Por Eliana Melo Brito
En nuestra cultura solemos mirar la enfermedad con miedo o rechazo, como si fuera un error o un castigo. Pero, ¿y si fuera una forma en la que la vida nos invita a aprender? ¿Y si el síntoma no fuera el problema, sino el mensaje? La enfermedad, tanto en quien la experimenta como en quienes la acompañan, abre un espacio profundo para la transformación.
Los susurros del cuerpo
En la columna anterior exploré la idea del cuerpo como templo, como un territorio sagrado que guarda memorias, ciclos y verdades. Hoy quisiera seguir en esa escucha, atendiendo los distintos lenguajes que ese templo utiliza para comunicarse: desde las primeras señales silenciosas hasta los síntomas que interrumpen la vida cotidiana.
El cuerpo habla, incluso cuando no duele; avisa con insomnio, cansancio constante, tensión en la mandíbula, pensamientos que no se detienen, falta de aire sin causa física. Son pequeñas alarmas que no siempre atendemos, pero que pueden marcar el inicio de un desajuste más profundo.
Desde una mirada integradora – que honra el cuerpo no solo como forma, sino como experiencia emocional, energética y viva -, sabemos que lo que no se expresa, se codifica. Lo que no se siente con consciencia, el cuerpo lo guarda. Y cuando esa información retenida se acumula sin ser liberada, el cuerpo busca una vía más intensa para hacerse escuchar.
Atender los primeros mensajes es una forma de cuidado. Escuchar lo que el cuerpo intenta decir, antes de que tenga que gritar, puede ser el inicio de un camino más amoroso con uno mismo.
Pero si no lo hicimos, si el ruido de la vida fue más fuerte que esos susurros, no estamos perdidos. A veces, el cuerpo alza la voz y aunque duela, ese grito también puede ser una puerta, una invitación más firme, más urgente, pero igualmente sagrada.

El lenguaje urgente del cuerpo
Cuando los mensajes sutiles no han sido escuchados, el cuerpo alza la voz.
La enfermedad irrumpe entonces como un lenguaje urgente: puede llegar como un golpe inesperado o como una incomodidad que se ha vuelto insoportable, pero rara vez aparece sin sentido.
Nos detiene, nos confronta, nos llama. No para castigarnos, sino para movilizarnos. A partir de ella se activan sistemas, decisiones, vínculos y aunque suele ser incómoda o dolorosa, trae consigo lo que ha estado contenido: emociones no expresadas, cargas heredadas, ritmos insostenibles. La enfermedad transforma.
Es un llamado a volver al templo: al cuerpo en toda su dimensión —física, emocional, energética y espiritual— y a todo lo que aún no ha sido atendido.
Caminos para escuchar
Escuchar al cuerpo es una forma de presencia. Es una actitud humilde que se cultiva, más que una técnica que se aprende. No siempre sabemos hacerlo, a veces porque nadie nos lo enseñó, a veces porque tememos lo que podríamos descubrir. Pero siempre estamos a tiempo de comenzar.
En ese camino, todo puede ser parte del mapa: la medicina que diagnostica, las terapias que abren memorias, los vínculos que nos espejean, los silencios que nos muestran, el cuerpo que insiste. No hay una única vía ni una fórmula precisa.
Escuchar es afinar la percepción, es volver al cuerpo como quien vuelve a casa.
Escuchar es entender que cada síntoma tiene una historia, cada dolencia, una dirección y cada manifestación física puede ser un portal hacia algo más verdadero.
Escuchar no siempre sana de inmediato, pero transforma la forma en que habitamos el cuerpo y desde ahí nos invita a revisar lo que somos, lo que sostenemos…y quizás lo que estamos listos para soltar.
