La peregrina
La diversión corría por cuenta de la peregrina, la lleva, el kimball, el fusilao, el congelao y
cuando se estaba un poco indispuesto, las piedrecitas, si no había plata para un parqués con un colorado tablero de vidrio.
La diversión corría por cuenta de la peregrina, la lleva, el kimball, el fusilao, el congelao y
cuando se estaba un poco indispuesto, las piedrecitas, si no había plata para un parqués con un colorado tablero de vidrio.
El libro se publicó bajo el sello de la casa editorial Santa Bárbara, con la coordinación de Alejandra Herrera Lora y la edición literaria de Alfonso José Ávila Pérez, consta de 190 páginas.
Si al finalizar de una tarde estás en mi pueblo, es inútil que parpadees pretendiendo aclarar tu visión, pues no es una ilusión óptica, tampoco es un juego de tu imaginación, esa imagen que supera un cuadro de cualquier artista impresionista, ¡es real!, los atardeceres más hermosos del planeta nacen por estos lados.
Cuando aquel empresario palestino construyó Aurora, regaló un manantial de cultura a mis paisanos y no solo nutriéndolos de cine, pues ahí también se presentaron algunas veces artistas, cantantes, títeres y mimos y hasta cualquier político presidenciable, en el intento de convencer con su parlantina a los riohacheros, desde el balcón del legendario teatro, nos echó su discurso.
Dios hizo lo suyo a la perfección y nos regaló una posición geográfica privilegiada, así que este cuento no es con Él. El lío es con la otra luz, la eléctrica.
El dolor, manifestado en requiebros, tocan sus picos más altos en dos momentos: cuando el ataúd llega a casa y cuando parte para el funeral. De resto, es un sube y baja de emociones que desciende con el cansancio y se enciende cada vez que un amigo o pariente se hace presente.
Recuerdo además que en cada luto de mi casa, se abría un fólder donde se agrupaban todos los marconi que llevaba en una bicicleta medio chueca, un flaco y lánguido cartero, que obviamente era odiado y perseguido por todos los perros de la cuadra; antipatía recíproca expresada con piedras, ladridos e insultos.
Esa última vez, hoy hace un año, en la que Dios me regaló la certeza de tu inminente partida, me dediqué a hacer todo lo que pudiera hacerte feliz, sabiendo que no te volvería a ver. Así pasé 50 mágicos días construyendo momentos de recordar, pues sabía que de ahí se nutriría esa serenidad que necesitaríamos cuando llegara el momento del último adiós.
Eras el valor y la dignidad. Sí, claro que sí, porque aún con tu guayuco y tu palo (bastón) y tus harapos desgastados de lluvia y de sol, mimetizados con el color de tu piel, que era el mismo del barro del desierto, infundías tanto respeto como cualquier rey bañado en oro.
Las matronas de mi tierra están todas hechas en el mismo molde.
Foto: © Alejandro Cock P.