Vallenato en metarrelatos

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.

Atributo de la música vallenata es su capacidad testimonial, uno de los rasgos de tradicionalidad identificadas como riesgo en el Plan Especial de Salvaguarda de esta música. Es evidente su potencial para dar cuenta de historias, vivencias, dramas, conflictos que van, desde el ámbito de la intimidad subjetivista hasta lo social, político y cultural.

El cantor vallenato, ha hecho de sus cantos una épica persona, tejiendo en versos lo que ha sido su vida, con altos y bajos, con amores y desamores, con presencias y ausencias, con gustos y disgustos. Para un ejemplo, Diomedes Díaz dejó contada su biografía en sus canciones, desde su nacimiento (“26 de mayo”) hasta la premonición de su fama póstuma (“Cuando me muera”).

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Pero, en algunas ocasiones, esa historia contada casi siempre en primera persona, nos presenta un metarrelato, es decir, se trata de la manera cómo cuenta el autor la historia que otra persona, a su vez, le testimonió. La mayoría de veces, eso ocurre sin que el público así lo perciba, solo queda entre esas infidencias que atesoran los melómanos de lo que sucede detrás de las canciones. Así que, lo que creemos que es testimonio y experiencia del autor, resulta ser que, es un autor que asume la voz de otra persona para contar su historia.

Un ejemplo de esto, ocurre con la célebre canción “Me dejaste solo”, éxito de Alfredo Gutiérrez y autoría del guamalense José Garibaldi Fuentes. No se trata de una experiencia propia, sino de la tragedia sentimental que para otro autor, paisano y amigo, Julio Erazo, representó la muerte de su compañera, Rosalba Beleño, en un accidente entre Ciénaga y Barranquilla. Es la misma musa que inspiró la canción “Rosalbita” que grabó también Jorge Oñate. Ante el abatimiento y la muda congoja que produjo este drama en su colega, “Gari” Fuentes se puso en su lugar y, tomando su voz, cantó la elegía:

“Me dejaste solo/ Muñequita consentida/Pronto te marchaste/Dejándome una honda herida/Eras mi alegría/ Desde que fuiste chiquita/ Mucho te quería/ Porque tú eras muy bonita/ Hoy te canto triste/ Para recordar la historia/de nuestro romance/ Que guardo yo en mi memoria/Dios quiso que pronto/ Te marcharas de mi lado/ Dejándome penas/ Y el corazón destrozado/ Rosalbita consentida/ me dejaste solitario…”.

Con menos tragedia pero con mucho drama, tenemos otro ejemplo en la canción “A mis hijos porqué”, interpretación de Silvio Brito y Osmel Meriño. Cierta vez en Maicao, su autor, Mateo Torres, nos confesó que no se trataba de una experiencia personal, sino su metarelato de lo que le testimonió su colega Edilberto “Beto” Daza en Valledupar. Torres, fue solidario con el dolor y escarnio que sufría “Beto” Daza ante el recordado episodio de infidelidad de su esposa, de la cual surgieron canciones como “Color de rosa”, “La veterana” y “El profeta”. Daza le confesaba que, tanto él como su esposa podrían asumir culpa por sus errores, pero que los hijos estaban cargando el peso de la separación de sus padres. Eso motivó la canción de Mateo Torres:

“No los debes someter/a ese castigo social/que su mamá nada es/y al responsable será
a quien deben condenar/pero a mis hijos por qué/a ti, si te pueden sancionar/ a mí, pueden juzgarme también/a mí, lo que merezca pagar/o a ambos, pero a mis hijos porqué…”.

Por último, si un autor es reconocido como visceral y trágico, ha sido José Alfonso “Chiche” Maestre. Una de las canciones más trágicas del vallenato es “El culpable soy yo”, grabada por Diomedes Díaz y Juancho Rois. Nada más conmovedor que el llanto de un hombre que pide castigo a Dios, porque su novia le confesó embarazo y, en lugar de apoyarla, le dio la espalda, ésta muere al provocarse un aborto. La canción no puede ser más desgarrada:

“Yo quiero pedir/Dame un castigo, Señor/Yo no merezco perdón/Yo no soy bueno/Yo vi su dolor/Pero me puse a reír/Pensé que era más feliz/De aventurero/Y vi frente al mar miles de niños reír/ Casi me quise morir de sentimiento/Llevabas en ti, un pedacito de mí/ Que un día esperaba contar todos mis sueños…”.

Cuando Maestre sintió la recriminación de algunas personas por el rol cobarde del protagonista de la canción, debió aclarar, con otra canción, que él no había sido quien tan mal jugó a la desdichada mujer. Se trataba de lo que le había ocurrido a una ex novia con un conocido suyo. Es entonces que, para librarse de culpa, compone “El verdadero culpable”:

“Dónde estará el verdadero culpable de un destino tan cruel/Yo sufría tanto al mirarte entregada y él se reía de ti/Yo no podía ni siquiera decirte él te va a hacer morir/
Y ahora que vives en mi pensamiento lo puedes comprender”.

Pero, no es única canción en la que “Chiche”, nos presenta como propio, un drama ajeno, lo que evidencia que se trata de un consciente recurso retórico. El éxito de Farid Ortiz y Emilio Oviedo, “Melodía para Dios”, nos cuenta cómo el protagonista, amando a una mujer, es obligado a casarse con otra; la cual había sido embarazada por otro sujeto, pero, al mejor estilo de Ángela Vicario, en “Crónica de una muerte anunciada”, señala a un culpable que no lo es:

“Una muchacha con fruto en su vientre/ Dijo el padre soy yo. / Yo no niego noviazgo con ella/Pero, se terminó alguien vio mi lugar/Yo me fui de su vida enseguida/A mi tierra natal
Y me comprometieron/ por aquella mentira”.

En entrevistas, al autor reconoce que tampoco es el protagonista, que solo es la voz de otra voz para contar la historia de tragedias ajenas en estos dos casos. De esta manera, se demuestra que nuestros autores no solo son la voz testimonial de sus propios dramas, sino que también prestan su voz para encarnar la experiencia de quienes les cuentan sus testimonios.

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