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La caída del hermano trupillo

Por Limedis Castillo Mendoza.
Poeta y narrador.

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En Manaure, La Guajira, hay consternación por la pérdida irreparable de un árbol de trupillo (Prosopis juliflora). Árbol que nació solo, hace unos 140 años y que se encontraba frente al comisariato de las concesiones de salinas. Ese árbol tiene importancia puesto que está identificado con la memoria histórica de Sal Marina ejecutada por los cosechadores artesanales wayuu, de la misma manera significa la resistencia del pueblo wayuu por las salinas de Manaure. La sombra del árbol les permitía debatir propuestas y estrategias para pedir el derecho a la propiedad de las salinas de Manaure.

Harold Uriana, wayuu empresario del turismo y del Museo de la Sal ICHI, expresó: “dicho árbol es un árbol legendario que me dio sombra y descanso durante mi infancia. Es una perdida lamentable para Manaure, muchas historias se tejieron debajo de ese árbol”.

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Para otro conciudadano afrodescendiente Fray Blanco quien es investigador, gestor cultural y productor audiovisual manifiesta a través de las redes sociales: “se ha muerto un símbolo de la historia y resistencia de la mujer exploradora de la sal”, y lanza una pregunta “¿De quién es la culpa?”.

Por su parte, la Asociación Wayuu Araurayu en su cuenta de X manifestaron: “Aipia el legendario árbol (100 años) testigo de las estrategias, desde acuerdos y desacuerdos para unificar la resistencia ante el Gobierno nacional por el derecho a la propiedad de las salinas, fue derribado por el abandono y el impacto del cambio climático”.

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Para Ramón Paz Ipuana, en su obra Ale’eya Cosmovisión Wayuu relatos Sagrados afirma que los primeros pobladores de la tierra fueron los Wanu’u, (las Plantas) hijos de Juyá. Asevera Paz Ipuana, que no se sabe cómo surgieron ni cómo formaron la primera generación viviente de nuestros antiquísimos antecesores. Eran seres de apariencia rara que se alimentaban de agua, de sol y del viento. Vivian en el campo abierto sin preocuparse de abrigo. Permanecían de pie todo el tiempo, tras el gozo de una larga primavera.

Matthew Hall, es un científico investigador del Centro de Plantas de Oriente Medio del Real Jardín Botánico de Edimburgo, quien plantea en su libro ‘Las plantas como personas’, una botánica filosófica, el de reconocer que las plantas son seres con las capacidades de sensibilidad y conocimiento.

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Hall realiza una reseña o descripción de las plantas como personas, preguntando: ¿Las plantas también son personas? No, pero en esta obra de botánica filosófica Matthew Hall desafía a los lectores a reconsiderar la posición moral de las plantas, argumentando que son personas distintas a los humanos. Las plantas constituyen la mayor parte de nuestra biomasa visible, sustentan todos los ecosistemas naturales y hacen posible la vida en la Tierra. Sin embargo, se les considera seres pasivos e insensibles que, con razón, están fuera de la consideración moral. A medida que continúa el asalto humano a la naturaleza, se necesita un comportamiento más ético hacia las plantas. Hall encuentra mucho que apoya una visión más positiva de las plantas. De hecho, algunos animismos indígenas realmente reconocen a las plantas como seres relacionales e inteligentes que son los destinatarios adecuados de cuidado y respeto.

El antropólogo Weildler Guerra Cúrvelo en un artículo titulado “Mi hermano trupillo” y publicado el 12 de enero del 2024 en el Espectador, plantea y hace una premonición cuando atestigua que, “a diferencia de animales y humanos, que se mueven de forma incesante, las plantas sabiamente permanecen en el lugar que les fue originalmente asignado. Ellas no desplazan de sus territorios a otros seres vivientes. Solo se unen para pedir el agua que las vivifica y despierta a la tierra de su transitorio desmayo causado por la sequía. La sabiduría de las plantas es aún más evidente cuando su vida declina, pues mueren sin dramas y sin llamar la atención. Su partida es un acto discreto, sin alarmas, llantos, aullidos o hedores. El momento exacto de su muerte es un hecho impreciso y gradual”.

Por otro parte, el antropólogo e investigador Carlos Castaño Uribe, plantea que las plantas y los árboles son los primeros seres vivos que poblaron con siglos de antelación la faz de la tierra continental. Los animales y la vida humana a dependido de ella casi siempre, las plantas nos han brindado alimento, resguardo salud y medicina, nos abren incluso nuestra dimensión espiritual.

Son muchos investigadores y docentes que se han pronunciado de este mítico árbol, para la docente Paola Polo Hernández: “la corteza del trupillo se utiliza cuando la mujer da a luz a su hijo y se demora en salir la placenta. Se tritura o machaca para sacar el jugo y se da a tomar a la mujer”. Dicho texto es producto del desarrollo de la investigación Enseñanza de Ciencias a partir de Conocimientos Tradicionales de Las Plantas Medicinales Wayuu con los estudiantes de grado octavo del Centro Etnoeducativo N°12 Sede Principal Muurai, como resultado de su tesis de maestría en educación con la Universidad Distrital Francisco José De Caldas.

Este árbol legendario también tiene su dimensión poética y espiritual, y lo encontramos en el libro de poemas ‘Encuentro en los senderos de Abya Yala’ del poeta Miguel Ángel López Hernández, en cual se alzó con el premio de Casa de las Américas en el año 2000. Su poema Ipapule hace referencia al trupillo. Redacto el poema a usted amigo lector, para que pueda descubrir imágenes poéticas portentosas y deslumbrantes:

“Tres animales salen espantaos del monte Ipapule; levantan una polvareda a su paso y pienso, en voz alta, que son enviados por un tiempo antiguo hacia un nuevo día, lactante.
Pasamos entre arboles trupios y escuchamos una agonía en el canto del pájaro Utta. “Algo te acompaña que eres de él su única compañía” “Algo te acompaña que eres de él su única compañía” El canto se nos fija doloroso, y de un momento a otro volvimos a reírnos de nosotros mismos. El camino se despeja a nuestras espaldas”.

Ser poeta en ser sensible, es tener una capacidad de asombro frente a las cosas que ocurren, es ver con los ojos del alma. Yo por mi parte también les obsequiaré un breve poema a este antiguo y proverbial árbol.

Caída del hermano trupillo. Se va la voz de un hermano – anciano. Podré nombrarlo Aipia… Árbol de tanto soles maduros y lluvias tempranas. De juegos de infancia y cantos a la deriva. De par en par el día. Apenas ayer estabas en pie. Apacible -acaso nunca- tu voz trémula. Silencioso en la puesta de cada sol. Dibujando con tus ramas casi exacto el desierto y la sal de los wayuu. En ti se van las risas de los niños y el delirio de la sed. La ausencia que nos toca en la precariedad del tiempo. La tierra se abre para tu olvido… cesará tu recuerdo en la intimidad de los días…

Un árbol caído puede representar a una comunidad agobiada con tantas carencias como lo son los servicios públicos domiciliarios: energía eléctrica, agua potable, urbanismo y empleo.

Soporte: Riverasofts.com