Durante años hemos buscado respuestas afuera: en el ruido, en el hacer, en el reconocimiento, pero olvidamos que hay un lugar sagrado al que siempre podemos volver: el cuerpo. En esta columna reflexiono sobre el cuerpo como templo, como mensajero y como medicina, un territorio que guarda memorias del alma y las claves para nuestra sanación y expansión.
El templo olvidado
Durante siglos, muchas tradiciones espirituales vieron el cuerpo como un obstáculo o como algo a trascender. Se pensaba que el alma era lo elevado y el cuerpo lo mundano. También por años hemos creído que el cuerpo es una especie de recipiente al que le cabe de todo y al que hay que exigirle rendimiento. Lo disciplinamos para lucir bien, lo forzamos a seguir rutinas de productividad, lo callamos con medicamentos cuando dolía, pero rara vez lo escuchamos de verdad.
Hoy, afortunadamente entendemos que el cuerpo no es un estorbo, el cuerpo es un portal en el que habita nuestra historia, nuestros vínculos, nuestras heridas no resueltas. Cada parte del cuerpo lleva una memoria: el pecho guarda duelos no llorados, el estómago retiene emociones digeridas a medias, la espalda carga culpas y mandatos.
Ese templo es un espacio sagrado donde habita nuestra conciencia y a través del cual vivimos, amamos, sentimos, nos enfermamos y nos transformamos. Volver al cuerpo es un acto de amor radical, es recordarnos que la espiritualidad también se vive con los pies en la tierra, con la respiración presente, con la piel despierta.
El cuerpo como mensajero
Cuando aparece una enfermedad, cuando hay un síntoma persistente o un dolor que no se va, muchas veces el cuerpo está gritando lo que el alma no ha podido decir.

No es castigo, es mensaje. No es obstáculo, es acceso.
En mi caso, fue la piel la que habló primero, una sensibilidad inesperada que me llevó, casi sin querer, a detenerme. En ese aparente malestar, encontré una puerta, no hacia afuera, sino hacia adentro. Mi cuerpo me estaba mostrando lo que mi alma ya sabía, pero yo aún no entendía o no me atrevía a ver.
Visto desde esta perspectiva, el cuerpo es un aliado, un guardián amoroso que nos recuerda lo que aún necesita atención: vínculos que duelen, límites no puestos, emociones retenidas, heridas que no se han nombrado.
Escuchar al cuerpo es escucharnos.
Cuerpo, ciclos y conciencia
El cuerpo también es naturaleza; respira con la tierra, pulsa con la salida del sol, reposa con la noche. Su sabiduría está conectada con los ritmos del mundo: las fases de la luna, las estaciones, los silencios. En el caso de las mujeres, esta conexión se vuelve aún más visible a través del ciclo menstrual, un compás interno que nos invita a habitar nuestros propios tiempos, a honrar la energía cambiante de cada etapa.
Y sin embargo, vivimos desconectados de esos ciclos. Dormimos menos, comemos sin hambre, respiramos superficialmente. Olvidamos que el cuerpo no es una máquina, sino un organismo sagrado que necesita tiempo, quietud, nutrición y ternura.


Honrar nuestros ritmos es parte de la conciencia corporal, es recordar que también somos tierra, agua, fuego y viento. Es aprender a detenernos, a elegir desde el sentir, a recuperar la sabiduría de lo simple: caminar descalzos, comer en silencio, respirar con intención.
Habitar el cuerpo, sanar en movimiento
El cuerpo también puede ser medicina. A través del movimiento consciente, la respiración profunda, el descanso, la nutrición y el tacto amoroso, activamos procesos profundos de sanación. Incluso prácticas simples como caminar, bailar o hacer yoga pueden ayudarnos a desbloquear emociones, recuperar energía y reconectar con la sabiduría interior.
Volver al cuerpo no es solo escucharlo, es también cuidarlo, sostenerlo, agradecerlo, es asumir la responsabilidad de habitarlo desde la presencia, sin exigencias, sin juicio. Cada pequeño gesto de cuidado es una forma de volver a casa.
El camino de regreso
Esta columna no pretende ofrecer respuestas absolutas, sino abrir un espacio para sentir y recordar.
Quizás tu cuerpo ha estado esperando que lo escuches.
Quizás ese síntoma que llevas arrastrando es una historia que busca ser contada.
Quizás tu verdadero hogar no está afuera, sino debajo de tu piel.
Hoy te invito a hacer una pausa y preguntarte:
¿Qué me está diciendo mi cuerpo en este momento?
¿Qué necesita de mí?
¿Estoy habitando este templo con amor y conciencia?
Porque no podemos sanar sin el cuerpo y tampoco podemos evolucionar si no aprendemos a tocarlo con respeto, a escucharlo en silencio, a abrazarlo con verdad.
Que habitarte sea una caricia consciente y que el camino de regreso comience por ti.