Ciudad de contrastes

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Por Pedro Rosado Ríos – Miembro del taller de creación literaria Relata Guajira.

Un gran aviso de bienvenida a la entrada de la ciudad contrasta con el panorama que se presenta ante sus ojos, miles de bolsas plásticas de diferentes colores agarradas a los escasos arbustos desérticos, parecen banderines de torero enterradas en el lomo de un gran toro muerto, dan la sensación de llegar a una ciudad abandonada. Se le ha declarado Distrito Turístico, pareciera que solo fuera la declaración de un hombre enamorado, que, con el afán de conquistar a la mujer, la llena de mentiras y promesas. Es medio día y el ardiente sol acompaña los 35° de temperatura que se perciben en el ambiente. El cielo es azul y despejado, pero centenares de goleros o gallinazos que revolotean sobre un botadero de basuras afean la entrada a la ciudad. La primera impresión al llegar a Riohacha inicia con esta escena que parece extraída de una película fatalista, de esas en las que, tras alguna catástrofe inesperada, los seres humanos terminan por vivir entre las basuras.

Riohacha capital del departamento de La Guajira está llena de contrastes. Una es el bello contraste natural del desierto con el mar; otra, es notar que la única pintura, el único color distinto en casi todo el recorrido para llegar al centro de la ciudad sea solo la publicidad de algún politiquero en su frustrado intento por llegar a la Gobernación, otro es el contraste de grandes y lujosas camionetas que pasan veloces al lado del andar lento de centenares de venezolanos que piden en los semáforos.

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Esta ciudad de contrastes posee cuatro bibliotecas públicas y más de quince compraventas, paradójicamente hay más gente en las compraventas que en las bibliotecas. Como si la gran mayoría empeñaran apresuradamente sus pocas cosas de valor para tratar de sobrevivir al caos, mientras unos pocos en las bibliotecas tratarán de investigar el origen de sus males.

Tres puentes peatonales de cemento atraviesan la avenida, otro contraste, parecieran estar en el lugar equivocado, como si pertenecieran a otra ciudad, o a un pasado por el cual los transeúntes no quisieran volver a atravesar.

Una glorieta con la estatua de un viejo a Francisco El Hombre mencionado en Cien años de soledad como «un anciano trotamundos de casi doscientos años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo». Francisco El Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario. En los actuales momentos el viejo Francisco no llevaría buenas noticias, ni cantaría entusiasmado sus andanzas, los pobres habitantes de macondo defraudados solo escucharían quejas, decepciones y tristezas de un pobre anciano atormentado por el hedor nauseabundo del orín y las heces de decenas de venezolanos que usan los alrededores de la estatua para hacer sus necesidades fisiológicas.

Al lado de la glorieta está el parque de la india, una estatua en homenaje a la mujer wayuu, representada en una mujer wayuu sentada con una múcura en sus manos, pareciera suplicar por un poco de agua para el pueblo sediento de sed, parque testigo del sufrimiento de los venezolanos. El parque de la india es otro contraste, para los venezolanos es un refugio, es también rincón de delincuencia y miseria frente a una estación de policía que es ausente.

Más adelante la avenida circunvalar, en ella se levanta uno de los iconos más representativos del Carnaval de esta ciudad, los embarradores, la escultura conformada por dos figuras humanas mostrando el abrazo del embarrador mide aproximadamente cuatro metros de alto por dos metros de ancho, el monumento fue situado justo en el lugar señalado como el punto de partida para quienes años tras año se sumergen en una charca de lodo y dan vida a la más antigua comparsa del carnaval de Riohacha. He aquí otro contraste, año tras año miles de riohacheros siguen aferrándose a esta unidad de corriente de barro y alegría sin distinción social. Mientras trifulcas y desorden de vándalos en los últimos años siguen empeñados en acabar esta antigua tradición popular de uno de los carnavales más antiguo del caribe colombiano.

En esta ciudad de contrastes, no existe una calle o un lugar que lleve el nombre de los pescadores de perlas de Cubagua, finalmente los verdaderos fundadores de esta ciudad. Se han destruido por orden de las autoridades municipales los restos del castillo de san Jorge que durante siglos fue el símbolo arquitectónico colonial que calificaba a la ciudad. Años más tarde se arrasó con el edificio de los portales y con la antigua cárcel situada a orillas del mar, descrita por Henry Charriere, en su libro “Papillon”. La histórica nomenclatura hispánica asociada a la vieja ciudad, con sus calles llamadas: “Los tres infantes”, “La reventazón”, “calle del Carmen” y la “calle del alambique” entre otras fueron brutalmente reemplazadas por las modernas nomenclaturas de tipo catastral.

Finalmente, en el malecón está marcado el sitio exacto, donde dice la leyenda la virgen de los remedios dejo caer su corona para salvar a la ciudad del mar embravecido, ciudad de hombres de carácter guerrero que defendieron con valor a la ciudad del ataque de piratas ingleses y a las frecuentes sublevaciones wayuu, hoy es la muestra del más grande contraste. El día 02 de febrero de todos los años, cuando el pueblo hace el homenaje a la virgen salvadora, centenares de corruptos nacionales y locales se reúnen y piden fervorosamente no la salvación de la ciudad, sino el milagro personal de lograr el triunfo electoral para seguir como los piratas dejando año tras año la ruina y la desolación, hoy en esta ciudad de contrastes, el temor ya no es que la quemen los indios, o el ataque de los piratas de antaño, es que ganen las elecciones los hijos de los hijos de los que año tras año nos condenan al eterno contraste.

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