Solo nos quedan los obituarios

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Por Weildler Guerra Curvelo.

Durante esta pandemia hemos suspendido los rituales que realizamos para despedir a familiares y amigos. Solo nos queda el consuelo de los obituarios como tributo a esas vidas perdidas. Un obituario destila la esencia de la vida de un ciudadano y refleja la valoración dada en una sociedad a la vida misma y a los atributos considerados sobresalientes en la trayectoria de una persona. Estos valores son tan cambiantes como la sociedad y nos permiten observar cómo se transmite la memoria pública y qué consideramos digno de recordar en la historia de un individuo. Esto afirma la historiadora y periodista Janice Hume en un libro tan estimulante como pertinente llamado Obituaries in American Culture, publicado antes de la pandemia actual.

Aunque cada muerte es una cruda realidad, usualmente solo se consideran dignas de registrar en los medios las de aquellas grandes figuras de la política, la economía, el cine o la literatura. El periodista Glenn Rifkin, encargado de los obituarios en The New York Times, opina que deberíamos recordar también las vidas de aquellos ciudadanos que no son simples estadísticas, sino “personas con nombres, rostros y un asiento en la mesa del comedor”.

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Ante la avalancha de muertes causadas por el COVID-19, algunos medios de comunicación en el mundo han otorgado gran importancia a los obituarios. La Vanguardia de Barcelona creó una sección llamada “Los nombres que debemos recordar”. The Seattle Times abrió una llamada “Lives remembered”. Los italianos fueron pioneros en este campo y algunos de sus diarios dedicaron hasta diez páginas a los obituarios. Para lograrlo tuvieron que vincular personal adicional en sus redacciones. Gracias a esto, el diario L’Eco di Bergamo cuadruplicó el número de sus suscripciones digitales. Estas decisiones han contribuido en cierta medida a humanizar la pandemia.

Un obituario es un relato idealizado de la vida de un ciudadano y, por lo tanto, es también la representación de un ideal. Se busca honrar su vida a través de una especie de filtro sobre sus hechos y valores que son aportados en la descripción y relatos de sus amigos y familiares. Como dijo Daniela Taiocchi, una editora italiana, “si nos referimos a alguien que en vida vendía vegetales, no aludiremos a la calidad real de sus frutas y verduras, sino a las relaciones que mantenía con sus clientes”.

Cada día que pasa nos golpea con la noticia de la muerte de alguien conocido o cercano a nuestros afectos. No alcanzamos a sobreponernos de un hecho doloroso cuando nos abate un golpe nuevo y devastador. Ello me recuerda que cuando apenas era un adolescente pregunté a mi tío abuelo indígena sobre cuál era la mejor forma de honrar la vida de un ser querido. Él me respondió que era la de hacerle un digno y memorable funeral. Hoy con los rituales en pausa ello es casi imposible, aunque siempre podemos enaltecerlos con un perdurable obituario. Uno que recuerde que su tiempo en este mundo no debería haberse agotado y que había muchas razones por las que debían vivir.

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