La situación de los pueblos indígenas frente a la pandemia del Coronavirus es muy preocupante dada su extrema vulnerabilidad. El estado de salud de sus miembros es de por si precario debido a su limitado acceso a los servicios de salud, la escasez de agua potable y las altas tasas de desnutrición. Es allí en donde el pasado sirve como un reservorio de la experiencia para evitar la repetición de situaciones favorables a la letalidad de la enfermedad.
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En marzo de 1991 el país afrontaba la epidemia del cólera un antiguo huésped que ya nos había visitado en 1849 llevándose miles de vidas. A mediados de noviembre de 1991 surgió un brote inesperado en el puerto de Bahía Portete en La Guajira a causa de un barco panameño que había transportado agua contaminada en sus depósitos. Dos meses después, en 1992 ya habían sido atendidos en los hospitales 1170 indígenas wayuu con síntomas del cólera, de estos 117 presentaron resultados positivos y 19 ya habían muerto a causa de la enfermedad. Decenas de personas lo harían en los meses siguientes. Cada fallecido era objeto de un concurrido ritual funerario en el que se contaminaban decenas de asistentes y así se continuaba en una dolorosa espiral. Quien esto escribe era entonces Secretario de Asuntos Indígenas de ese departamento y pude presenciar como en una pequeña comunidad llamada Ichitu se dio sepultura a doce miembros de una misma familia. Con el asesoramiento de los organismos de Salud y la OMS las comunidades aprendieron prontamente a manejar y purificar la escasa agua potable, a tomar rigurosamente las medidas de prevención y ello contribuyó a erradicar la epidemia.
Hoy, frente al coronavirus, es imperativo suministrar información oportuna a los pueblos indígenas. Es importante, pero no es suficiente, que estos contenidos se transmitan en las lenguas nativas. Las campañas deben estar apropiadamente diseñadas, ser socialmente viables y contar con la supervisión de las autoridades de salud. La estrategia debe emplear metáforas fundamentadas en las distintas culturas para movilizar efectivamente a cada pueblo indígena. Las metáforas, como las de la guerra contra el virus, pueden activar valores sociales y repertorios prácticos para la acción que contribuyen al manejo de las epidemias. No debe olvidarse tampoco que las actividades económicas de estos pueblos sufrirán un impacto demoledor por la pandemia pues sus artesanías, así como los excedentes de la pesca, el pastoreo y la agricultura no tendrán la habitual salida en los mercados. Debe contemplarse un plan especial de ayuda hacia las comunidades amerindias que serán afectadas.
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Las medicinas tradicionales indígenas se basan en conocimientos histórica y geográficamente situados acerca del entorno natural y las patologías locales.La historia nos muestra, sin embargo, que la aparición de nuevos agentes patógenos, como ocurrió con la viruela en la conquista, puede ocasionar la muerte de millones de seres humanos. Es comprensible que ante situaciones de riesgo colectivo se hable de revelaciones oníricas acerca de prodigiosos remedios locales. Estos son intentos reenculturativos comprensibles que buscan dar marcha atrás y encontrar refugio en un pasado idílico en donde reside la pureza de la cultura. El exceso de confianza frente a un enemigo nuevo y letal de la humanidad como el coronavirus puede ser tan peligroso como el pánico generalizado. Inexorablemente todo resquicio abierto para no cumplir con las medidas sanitarias y de distanciamiento social lo pagaremos con valiosas vidas humanas.
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