Por Abel Medina Sierra.
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com
Quienes hacemos parte de la escena musical vallenata, ya sea como creador, intérprete, formador, productor, actor de la circulación, fomento o comercialización, nos sentimos impactados por la música de manera que creamos unas categorías y niveles de valoración frente a la oferta grabada. Ese comportamiento frente a lo musical implica desde una dimensión biológica, otra psicológico-emocional, una social y cultural. Depende de aspectos como la identidad, las categorías perceptivas, los esquemas y experiencia previa, el aprendizaje y enculturización, de la generación, los contactos culturales, la influencia de los medios, entre otros aspectos.
Eso es lo que hace que alguien que escucha música en el reproductor de un carro, unas canciones las salte y otras las escuche; que sea seguidor de Alejo Durán, Enrique Díaz, Los Zuleta, Los Inquietos o Diego Daza. Todos, con la experiencia sonora, vamos elaborando entre los artistas que hemos seguido a lo largo de la vida un escalafón de favoritismo.
Como investigador, analista de la música vallenata y docente de vallenatología, con frecuencia muchos me preguntan sobre ese escalafón: ¿Profe, para usted quiénes son los mejores cantantes? ¿Quién ha sido el mejor acordeonero de todos los tiempos? ¿Quién es el mejor compositor del vallenato? Lo que para muchos es una respuesta fácil, clara y mecánica, para mí resulta muy complejo y termina siendo una respuesta con tantas acotaciones que diluyen el interés de quien me pregunta. Y les voy a decir porqué.
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Iniciemos con los cantantes. Para muchos hay unos “mampanos”, una galería de 5 intérpretes cuyo orden varía según preferencias y que incluyen a Diomedes, Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta y Villazón. Causa curiosidad que pocos incluyen a voces de condiciones tan excelsas como los anteriores: Rafael Orozco, Silvio Brito, Jean Carlos Centeno, Jorge Celedón, Silvestre Dangond. Aquí pasa como con los cuatro ritmos festivaleros que, aunque nazcan otros, pareciera que esa puerta se cerró para que no entre nada más.
No me resulta fácil responder porque la pregunta amerita un elemento adicional. ¿Quién es el mejor en qué? Si me preguntan quién es el más popular, el más famoso, el máximo fenómeno de la música vallenata, el más carismático, pues el mejor cantante sería Diomedes Díaz. Si, en cambio, me piden opinar sobre la mejor voz, la mejor vocalización auténtica del vallenato diría que es Jorge Oñate. Si se trata por el timbre, prefiero a Iván Villazón. Si me preguntan por el color de la voz, me gustan Silvio Brito y Jean Carlos Centeno. Silvestre sería mi mejor cantante en teatralidad, espectacularidad, versatilidad, energía en el escenario, el segundo fenómeno de la música vallenata después de Diomedes. En potencia, vigor, expresividad, espontaneidad nadie la gana a Poncho Zuleta. Si se me pregunta en estos momentos, las mejores voces actuales son las de Jean Carlos Centeno y Silvestre Dangond.
Los cantantes son como esos gallos que tienen su gallera preferida. Ivo Luis Díaz, por ejemplo, bien pudiera estar entre los “mampanos” por su portentosa y bien afinada voz, pero no ha podido tener ni un solo éxito nacional en su larga trayectoria. A Diego Daza, Churo Díaz o Mono Zabaleta les faltaría muchos centímetros para medirse con el hijo de Leandro en una parranda; pero en una tarima de concierto lo dejan botado.
Desde otra arista, si la pregunta se la hacen a un “cholombiano” de Monterrey, el podio de mampanos cambiaría mucho, Diomedes se mantendría, pero detrás de Rafael Orozco y no les parezca raro que entre los “grandes” cantantes te nombren a Jean Carlos Centeno, Jorge Celedón Alex Manga, Miguel Morales y Nelson Velásquez. En Paraguay Amín Martínez es más famoso que Diomedes. Un rolo seguro mete entre los mejores a Jorge Celedón y en el Chocó, Farid Ortiz tiene sitial asegurado.
Pasamos a los acordeoneros. Buenos acordeoneros es lo que ha tenido el vallenato, pero cada uno tiene su fuerte y sus puntos débiles. Si me preguntan quién ha sido el acordeonero más influyente en la historia del vallenato, mi respuesta es Luis Enrique Martínez. No ha sido el mejor, pero definió los cánones que consagraron a sus epígonos. Muy cerca de este, Andrés “El turco” Gil, el más virtuoso en cromatismos de todos los acordeoneros por su conocimiento del lenguaje musical. Desde que surgieron Martínez y Gil, no hay acordeonero que no haya tomado técnicas y recursos creados por estos dos genios. Muchos tuvieron más fama subidos sobre las bases que ellos crearon.
