El país conoció lo poderoso de usar la viralidad, los bots y las estrategias para llegar a masas con este tipo de información, desde el plebiscito del 2016 que buscaba refrendar los acuerdos de paz firmados en La Habana. Desde el mismo partido Centro Democrático se reconoció haber manipulado el voto a través de esta oscura maniobra que muchos atribuyen al maquiavélico arsenal de asesores políticos como el venezolano J.J Rendón. Poco después, ante denuncias de algunos medios, se conoció que este mismo partido tenía toda una nómina y sedes que funcionaban como “bodegas” donde un equipo de tuiteros, creaba y hacía circular a través de bots, virulencia mediática, ataques contra políticos, periodistas y personalidades no afines al gobierno o a su corriente ideológica. Uno de los más reconocidos bodegueros, Miguel Polo Polo, disfrutaba de contratos del gobierno Duque como compensación y hasta llegó al congreso.
Esto hizo que la campaña presidencial de 2018 se enfocara más en desprestigiar al rival que en vender al candidato que les paga a los bodegueros. Desde entonces, el bodeguero se hizo común en cada campaña. Incluso, las víctimas de estos, generalmente candidatos de izquierda, también hoy usan estas bodegas.
Hay varios roles en los bodegueros con un modus operandis específico. Unos son los que diseñan los contenidos. Otros se encargan de alimentar las redes sociales y así poner a circular rumores, fake news, “refritar” viejos episodios, noticias o escándalos que afecten a algún político, todo eso para tratar de influir sobre la decisión de voto de los ciudadanos y hasta oponerse a alguna de sus reformas o políticas. El Twitter y el WhatsApp son medios más usados para llegar a viralizar sus mensajes.
Por otra parte, está el que en últimas no recibe ningún rédito de esta actividad, el “regalado” se podría decir. Ese que ni es candidato y a veces ni militante, no recibe remuneración por lo que hace, pero se encarga de hacerlo circular en cuanto grupo esté vinculado. Es un reproductor acrítico, no le interesa de dónde provenga el mensaje, si la fuente es confiable o no, si es verdad o falsedad, si entraña discurso de odio, discriminación o injuria. Lo único que le interesa es si hace daño a la imagen de aquel político al que odia, sea Petro o Uribe, Santos o Duque.
Ese bodeguero “regalado”, atiborra sus grupos con memes, audios, videos de supuestos “expertos” que, mientras conducen un auto o fuma un cigarro, hacen “sesudos” análisis políticos muy convenientes para la agenda de desprestigio de un gobierno o figura política. Son estos mismos bodegueros los que terminan fastidiando y disolviendo al grupo de WhatsApp con tan rutinaria y disociadora manera de participar.
El bodeguero regalado, desde que amanece afina su búsqueda para encontrar cómo fastidiar a ese político que odia. Goza con los fracasos del gobierno que no está alineado con su orientación política, pero siempre oculta los pecados de quienes representan su ideología. No duerme tranquilo, se torna un obsesivo y paranoico: en toda acción o discurso del político que odia, ve lo malo, lo mira con sospecha y busca un mensaje que se oponga.
No todos los bodegueros regalados son simples ignorantes o de bajo nivel educativo. Incluso, en La Guajira hay muchos con varios títulos hasta de pos estudios como los docentes Blas Medina, Pablo Rodríguez de Riohacha y Luis Emilio Solano de Fonseca; reconocidos periodistas como Jesús Solano en Maicao, entre los más emblemáticos y obsesivos bodegueros anti petristas del departamento.
El bodeguero regalado no es nada feliz, es un triste, decadente y preocupante papel en el que han caído muchos que al final, no son sino víctimas de la polarización política que vive el país. En lo especial, me inspiran lástima y los veo como aquel Quijote luchando contra molinos de viento en los que creía ver enemigos. El bodeguero regalado, con su rol apasionado y sin recibir nada a cambio (ni logra cambiar nada con su actividad), seguirá en su desgastante rol incendiando redes como un pobre e improductivo aporte a la política y la vida social de esta posmodernidad. ¿Conoce usted alguno?
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