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En defensa del piropo

Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*.

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Con abismal asombro, me enteré hace poco de una campaña agenciada desde oficinas estatales en Costa Rica y con acentuada divulgación mediática. El lema de la campaña es “El mejor piropo es el que no se dice”. Lo acompaña un hashtag denominado “#CalladitosMásBonitos”; una evidente mordaza a la expresión espontánea que, como el piropo, está arraigada en la cultura del hombre latino, cuando se trata de evidenciar que una mujer le gusta y le atrae.

Este es apenas una de las campañas que, a gritos, piden algunas bien intencionadas organizaciones feministas, pero que a veces, en el afán de una sociedad más igualitaria, exacerban lo que representa, para ellas, el acoso y la agresión sexual. El imaginario que se quiere instaurar con estas campañas, es precisamente, que un piropo no es un simple cumplido o acto de seducción sino, un grosero y hostil acto de agresión sexual que hace del hombre un depredador y la mujer, una mansa presa. Mucho coincido con la causa de estos movimientos, pero esta vez, so riesgo que se me acuse de machista, me pongo del lado de quienes defienden el tan estigmatizado piropo.

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El piropo hace parte del patrimonio cultural de toda comunidad lingüística; es uno de los géneros orales que dan cuenta de la creatividad verbal de los pueblos. Cabe dentro de la oralitura, junto a la los apodos e hipocorísticos, las adivinanzas, retahílas, chistes, coplas, trabalenguas, equívocos, retruécanos y jitanjáforas. Ninguno de los anteriores, han sido vistos con sospecha de ser un recurso oral de agresión sexual contra la mujer; pero el piropo, se está llevando toda la carga negativa que pretende llevarlo a constituirlo en delito universal, porque ya lo es en varios países. Es decir, es un patrimonio en riesgo con urgencia de salvaguarda de las leyes.

El piropo es un género oral pletórico de analogías, metáforas, con mucha creatividad en la imagen. El real piropo es aquel que media entre un hombre y una mujer desconocida (admiro a quienes lo hacen, yo nunca he podido piropear). Es espontáneo, nace impulsivamente al ver el encanto de una mujer donairosa que pasa al lado. Como es reactivo, no se puede contener con una campaña publicitaria ni manifestaciones de organizaciones feministas, está incorporado a los instintos más primarios del hombre. Se complementa con silbidos y gestos como un beso, una inclinación de vasallaje, de hinojos, una “picada” de ojo, cruzarse de brazos o tomar una postura de embeleso.

El origen de su nombre tiene pergenio, viene de pyropus, de origen griego, pero asociado por los romanos a piedras preciosas como el rubí. El piropo, como forma de flirteo, tuvo un pasado cortesano y asociado a la fina seducción de galantes nobles, rendidos como vasallos ante su doncella durante el siglo XVI. También los poetas cortesanos dedicaron sutiles “palabras encendidas” desde su escritura para que los enamorados las recitaran a las damas mientras ponían al piso su capa para que pasaran y pasaran sobre estas. De allí que el piropo ha sido un “cumplido”, es decir, una obligación del hombre para halagar a una mujer por sus atributos. Para algunos, obedece al principio según el cual, “el hombre se enamora por los ojos y la mujer por los oídos”. Yo te veo, me gustas, te ofrezco un halago verbal, te despierto el interés en mí.

Después, comenzó el “envilecimiento” del piropo, al hacer parte del arsenal de técnicas de seducción del hombre en la calle. Las clases populares: albañiles, taxistas, camioneros, vendedores ambulantes y estacionarios, crearon el piropo callejero, más relajado, menos sutil, ese que muchas veces traspasa la línea entre cortesía y chabacanería, entre halago y acoso. Cuando una mujer pasa entre muchos hombres, si todos la piropean, es natural que se sienta acosada. Por eso, el piropo no debiera ser “en gavilla”. Mucha distancia hay entre un “Como ha avanzando la ciencia que los bombones ya caminan” a un burdo cliché como “Qué bonitas piernas, a qué horas abren”.

Son precisamente, este tipo de piropos los que agreden la integridad de la mujer, focalizan solo los atributos físicos y desencadenan las entendibles reacciones en contra de esta práctica de piropear. Pero, hay géneros como el trap y el reggaetón en los que algunas letras son explícitamente ofensivas contra la mujer y no hay compositores presos por esto. Por los piropos crudos e irrespetuosos no debemos condenar todo un género y una práctica milenaria de la humanidad.

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Uno de los argumentos de quienes satanizan el piropo, es que la mujer no lo pide ni expresa su decisión a recibirlo. Tampoco hemos visto que los poetas y compositores pidan permiso para dedicar sus versos; un hombre enamorado no requiere de una licencia otorgada por la mujer para iniciar el cortejo. El piropo no es un baile en el que el hombre le pregunta a la mujer, con la palabra o el gesto, si le “concede una pieza”, el piropo es osado atrevimiento, si no, pierde su gracia.

Por otra parte, conozco muchas mujeres, que llegan a casa henchidas de orgullo y vanidad cuando han recibido muchos piropos en la calle; también las que se frustran cuando esto no sucede. Les pasa como las que se acicalan tanto para ir una fiesta donde nadie las invita a bailar. Podrán decir que son mujeres “acomplejadas” o “cómplices” de los machistas, pero mujeres al fin, con voz y opinión. Sólo que hay muchas que quieren hablar por ellas. Generalmente, el discurso femenino está secuestrado por mujeres que quieren hablar por todas, sin tener en cuenta si representan el pensamiento y la posición de la mayoría.

Mujeres, lo que está en crisis no es piropo, es el uso, cada vez más relajado y poco creativo de la lengua. No solo se ha hecho prosaico, directo y procaz el piropo, también las líricas de las canciones, incluso, el lenguaje literario con la poesía coloquial. No pidamos el exterminio del piropo, sino más creatividad y mesura en ellos. El piropo, como expresión patrimonial, merece salvaguarda; la mujer, respeto y dignidad.

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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