servicio del proyecto paramilitar como Luis Camilo Osorio, como Noriega y “La Coneja” Hurtado lo hicieron con el DAS, todo ello orquestado desde una figura “innombrable” que, pese a haber creado un Estado delincuente, sigue impune, gran jefe electoral y gobernando a través de un títere.

Vergüenza produce ser del país que según los últimos estudios internacionales lidera la corrupción en el mundo, lleva años siendo de los más inequitativos y con mayor número de líderes sociales asesinados y desplazados. Pero, mucha más vergüenza produce que haya tanta gente que se convierte en cómplice de sus ladrones, justifica a los violentos, le sigue la corriente al negacionismo, defiende una élite poderosa y rica, aunque esté comiendo mierda; sigue votando por quienes perpetúan el círculo de la miseria.

Me avergüenza que nos gobierne un hombre sin independencia, sin timonel, ése que vive encerrado en un mundo de elogio mutuo con los gremios que le dicen que lo está haciendo bien porque les está cumpliendo los compromisos de campaña, pero que está tan distanciado del país. Un gobierno que, en plena pandemia, le lanza salvavidas a la banca y a quienes no lo necesitan, que celebra contratos para carros blindados y municiones para el Esmad, pero en público pide mano dura para los alcaldes y gobernadores que se aprovechan de la emergencia económica.

Cómo sentirse orgullo de un gobierno con un partido que financia chuzadas, campañas mediáticas de desprestigio basado en fake news y que haya tanto pendejo que les siga la corriente, que tiene pastores como los Arrázola y John Milton Rodríguez que les mantenga un rebaño de ciegos votantes. He visto gente dizque feliz, dizque porque tenemos democracia, no sé si puede llamarse democracia un sistema en el que los banqueros, grandes contratistas, industriales, ganaderos como Ñeñe Hernández, financian las campañas presidenciales y territoriales para que luego se le rinda la inversión con exenciones de impuestos, auxilios, contratos y que eso sea visto por la sociedad y la justicia como “normal”. Hemos caído tan bajo los colombianos que justificamos el delito “que robe, pero que haga”, que nos creemos los más inteligentes porque nos creemos más “vivos” y el “vivo vive del bobo”. Defendemos lo indefendible, pero salimos a protestar por la ideología de género, es decir, protestamos contra la tolerancia; convertimos en ídolos a Pablo Escobar, a Uribe a Gacha. Tampoco veo el orgullo que uno pueda tener cuando la mayoría de colombianos prefirió la opción armada y votó en contra de un proceso de paz para poner fin a más de medio siglo de conflicto interno.

Como leí por ahí en una pared, un país sin orden, sin libertad, sin justicia, sin cóndores, sin canal de Panamá, sin abundancia, es decir, hasta nuestro escudo es una farsa. Cómo me gustaría gritar que me siento muy orgulloso de ser colombiano, pero ese grito ya no me nace.

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