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El viche como patrimonio: ¿Oportunidades para nuestro “churro”?

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.

Nos volvieron a brincar adelante. Se avisparon primero y picaron antes que nosotros. Las comunidades afro del Pacífico colombiano, específicamente las de Valle del Cauca, Cauca y Chocó, quienes sí han sabido aprovechar que los últimos 5 ministros de Cultura son de esa región, metieron el golazo al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, quienes en días recientes, avalaron la postulación de saberes y tradiciones asociados al viche del Pacífico para que inicien el proceso de declaratoria como patrimonio inmaterial de los colombianos.

Lo que en el Pacífico colombiano se conoce como viche o biche (se aceptan ambas grafías), no es otra cosa que la bebida alcohólica y curativa que en gran parte del Caribe colombiano se conoce como “ñeque”, algunos le llaman “caña” por el vegetal del que se produce y que, aquí en La Guajira y parte del Cesar, llamamos “chirrinchi” que se abrevia como “churro”. La diferencia entre el viche y nuestro churro, es que la tradición afropacífica aprovecha la alta producción en sus territorios para destilar el fermento de la caña cruda, en cambio, el ñeque y el churro, se elabora con la cocción de su derivado que es la panela, especialmente, la llamada “casco de mula”.

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Estas comunidades que gestan la patrimonialización del viche, hace años que han tecnificado su producción y hoy se consigue el viche en supermercados con envase y etiqueta, además en varias presentaciones y derivados. El viche también es la base de otras bebidas típicas y afrodisíacas del pacífico como el Arrechón, que incluye clavos y especias aromáticas, el Tumbacatre, con esencia de borojó y chontaduro. Una diligente gestión ante el Congreso, derribó la trabas que le imponía el Invima y los monopolios de licores, al ofertarlo, no como bebida alcohólica, sino como espiritual y asociado a prácticas curativas tradicionales.

Pero, mientras el viche avanza raudo en el camino del prestigio, nuestro churro naufraga aún en las aguas del envilecimiento. Mancillado como el trago de los impecuniosos y “chirrincheros” de las plazas de mercado y parques; invisibilizado en las rancherías de wayuu y asentamientos de la sierra nevada de Santa Marta, donde palía la abulia de parrandas y velorios. El churro es mucho más que la alternativa artesanal para una “pea” barata con el fardo de un guayabo monumental. Así como en el Pacífico, está asociado al trabajo de parteras, balsámica terapia para desmayos y dolores, receta infalible de los “sobadores” y “componedores de huesos” y cucuriacos curadores de mordeduras de serpientes.

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Muchos de los rituales mágicos y curativos de las outsus o piaches wayuu, incluyen baños o bocanadas de yosh como se denomina el chirrinchi en wayuunaiki. También el mamo de las etnias de la Sierra Nevada conoce y aprovecha sus secretos para torcer los designios y leyes de la naturaleza. En pueblos como Atánquez y Caracolí, la tradición en la destilación del churro es muy arraigada, de allí que casi todos los alambiques que llegaron desde los años 50 a Maicao y otros municipios del norte, eran de caracoliceros como las familias Guerra y Murgas.

En el sur de La Guajira, el consumo de churro es muy generalizado, aún entre personas de clase media. En Riohacha, tuvo su furor en los años 90 cuando, muy cerca de la Universidad de La Guajira, existió la famosa “churroteca”, donde los estudiantes se congregaban después de clase para entregarse al delirio sabroso de un “Bruscana” o un “Olparrinchi” que eran las modalidades ofertadas según la botella de envase.

Un Ministerio de Cultura que no solo privilegie la cultura del Pacífico y la organización de nuestras comunidades portadoras de tradición, bien podrían ampliar el espectro de beneficios de esta declaratoria. La inclusión del ñeque, la caña, el churro en la misma lista representativa de manifestaciones del patrimonio inmaterial de la nación, sería una oportunidad para apalancar la revitalización de saberes, la productividad y el empleo en nuestras comunidades, así como la tecnificación de prácticas ancestrales. No se trata de convertir a los “chirrincheros” en protectores del patrimonio, sino de patrimonializar legados y generar apropiación social desde la economía familiar y comunitaria. Esta declaratoria, traza una ruta a seguir para que nuestro emblemático “churro” tenga ascenso social, porque el cultural lo tienen desde hace mucho.

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