Por Matty González Ferrer.
Jorge Epieyú nunca se sintió cómodo ni con su nombre ni con su género. Y desde la más tierna edad lo expresó con sus gestos y su comportamiento, lo cual le mereció el rechazo no solo de amigos y conocidos sino también el de su propia familia. De hecho, sus primeros años de vida estuvieron marcados por el maltrato y una taladrante discriminación que se acentúo cuando, ya adolescente, empezó a comportarse abiertamente como una mujer.
Esa circunstancia fue la que la llevó a tomar una decisión definitiva: marcharse de su casa, pues era la única forma de escapar de humillaciones y vejaciones sin cuento y empezar a luchar por el respeto de su identidad, ejerciéndola libre y soberanamente.
Desde entonces su atuendo fueron las mantas, pañoletas, collares, aretes y pulseras multicolores que adornan los cuerpos de las mujeres de su cultura, y su oficio, planchar y lavar en las casas que buenamente quisieran contratar su humilde servicio. Tal el destino que se reserva a quienes en su cultura se asumen como distintos, desafiando usos y costumbres. Como señala el colectivo Caribe Afirmativo en un artículo sobre las personas LGTBI en la cultura wayuu, “cuando se trata de un hombre gay o de una mujer trans, la persona puede terminar explotada bajo la excusa de “si eres eso, ponte a cocinar, tienes que actuar como mujer””.
Pero Georgina, que fue el nombre que adoptó cuando se hizo consiente de que sus caminos eran distintos a los de los machos de su pueblo, no se arredró y emprendió la búsqueda del reconocimiento legal de su irreductible diferencia pese a las dificultades y sinsabores que le tocó enfrentar. Quería dejar atrás para siempre el nombre de Jorge Epieyú y ser reconocida legalmente como Georgina Epieyú. Así debía constar en su documento de identidad, el cual tramitó cuando tenía 23 años, ataviada ya con prendas femeninas.
Pero no logró, o por lo menos no logró que se le entregara el documento, pues en esa época el derecho a la identidad sexual y de género no figuraba en política pública alguna, lo cual constituía un obstáculo insalvable para lograr su propósito. De modo que habrían de pasar muchos años antes de ver su sueño hecho realidad.
Paradójicamente fue una coyuntura trágica la que la puso en camino de lograr lo que había buscado desde su ya lejana juventud. A raíz de la pandemia del covid 19, en efecto, la necesidad de contar con su cédula se hizo apremiante, pues sin este documento no podía acceder “a recursos y beneficios” para sobrevivir en medio de la difícil situación impuesta por la peste.
Fue entonces cuando decidió interponer un derecho de petición para que se le otorgara la plena ciudadanía como mujer trans nacida y criada en Uribia, La Guajira, y de esa manera “empezar a ejercer civilmente con mi nombre y condición de mujer trans Wayuu”. En esta ocasión, a diferencia de lo que ocurrió en 1975 cuando lo intentó por primera vez, el entorno institucional favorecía su pretensión, “pues las recientes conquistas en materia de identidad y género que se han dado en mi país me motivan hacer esta petición”, la cual está respaldada además por sentencias de la Corte Constitucional, la Constitución Política y leyes y decretos que amparan los derechos de los pueblos indígenas y de la comunidad LGTBI.
Su abogada Estercilia Simanca dijo que la mujer nunca estuvo de acuerdo con su nombre masculino, Jorge Epieyú. Además señaló que su nombre se escribe con J, pero que por algún motivo al revisar los registros oficiales en un apartado del documento su identidad quedó escrita con G”, como lo destacó la revista Semana.
Esa argumentación encontró oídos receptivos y mentes abiertas en sus destinatarios de la Registraduría Nacional del Estado civil y, gracias a ello, a sus 69 años Georgina Epieyú es la primera mujer transgénero wayuu. El Registrador Nacional Alexander Vega, tras las diligencias de rigor, señaló que solicitó toda la documentación a la Registraduría de Uribia para que Georgina pueda obtener su cédula de ciudadanía lo más pronto posible y así ejercer todos sus derechos como ciudadana colombiana. La consecuencia inmediata de esta decisión, según explicó Estercilia Simanca es que Georgina podrá afiliarse al sistema de salud de manera inmediata. “Queremos la mejor EPSI para ella”, precisó.
Se trata entonces de un avance civilizatorio por partida doble, pues protege los derechos de dos minorías encarnadas en una misma persona. Pero además es un ejemplo de cómo profesionales genuinamente comprometidos con la defensa de los derechos humanos pueden contribuir con sus luces y conocimientos a corregir situaciones y eventos abiertamente contrarios a la dignidad humana, como lo hicieron en este caso los antropólogos Jonathan Luna, Laura José Almazo, el documentalista David Hernández Palmar y sobre todo la abogada y escritora Estercilia Simanca Pushaina, sin cuyo concurso difícilmente el justo reclamo de Georgina hubiese salido avante.