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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.
Ríos de tinta han corrido en la prensa regional y mucho más en las redes sociales, mucha saliva gastada en corrillos y charlas informales, muchos manteles se han extendido en los recurrentes “consejos de seguridad”, hasta con ministro de Defensa a bordo; todo esto para “analizar” la problemática de la inseguridad en Maicao. Aunque el alcalde actual, y algunos anteriores, saquen a relucir frías cifras que revelan disminución del delito en grueso, en La Guajira, el imaginario que se tiene de Maicao, evidencia que ahí están “los muertos que más hieden”, para usar, con el perdón de los lectores, una frase popular. Aunque, a veces, en Riohacha esté más disparado el delito que en Maicao, siempre ha habido la percepción de esta última como más insegura.
Entre los factores que se suelen mencionar está el tema de la migración, pandillas eventuales y organizadas de los barrios informales, bacrim y su sistemática extorsión. Pero, hay un factor que se ha mantenido invisible y que, según los mentideros no oficiales, tiene disparado el delito que más impacta en la percepción de seguridad: el homicidio selectivo. Se trata de una nueva ola de narcotización de la economía en Maicao.
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No solo se trata de Maicao, porque abarca buena parte de la Alta Guajira, pero en Maicao es que residen muchos de los actores involucrados y parte esencial de la cadena. Se está volviendo muy común que, se produzcan atentados cuando algún ciudadano se moviliza en su costoso carro, se baja para entrar a su casa, se estaciona en algún lugar. Las autoridades policiales de Maicao, no suelen dar versiones al respecto. Pero, Maicao es una ciudad donde todo se sabe, menos la Fiscalía y la Policía. Como dije una vez en un escrito, cuando se produce un homicidio en Maicao, al día siguiente en la Plaza Bolívar o los pasillos de la Alcaldía se sabe por qué lo mataron y quién pudo ser su determinador.
En Maicao no fue tan visible la bonanza marimbera. Los pocos “culopuyus” que hubo en Maicao para esos dorados años 70, llegaron de Riohacha. Para entonces, a los maicaeros los atraía más bien el contrabando de licores, cigarrillos, abarrotes y hasta el de café. Para los años 90, se produjo lo que algunos llamaron “la narcotización” de la economía maicaera. La ciudad se llenó de “capos”, sus nombres figuraban en los saludos de los cantantes de moda; unos incursionaron en la política. Ellos hasta ponían alcaldes, concejales y diputados. Pero, como suele ocurrir en el bajo mundo, algunos de los principales referentes de esta bonanza, cayeron y no precisamente por muerte natural, otros fueron extraditados y, no faltó el que cayó en la ruina.
Pero, la fiebre del narcotráfico pareciera estar apoderada de nuevo de la frontera caliente. Las evidencias son claras: los múltiples y casi semanales decomisos que hace las autoridades de grandes cargamentos de droga que vienen camuflados en mulas, buses, contenedores y furgones con destino a la Alta Guajira. Primero llegan a Maicao donde son almacenados, luego van hacia “caletas” cerca a los puertos naturales de Uribia y Manaure, desde donde son despachados al extranjero. Todo el negocio implica una cadena de empleos: “la mosca”, “bodegueros”, “transportadores”, los de “logística”, los “guachimanes”, los que cargan y descargan, los que hacen los mandados y hasta los del trabajo sucio. Muchos de los muertos y heridos en atentados en los dos últimos años en Maicao, hacen parte de esta cadena. Cada vez que se produce un decomiso significativo, lo que se espera es que corra sangre porque, no es que nuestra policía haga uso de la tal “inteligencia”, pues la única que tiene son los “sapos”. Precisamente, estos “sapos”, la competencia y quienes interfieren en un “corone” son las eventuales víctimas en este bajo mundo.
Maicao se llenó de capos y “capitos” de nuevo. Lo triste de esta historia es que muchos de los nuevos capos son indígenas. Está de moda entre los jóvenes involucrarse en este mundo, se ufanan de trabajar para “El patrón”, alentados por el afán de estar “bien montados”, casi siempre andan con un buen whisky y hembras a bordo, darse vida de ricos, descrestar “roncando plata” y buscar que los cantantes vallenatos los mencionen en sus canciones y presentaciones. Nada bueno trae esto, intensifica la violencia que nunca se ha ido de Maicao, cambia la orientación económica de la ciudad, ante todo malogra el futuro de nuestra juventud y cobra vidas. Ojalá esta segunda ola de narcotización sea efímera.