Esta micro-crónica de mí último libro “Los dos nacimientos de García Márquez y otras historias a doble cerrojo”, muestra que en cuestión de epidemias: Todo tiempo pasado fue peor.
Por Fredy González Zubiría – Investigador cultural*.
Existen historias sin contar y quizás nunca sean contadas, como la sucedida en la goleta «Sirius» en su último viaje de Curazao a Riohacha, en 1856, en medio de la epidemia del cólera.
Demasiado tarde se percataron de que la mortal bacteria estaba en la pequeña nave. Uno a uno fueron falleciendo. Sin poder avisar a nadie, cada muerto era lanzado inmediatamente al mar. El capitán del barco, el holandés Jacob Van Duyin, llegó solo y enfermo a la costa de Riohacha. Alcanzó a anclar en su último suspiro.
Con las noticias de la peste en Curazao desde semanas antes y, al ver que nadie se asomaba, por precaución, los vecinos decidieron no acercarse a la embarcación. El cadáver del capitán se descompuso, el olor nauseabundo llegaba al puerto y se veía el revoloteo de las aves de carroña. Un espectáculo macabro.
Al terminar la cuarentena, Abraham Pinedo, vicecónsul de Holanda en Riohacha, decidió abordar el barco y rescatar las pertenencias personales y objetos de valor. La nave fue liberada del ancla y dejada a la deriva.
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Ese descomunal esfuerzo del moribundo capitán Jacob Van Duyin por llegar al puerto de Riohacha fue un mensaje lapidario: «todos morimos, no nos busquen». Les ahorró semanas, meses y años de búsqueda y zozobra a los familiares suyos y de la tripulación. Su historia no quedó escrita y tampoco quedó inconclusa.
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