Presencia sabanera en La Guajira

  • A través de la semblanza de uno de sus personajes más emblemáticos, el autor de este texto reivindica el fructífero aporte de la colonia sabanera al departamento de La Guajira.

Por Carlos Yesid Lizarazo

La Guajira, quizás por su condición de frontera, ha sido, desde siempre, receptora de población migrante y desplazada. Algunas de esas personas venían solo de paso, otras atraídas por el eco de las diferentes bonanzas que ha vivido esta región o victimizadas por un conflicto social y armado interminable. El continuo tránsito y asentamiento de personas provenientes de otras regiones del país, y aún de naciones vecinas, contribuyó a forjar una multiculturalidad que con el transcurrir de los años se ha convertido en marca identitaria de nuestro departamento.

No podríamos decir con exactitud cuando llegó el primer sombrero vueltiao a estas tierras, pero si podemos afirmar que las sabanas del Bolívar Grande, (Córdoba, Bolívar y Sucre) tienen un espacio preponderante en esta nación multicultural que es hoy La Guajira. En el marco de la celebración de los veinte años de creación del Fondo Mixto de Cultura de La Guajira honramos el aporte social y empuje laboral que hombres y mujeres provenientes de esta región le han entregado a nuestra península.

El protagonista de nuestra historia nos condujo por un complejo entramado de saberes, sabores y colores sabaneros. Reconocido hombre de radio, amante del sombrero vueltiao y las abarcas tres puntá; tapicero de oficio, dirigente cívico y sindical por obligación, periodista y locutor deportivo por pasión, Osvaldo Emiro Bettín Reyes, con más de cuatro décadas de residencia en Riohacha, encarna el sentir del hombre sabanero asentado en La Guajira.

Cuando le pregunté del porqué de su llegada y permanencia en tierras Guajiras guardó silencio, agachó la mirada y me entregó una respuesta llena de recuerdos: “A Riohacha llegué un marzo por allá en el año 67 del siglo pasado. Pero todo empezó años atrás, en unas vacaciones que me llevaron a casa de mi madrina, en Barranquilla, siendo yo un pelaíto, me gustó la vida de ciudad, no me quería devolver, recuerdo que me regresaron para el pueblo a la fuerza.”

Esta experiencia se amarró a sus recuerdos, la obsesión lo obligaría, años más tarde, a abandonar su humilde casa, hogar compuesto por don Gustavo Bettín Sierra y doña María Luisa Reyes Chimá. Osvaldo fue el sexto de diez hermanos, con quienes compartió los primeros años de infancia. Atrás también quedó San Andrés de Sotavento, pintoresco pueblito enclavado en las sabanas del departamento de Córdoba, en límites con Sucre, región Caribe colombiana. La primera escala sería Montería, ciudad que lo inició como tapicero, pero la fuerza de los recuerdos lo llevaría a hacer escala en Barranquilla, esta vez sin el ojo vigilante de la señora que lo recibió cuando vino al mundo. Allí perfeccionó los secretos de su primer oficio.

Pero los ímpetus juveniles pudieron más que la sensatez, una mañana de postcarnaval se levantó con el deseo de continuar su viaje aun en contra de la voluntad de su hermano y compañeros de trabajo. Partió sin rumbo definido. Un viejo maletín terciado, cuyo contenido eran dos mudas de ropa, y una pequeña caja con las herramientas de su nuevo oficio eran todo el equipaje que creía necesario para enfrentar el mundo. Soñaba conocer Bucaramanga, tal vez Bogotá, pero un vendedor de pasajes terminó por embarcarlo para Riohacha.

Por entonces las carreteras en el Caribe eran trochas intransitables que hacían más largo, agotador e interminable el recorrido. A su arribo a la capital guajira un súbito arrepentimiento recorrió su cuerpo. “Me bajé del bus, miré para todos los lados y solo vi soledad y abandono, ¿a dónde fue que llegué?   Yo me regreso es ya para Barranquilla!” De no ser porque el bus salía dos días después y su economía tocaba fondo, Oswaldo Emiro no estaría hoy presente en estas líneas.

Trabajo y amor en la capital guajira

Pero estaba en La Guajira, tierra de gente amable y llena de virtudes, y en tan solo dos días Osvaldo recibió comida, techo y aprecio. Muy pronto su capacidad de trabajo le permitió abrir un local para atender la alta demanda de sus servicios. “Tapicería Sucre fue la primera que hubo en La Guajira, trabajé ese oficio durante más de 20 años, nunca tuve problemas. De allí hice mis cosas y saqué a mis hijos adelante”, afirma, con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Y fue justamente esa labor la que le permitió conocer al amor de su vida. Liduvina Castañeda Gutiérrez era la secretaria de la lotería de La Guajira, oficina que funcionaba justo al lado de su taller, “era una morenita agraciada, bien pintosa, muy educada, el primer saludo lo recibí ocho días después de mis cortejos y a la primera invitación que me aceptó le quedé mal, me puse a tomar licor con unos amigos y se me olvidó la morenita”. Tan solo fueron ocho meses de noviazgo para que sonaran campanas de bodas. Tres hijos, siete nietos y un sólido hogar son el resultado de 44 años de vida conyugal con esta riohachera del Barrio Arriba.

