Efecto Pfizer

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Por Ángel Roys Mejía.

Los eventos más rudimentarios transparentan con encomio el progreso de una sociedad. Después del triunfo capital de las gestiones conjuntas del parlamentarismo guajiro y la enjundia ejecutiva del gobernador y los alcaldes, La Guajira fue premiada con la distinción de territorio libre de coronavirus y la inmunización progresiva de todos sus habitantes, acogiendo la directiva presidencial de focalizar al departamento para que todo ciudadano residente o nacido en su territorio acceda al plan nacional de vacunación.

El aparato público y privado para materializar esta decisión gubernamental recaía en las instituciones públicas de salud y en algunas EPS. Involucró también a empresas del sector vinculadas a la clientela política; ninguna libre de convertir el evento sanitario esencial que es colocar una vacuna en un mercado popular. Como suele suceder tan pronto se habilitaron los puntos de atención en la capital, se desparramó sobre el ánimo de enfermeras, vacunadores, coordinadores, directivos, gerentes y todo el andamiaje operativo y burocrático, un empoderamiento pueblerino sobre su capacidad de favorecimiento, tan familiar, vecinal y comunitario, atribuyéndole un aura de privilegio al rutinario propósito de poner una vacuna. Una suerte de triage que escritura lo clientelar en el ADN de las instituciones.

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-Los que tienen Pfizer para segunda dosis, hagan una fila.

Informó la enfermera y de inmediato un grupo de 5 personas sin importar su turno de llegada se alinderó a la entrada de la sala de toma de signos vitales. La imperativa voz de la funcionaria permitió entender que alrededor de la vacuna se había estructurado una pirámide que gradaba el nivel de privilegios del beneficiario mediada por el amiguismo y la recomendación. Esto ha dado origen al mito de considerar la Pfizer un biológico de distinción, destinada a los de arriba de la pirámide.

La siquis colectiva alterada por el creciente número de muertes y por los picos de contagio, sensible por el confinamiento obligado por decreto, constipada por la cuarentena, indignada por la irresponsabilidad de los parranderos irredentos, ideologizada por el rechazo a las protestas, pauperizada por la falta de ingresos, oprimida por el consumismo; se volca en masa a la vacunación con la esperanza de volver a la “normalidad” vociferante, que se sostiene en una economía de rebusque. Cabalgando tras de la posibilidad de favorecerse con el intrincado social que, al abrirle una puerta, le dé le la prerrogativa de ser receptor de la Pfizer.

La enjundia y la gestión terminan como víctimas de su propio invento revisadas por el vademécum teorizado por el pragmatismo de sus antepasados quienes dictaron las leyes del poder, experimentando con la ciudadanía y sus apetencias sociales, disecando a los contrarios para eliminar la contradicción, inoculando el servilismo y la palanca como barrera de defensa ante cualquier alternativismo, esterilizando el liderazgo comunitario y sustituyéndolo por cacicazgos, incinerando las muestras de patología para no dejar evidencia y remitiendo a su paciente al estado crítico de la dejadez, por no poseer medios diagnósticos. El efecto Pfizer se encarga de recordar que todo beneficio, toda acción legítima o ilegítima de este mandato divino, tiene en el respaldo una larga lista de contraindicaciones.

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