Familias y escuelas: Aliados contra el acoso escolar

Mientras transcurrían algunos minutos para que junto con mi hijo pudiéramos ingresar a su nuevo colegio el primer día de año escolar 2023 en Buenos Aires, nos sentamos en una cafetería ubicada en la esquina. Un café para mí y una tradicional medialuna para él fueron nuestra grata compañía durante la breve espera. En el televisor presentaban las noticias y una me conmocionó: Un par de gemelas migrantes provenientes de Argentina, el país que nos recibió el pasado mes de enero habrían intentado suicidarse juntas lanzándose desde su vivienda ubicada en un tercer piso en una localidad de Cataluña; una de ellas falleció (Alana) y la otra (Leyla) se encuentra en delicado estado de salud con pronóstico reservado debido a la gravedad de sus heridas. La razón es, dolorosa y probablemente una de las más comunes: Acoso escolar. Los testigos de los constantes padecimientos de las niñas en su colegio cuentan que ambas eran rodeadas, recibiendo gritos y violencia física por un grupo de compañeros, quienes reclamaban su condición de migrantes pues les decían que se regresaran a su país, se burlaban de su acento y en el caso de Alana (fallecida) de su identidad de género pues la niña recientemente se había cortado el cabello provocando el rechazo de algunos en el ambiente escolar.

Al terminar de tomar aquel café que se tornó amargo ante el dolor de la noticia, recordé algunos apartes de mi propia historia frente a ese terrible flagelo que ha azotado a los niños y jóvenes escolarizados probablemente desde hace centurias, pero que, paulatinamente se ha ido agudizando, llegando al doloroso momento en que nos encontramos. En la primaria fueron múltiples los episodios en los que padecí de acoso. Desde ser víctima de burlas por los bellísimos disfraces que mi mamá confeccionaba para fechas especiales como carnaval y halloween, o de haber sido invitada a cumpleaños que realmente se llevaban a cabo en lugares distintos a aquel en el que se me había informado, que mi torta de cumpleaños número 10 fuera tirada al piso, o que se me pusiera en conocimiento de situaciones de tipo familiar que en otros artículos he compartido y que no tendría por qué saber a mi corta edad. Estos fueron solo algunos de los momentos que, lograron no sólo ponerme triste y que generaron frustración o enojo en mis papás, si no que me llevaron inexorablemente a desahogarme con ellos hallando su protección y solidaridad y por supuesto, poniendo en conocimiento de la directora lo que sucedía. Hoy cuestiono respetuosamente los procedimientos implementados en aquel momento que, probablemente buscando “no darles mayor importancia a estos episodios” y por supuesto, dar un “manejo prudente y silencioso” a lo que sucedía hicieron que muchas veces me sintiera desamparada en el ambiente escolar. Sin embargo, también he aprendido con el tiempo que: Lo que sucede, sucede por una razón, y lo que sucede, siempre es lo mejor.

En el bachillerato también ocurrieron innumerables episodios, especialmente al acercarse la culminación de esa etapa. Recuerdo con detalle las reiteradas humillaciones de una compañera cuyo particular comportamiento grosera denotaba abiertamente antipatía hacia mí, y que constantemente expresaba comentarios hirientes respecto de mi aspecto físico por el acné que sufría, por mi contextura corporal, por el tamaño de mis orejas, y que además saboteaba la amistad que mantenía con otras personas cercanas a nuestro entorno estudiantil, indisponiéndome con quienes consideraba en ese momento, amigas muy queridas. Alguna vez fui rodeada de forma amenazante por un grupo de compañeras en la llamada hora de aseo que se desarrollaba al finalizar la jornada escolar y que muy juiciosas hacíamos nosotras las estudiantes. Nada mayor pasó pero fue un momento intimidante y hoy recuerdo como si fuera ayer. El propósito de hacerme daño de cualquier manera fue tan firme, que me encontré abriendo mi corazón a nuevas amistades y compartiendo al final con quienes habían sido compañeras y luego se convirtieron en grandes amigas hasta el día de hoy… Ellas sabes quienes son y les agradeceré siempre el cariño con el que me acogieron. Lo vivido y que recuerdo sin dolor, no impidió que ocupara el primer lugar en cada periodo académico de 1996 cuando cursaba once grado, que fuera la Secretaria del Consejo Superior y que resultara elegida Vocera Estudiantil por voto popular, representando el colegio en diversos escenarios.

Mientras veía a mi hijo en el acto de rendir honores a la bandera de otro país, pensaba en el error que muchos padres cometen al convertir a sus hijos con su mal ejemplo en potenciales victimarios. Si en un hogar se cometen actos de desconsideración hacia el prójimo, se habla o se actúa de manera anti empática, se dialogan “temas de adultos con lenguaje adulto” frente a los más pequeños, se evidencia racismo, se atropella a los más débiles o se acepta la crueldad de alguna manera, esto moldeará de manera determinante a quien más adelante será una fuente generadora de injusticias, conflictos y violencia en el ambiente escolar. Ignoro si esto vivieron en su momento los peculiares referentes de bullying en mi testimonio, pero, el ambiente en las familias postmodernas creo que nos debe llevar necesariamente a reflexionar sobre el tipo de espacios que cultivan el carácter cruel que se complace del sufrimiento ajeno a temprana edad y que propicia o celebra la victimización de los otros.

Todo parece indicar que mientras en las familias, padres y cuidadores sean permisivos con los comportamientos insensibles y groseros de niñas, niños y jóvenes, y en la escuela se le dé deliberada y sistemáticamente la espalda a la confrontación de situaciones que generan alertas tempranas, lamentablemente casos como el de las gemelas sean recurrentes teniendo en cuenta las altas tasas de suicido adolescente e incluso infantil que dolorosamente llegan a través de las plataformas digitales y los noticieros a lo largo y ancho de la amplia geografía mundial. Hay todo por hacer, y tanto familias como escuelas son aliados en la creación de un presente y futuro más bonito para las nuevas generaciones en ambos espacios pues como lo afirmó Oscar Wilde: El mejor medio para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices.

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