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Nostalgias de Uribia y su Festival wayuu

                

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Por Abel Medina Sierra

En nuestro devenir como pueblo fiestero, La Guajira ha visto morir y nacer eventos; unos, cuya trascendencia fue tan mínima que apenas quedan brumosos recuerdos, otros cuya ausencia han dejado un vacío por el impacto y la apropiación social que llegaron a tener en la comunidad. El ejemplo más relevante de este último caso, es el célebre Festival de la cultura wayuu de Uribia que tuvo vida hasta el 2018.

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A los niños de Uribia que apenas se levantan, habrá que decirles con tono nostálgico y llorada lontananza que, su hoy próspero municipio llegó a tener el más importante festival étnico de Colombia y la fiesta de más alto contenido cultural en La Guajira y la frontera colombo- venezolana. El Festival de la cultura wayuu, fue   declarado en el 2006 por Ley 1022 del Congreso de la República como Patrimonio Cultural de la nación y que para el Ministerio de Cultura y toda la institucionalidad cultural éste certamen era muy relevante como instrumento de salvaguarda del patrimonio cultural indígena.

Incluso, para quienes no somos uribieros, constituía el certamen que más ha concitado el pensamiento, el arte, los saberes, la academia, las tradiciones y el jolgorio entre los festivales de este departamento.  Este festival congregaba una nutrida asistencia de indígenas tanto de Colombia como de Venezuela, era lugar de encuentro de profesionales y estudiantes de antropología y sociología de todo el país. Allí en Uribia se propiciaban encuentros de saberes de los wayuu con otras etnias, allí conocí guambianos y paeces, los voladores de Papantla de México, aborígenes peruanos, entre otros. Era el único de nuestros festivales a los que llegaban muchos visitantes nacionales y extranjeros solo atraídos por ei interés étnico y la amplia agenda académica y no tanto por los conciertos o galas nocturnas.

El festival de la cultura wayuu fue gestado por el Comité Cívico pro cincuentenario y progreso de Uribia liderado por la ilustre dama María Idalides Plata de Brugés en 1986. Inicialmente se denominó Festival de arte wayuu y en 1987 se organizó la primera versión por una junta que presidía María Concepción Iguarán, siendo elegida Rosa Iguarán como primera Majayut de oro. Entre sus eventos estaban los concursos de baile yonna, el concurso de las majayut de oro, ejecución de instrumentos musicales típicos, concursos de recitadores de cantos narrativos (jayeechi), deportes y juegos tradicionales, muestras artesanales, esculturas, pinturas, gastronómicas, de moda étnica, encuentro de putchipus, foros, concursos literarios infantiles.

Además, tanto wayuu como arijunas, se congregaban en las presentaciones musicales con agrupaciones de talla nacional e internacional. Para muchos era también el festival del chivo, la pasarela del vestuario típico wayuu, el reencuentro con la “Polarcita” y el “churro”, la gran fiesta de la indianidad como de la interculturalidad, porque no solo era el festival de los wayuu, también de los uribieros criollos.

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Bajo el liderazgo de la tristemente desaparecida matrona Nohora Díaz Mejía, el festival vivió sus tiempos bonancibles con una programación cada día más diversa y de altura. Ella supo rodearse de personas con mucha experiencia en la producción de eventos como Doménico Restrepo y Rafael Ramos, potenciando la oferta étnica y cultural hacia una proyección que sedujera no solo a los wayuu sino al público diverso.

Antes que los gobernantes locales decidieran que era mejor acabar el festival y programar conciertos que terminan en fiestas privadas en sus patios, Uribia estaba inserta en el mapa de grandes eventos en la región con un festival que era orgullo para los wayuu y para todos los guajiros. Lo último que queda, como en el mito de la Caja de Pandora, es la cultura que es la esencia de la espiritualidad, es lo perdurable. Por ello, los wayuu deben alzar la bandera caída de este evento que era su escenario natural para encontrarse con sus paisanos diseminados y separados por las fronteras nacionales. Es la principal vitrina para sus productos culturales, espacio de visibilización de su potencial simbólico, su universo mágico y colorido, su portentosa reserva creativa.

El Festival de los uribieros y los wayuu no debe mirarse como una fiesta más. Es también la oportunidad de poner sobre la mesa de discusión, bajo el escalpelo de los académicos, intelectuales, científicos, líderes y portadores de tradición, la problemática que afecta hasta la misma supervivencia de la etnia. El festival es una tribuna y las crisis necesitan de éstas; las voces de la etnia, las de aquí como las de La Guajira venezolana, tienen en Uribia su espacio para ser multiplicadas desde su resonancia. Uribia no puede perder protagonismo en su condición de “Capital indígena de Colombia” y en los días del festival es que se puede vender esa imagen, no solo por las manifestaciones de la etnia que se promocionan, sino por los diálogos de saberes con etnias de otras regiones del país.

Si, Uribia tuvo una vez un festival grande y de gran posicionamiento binacional. Los wayuu tuvieron su festival. Es hora que alguien se acuerde de estas gloriosas calendas de Uribia y una gesta renaciente les devuelva a los wayuu y a los guajiros un festival que nos colmaba de orgullo.

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