Diatriba para Ana Del Castillo

Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*.

El altamente desagradable y más reciente (nunca será el último pues cada semana ocurre uno) episodio de rifirrafe entre la cantante Ana Del Castillo con su colega Iván Villazón, motivan esta aplazada diatriba, la cual hace rato quería escribir, pero la prudencia me detenía, sujeta por la siguiente explicación.

Comienzo diciendo que, asumo el riesgo que esta diatriba sea atacada y troleada por fuerzas “indignadas” o de defensa del feminismo por tratarse de una mujer a la que dirijo mis cuestionamientos. Vivimos un momento histórico en el que se ha exacerbado el tema de género a tal dimensión que, aunque sea común las diatribas a un personaje público masculino, sea político, futbolista o artista; pero, si esta es mujer, se mira con sospecha de sexismo o machismo.

Para un ejemplo: no han faltado los que salen a defender a la “pobrecita afrodescendiente” de Yeni Ambuila, la “inocente tomada como chivo expiatorio” Aida Merlano o la “princesa” Oneida Pinto a quienes la atacan dizque porque los machistas no toleran que una mujer, quien dice ser wayuu, haya llegado al poder. Lo mal hecho, lo es, venga de quien venga, sea mujer o sea hombre. Si Villazón se hubiese despachado con “catapilas de v..” y sus “siete mil quinientas millones de veces de HP”, el país exacerbado, estaría indignado en un espontáneo movimiento “pro Castillo” y en defensa a ultranza de “esa aguerrida chica provinciana que se atrevió a ser famosa en un medio machista como es el vallenato”.

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Ana, la que se ha hecho famosa con buena voz, pero también con toda la dinamita que pone a todo lo que hace y dice, la que cada semana arma un escándalo como andamio al éxito, la que mueve las redes por arrebatos a veces
lésbicos y en otros de “hombreriega”, la que ha reconocido que ha probado de todo, desde el lesbianismo hasta la droga, la que no le avergüenza su alcoholismo, ha generado toda una novelería inédita en el mundo de la farándula vallenata.

Estábamos acostumbrados a que Diomedes dejara a su público esperando en un concierto, a que a veces saliera con un “no sea sapo, lambón, marica” a un fanático que le pide con insistencia una canción; a los problemas de drogas de algunos de nuestros famosos cantantes, a que Silvestre lanzara puyas a sus colegas en tarima, o que por redes sociales dos intérpretes intercambien algunos insultos y a los días se abracen en reconcilio. Pero todo eso y mucho más se nos vino con esta chica, la que bien demuestra con creces lo que decía García Márquez: los colombianos nos caracterizamos por la desmesura.

Es de alarmarse cuando Ana Del Castillo sale en videos gritando obscenidades, besando a una amiga, confesando sus adicciones o mostrando senos, ya que todos conocimos la imagen de Rita Fernández, tan casta que nunca se casó. Tenemos aún la imagen de una sufrida Patricia Teherán, de Kissy Calderón, María José Ospino, Marina Quintero o Lucy Vidal. Todas unas damas, una carrera intachable y decorosa. No es que se le pida a Del Castillo que las emule, solo que dimensione su desmesura, que siempre tenga al lado a alguien, con algo de prudencia, para que le arrebate el celular cuando la insolencia, la borrachera y la insensatez se apodere de ella y la mueva a publicar sus comentarios sin prever las consecuencias.

Insisto en que, en Ana Del Castillo, como en la caja de Pandora, se nos viene todo, lo bueno y lo malo. Por eso, me atrevo a decir que es un verdadero Frankenstein en su estilo. En ella, se reúne lo malo y lo bueno de Diomedes Díaz, Silvestre Dangond, Madonna, la Tigresa de Oriente y Paquita la del Barrio.

De Diomedes tomó tanto sus adicciones como sus incumplimientos a los compromisos artísticos, también su confesa promiscuidad.
De Silvestre, su prurito por cazar peleas con los colegas, su irrefrenable lengua que no conoce
la prudencia; pero también, así como de Diomedes, sus grandes cualidades vocálicas, su espontaneidad provinciana, su carisma y expresividad. De Madonna sus atributos físicos, su potencial como “bomba sexi”, su coquetería y falta de pudor, su don de seducir y utilizarlo a favor de su escalamiento al éxito. Nunca en el vallenato habíamos tenido una bomba sexi como cantante, eso es novedad y Ana cada día va a mostrar un poquito más, hasta que no nos sorprenda que se empelote algún día en plena tarima. De La Tigresa de Oriente, Anita parece haber tomado su desfachatez, la desmesura y la chabacanería, lo burdo de sus gestos y palabras. Por último, de Paquita la del barrio, nos ofrece como parte de su coctel, el tono arrabalero y directo, su inclinación a cantar canciones en las que toma venganza de los hombres, lo contra hegemónico, lo contestatario, pero poco sutil de sus canciones.

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Ana revolucionó el mundo del vallenato que pensaba haberlo visto todo en Diomedes y Silvestre. Algunos se preguntan si ella los escogió como modelo comportamental, es decir, si es una impostura para, igual que ellos, llegar al éxito, lo que sería un mal precedente para los nuevos artistas. Finalmente, cierta vez mi amigo Alberto Salcedo Ramos, cuando publicó su diatriba contra Silvestre Dangond, me confesó que algo se le olvidó: decir que era talentoso.

Para no caer en esta omisión, concluyo diciendo que la bella Ana Del Castillo tiene todo el talento y el carisma para encantarnos a todos, incluso a quienes escribimos diatribas en su contra.

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