Para Osvaldo y doña Liduvina la llegada de Tito, su primer hijo, fue una dura prueba. “El dictamen del pediatra decía que nuestro hijo padecía síndrome de Down, no pudimos evitar el tremendo impacto, pero Dios les pone pruebas a sus hijos, esa fue la nuestra, así lo entendimos, lo aceptamos y le entregamos todo nuestro amor y apoyo a nuestro hijo. Después llegarían Hendrick y Rommel, los dos son ingenieros electrónicos, radicados en Bogotá. Hoy Tito tiene 44 años, y es el centro de atención en nuestra familia”, anota emocionado.

Momentos difíciles

Para Osvaldo Bettín sus peores momentos en la Guajira los vivió durante la bonanza marimbera “Conocí al riohachero antes de que esta plaga llegara, percibí los estragos que el dinero a montones causó en su personalidad y el daño social que generó el comercio de la mala hierba”, afirma con un gesto de inconformidad en su rostro. Pero el daño va más allá, en sus recuerdos permanecen intactos los hechos de violencia de que fueron víctimas sus paisanos, campesinos atraídos por el boom de la marihuana que llegaban a estas tierras a ofrecer su mano de obra. Muchos de ellos no regresaron, otros fueron engañados u obligados a partir bajo amenazas de muerte.

Afirma que el momento más feliz de su existencia se lo entregó doña Liduvina Castañeda al aceptar ser su esposa, desde entonces los instantes de felicidad se repiten a diario. Desde el principio ella ha sido el motor que lo impulsa a hacer las cosas bien, saberla su compañera es sentirse apoyado y respaldado en todas las acciones y decisiones que a lo largo de su permanencia en La Guajira ha tenido que enfrentar: “hoy le agradezco a Dios habérmela mandado como compañera, es lo mejor que le pudo pasar a mi vida, dejé atrás la errancia y conformé un hogar del cual vivo orgulloso”, concluye.

Organización, liderazgo y superación

La vocación de servicio de Osvaldo Bettín se refleja en las dignidades que ha ejercido, entre ellas: presidente de juntas de acción comunal, líder del extinto sindicato de loteros y de la colonia sabanera, consejero de cultura y deportes, Concejal de Riohacha, dirigente deportivo y miembro activo de agremiaciones periodísticas. Además de lo anterior, Osvaldo conformó al lado de Muriel Lubo, Dalis Arguelles, Edgar Pimienta Caicedo y Alberto Palmarroza el comité que negoció con el gobernador de ese entonces, Román Gómez Ovalle, el cese del alzamiento ciudadano generado por el recordado Paro Cívico que sacudió la ciudad en el año 1991. “Fue la más grande protesta ciudadana que se haya visto en Riohacha, exigíamos el servicio de agua, conquista que se logró, pero en el papel porque es la hora y Riohacha todavía sigue sin un servicio pleno de agua”, anota con un dejo de impotencia reflejado en su rostro.

Osvaldo asevera que el aporte sociocultural y laboral de los sabaneros a La Guajira se inicia con la transformación del campo, gracias a la llegada de mano de obra experta en estas labores que permitieron darle un gran impulso al sector agrícola y ganadero. Los campesinos sabaneros, una vez empleados en fincas y haciendas, trajeron a sus familias para asentarse definitivamente en La Guajira. Entre ellos había artesanos, decimeros, músicos, cocineros con conocimientos empíricos transmitidos de generación en generación por la fuerza de la oralidad y la práctica. Así llegaron el fandango, el sombrero vueltiao, el mote de queso, el porro y otras tantas expresiones que se arraigaron en nuestra cotidianidad.

Pero el ejemplo de empuje y superación del hombre sabanero no se queda allí, hoy Osvaldo Bettín, a sus 67 años, después de graduarse de bachiller en el colegio Livio Reginaldo Fischione, hace parte de un grupo de periodistas empíricos que aceptaron el reto de la profesionalización en Comunicación Social en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia- UNAD-, enfrentados a un pensum donde predomina el uso de las Tics. “Es una tarea dura, lo sé, pero es mi sueño, afortunadamente cuento con el apoyo de profesores, colegas y amigos que me regalan parte de su tiempo para ayudarme a hacer realidad este propósito”, añade Bettín al tiempo que agradece a colegas como Edgar Ferrucho Padilla, Edison Hernández Pimienta y Lenin Bueno Suarez que le permitieron entrar al mundo del periodismo. En la actualidad conduce La Polémica Deportiva por Guajira televisión, y en radio es el segundo a bordo en el programa de humor El Guacaqueo de la tarde, que dirige su amigo Álvaro Martínez Redondo.

Osvaldo Emiro Bettín Reyes se siente satisfecho con el aporte realizado por la cultura sabanera a La Guajira, “es una manera de corresponderle a esta tierra que nos ha brindado tanto, solo esperamos que esta armonía y respeto, que hemos construido con trabajo y responsabilidad, prevalezca para siempre, al fin y al cabo, todos somos Caribe, todos somos hermanos”, concluye diciendo este hombre que cambió las herramientas y las manualidades por micrófonos y cámaras de televisión.

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