Si me preguntan por la digitación, técnica depurada, creatividad y tercer gran influenciador para los demás, Israel Romero sería mi apuesta. Ahora, si se trata de versatilidad Alfredo Gutiérrez es inigualable. No es el mejor del vallenato, pero sí el mejor acordeonero del país indiferentemente del género musical que interprete. Juancho Rois ha sido un genio de versatilidad y si muchas veces un acordeón me ha hecho erizar los vellos, ha sido los interludios del Conejo: el acordeón que me suena más sabroso. Pero, así como Luis Enrique, tenía su punto débil en la puya, Israel en el son y merengue, así que Alfredo Gutiérrez podría ser el más completo. Emilianito Zuleta y Colacho Mendoza, ganarían en la fuerza expresiva de sus notas, lo que llaman “nota pesada”.
Muchos puristas del vallenato, no dudan en entronizar a Cocha Molina o Álvaro López como los más grandes acordeoneros actuales. Son inmejorables en una parranda, en fajarse en un merengue. Pero, no se entiende que, si son tan buenos, los cantantes tengan que contratar a otros acordeoneros para que graben canciones bailables o que requieran llevar la creatividad a otro nivel. Son buenos en lo suyo, el estilo festivalero, pero en una tarima distinta a la de un concurso o en una grabación, Franco Arguelles, Rolando Ochoa, Juan Mario De La Espriella u Omar Geles le darían cátedra. Entonces, el mejor acordeonero depende de la performance, hay buenísimos para festivales (Omar Hernández, Nemer Tetay, Almes y Hugo Carlos Granados), pero cuando saltan de un concurso a un estudio de grabación deben hacer cola detrás de otros.
El tema también pasa por determinantes de tiempo y espacio. A un joven centennials o millenials le interpelará más un acordeón “jamaqueao” que uno rutinero. Un melómano que se apropió el vallenato sensiblero de los 90, preferirá un acordeón más calmado como el de Niky López, Emerson Plata o el Israel Romero post Rafael Orozco. Mi generación preferiría un Israel Romero anterior, Juancho Rois, Ismael Rudas o Pangue Maestre. Mi papá muy seguro habría preferido un rutinero como Alejo, Abel Antonio o Enrique Díaz. Por otro lado, un melómano raizal de Valledupar, escogerá un Colacho, Emilianito, Luis Enrique o Cocha Molina, estilos picados o festivaleros. En cambio, un sabanero se inclinará o por un acordeón melancólico, de notas largas, frecuencia de tonalidades menores como un Andrés Landeros o Gilberto Torres; los sabaneros de zona rural es posible que escojan a un Miguel Durán Olaya con su estilo de acordeón emulador del canto.
Terminamos con los compositores. ¿Quién es el mejor compositor? Díganme compositor de qué. Porque Escalona es genial, pero no le ganaría a Romualdo Brito componiendo canciones bailables, ni a Rosendo Romero en canciones líricas. Cada uno tiene su fuerte. Escalona fue el primer gran revolucionario de la composición vallenata en la estructura de las estrofas, gran letrista, con envidiable capacidad para la síntesis, el primero que tuvo conciencia estética, pionero de oficio de compositor junto a Tobías Pumarejo; fue el primer autor vallenata que supo meterse en el alma nacional. Así que, si me preguntan por grandeza e ingenio, quién ha sido el autor vallenato más aclamado en Colombia: Escalona sería el primero.
Gustavo Gutiérrez, padre del paseo lírico es el más nostálgico e intimista de todos los compositores; Leandro Díaz el más reflexivo y mejor merenguero; Luis Enrique Martínez el más narrativo; Rosendo Romero el más inspirado entre todos los poetas del vallenato, el más lírico, el punto más cercano a la poesía culta logrado en el vallenato.
Romualdo Brito el de mayor tiempo de vigencia, el más prolífico y uno de los dos más completos en su propuesta junto a Hernando Marín y Sergio Moya: tan solventes en el paseo lírico, como en el medio y el rápido, la temática social, costumbrista como la amorosa. Nadie le gana a Rafael Manjarréz en el léxico, el espíritu trovadoresco y la complejidad de la frase musical. Los Calderón (Roberto, Amilkar y Efrén) son los reyes de la musicalidad en sus canciones como es José “Chiche” Maestre del estilo lacerado y lo maravilloso. Omar Geles, junto a Calixto Ochoa van a la vanguardia de la versatilidad; Geles con el tiempo superará a Romualdo en número de canciones, un rey midas para hacer éxitos como lo fue Calixto. La naturalidad expresiva, la espontaneidad sin asomo de artificio o de canciones sin alma ni historia ponderarían como los mejores a Emilianito Zuleta, Edilberto Daza y Marciano Martínez.
Como vemos, hay muchos “mejores” en mi escalafón, por eso me resulta tan difícil responder a esa pregunta. Cada “mejor” en el vallenato tiene un lugar exclusivo de reino, un sitial que potencia sus bondades y otros que muestran opacidades.