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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.
Iniciaba la década de los 90 cuando llegó a la Universidad de La Guajira, un intelectual muy circunspecto y apegado a la racionalidad; crítico literario y poeta muy letrado con altos pergaminos académicos. Su nombre: Gabriel Alberto Ferrer, aunque nació en tierras del Sinú, se había formado académica y literariamente en Bogotá. A él le debo mucho en el manejo del ensayo literario, de su mano descubrí la narratología como modelo de análisis literario posestructuralista; al cubano Lezama Lima; a Germán Espinosa, el genio eclipsado por García Márquez. Poco después llegó, también a darnos clases en el programa de licenciatura en lenguas modernas, su brillante y hermosa esposa, Yolanda Rodríguez Cadena. Era lingüista y había estado en Europa, con ella nos adentramos en la recién desempacada semiología, el análisis del discurso, la texto-lingüística y la dimensión hermenéutica del discurso venida del posmarxismo. Su fluido francés, lenguaje técnicamente sofisticado y altas credenciales académicas, siempre me descrestaron. Ambos editaron la primera investigación sobre etnoliteratura wayuu y Ferrer fue, incluso, asesor ideológico y cultural de Danny Brito en su aspiración a la alcaldía de Riohacha. Para esos tiempos, nuestra universidad, a pesar de ser de provincia, se preocupaba por buscar por todo el país, docentes de alto perfil que aún no habían sido reclutados por las grandes casas de estudios, así vino Juan Moreno, Hernando Motato, el filósofo Rubén Maldonado, Julio Morales, Carlos Ortega, Clara Forero, entre otros. Incluso, algunos de nuestros profesores de inglés venían de Inglaterra a través de intercambios, eran los tiempos bonancibles de la academia y la cultura en nuestra alma mater.
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Con Ferrer, seguimos el camino ya desbrozado por literatos como Hernando Motato, Armando Granda y Clímaco Pérez. Había una fiebre por la literatura de la que nos contagiamos muchos estudiantes, hoy reconocidos como escritores tales como Poncho Camargo, Juan Argel y este servidor. Volviendo a Gabriel Ferrer, no solo era uno de nuestros más admirados docentes, sino una gran influencia. Para un grupo de compañeros de la facultad, conocidos como “Los caballos viejos” por estar integrado, en su mayoría, por veteranos docentes, fue también nuestro amigo personal, parte del grupo y quien compartía con nosotros los espacios de vida social.
Como sucedía con esos docentes de altos pergaminos, fueron jalonados por otras universidades, Gabriel llegó a la del Atlántico donde, en poco tiempo, se convirtió nada menos que en director de la maestría en literatura de Latinoamérica y el Caribe. Algunos seguimos en contacto con él, varias veces me invitó a cursar la maestría y hace algunos años motivé su venida como conferencista al Encuentro de Escritores La Guajira.
Algunos supimos que, la pareja Ferrer- Rodríguez se había convertido al cristianismo y dirigían la iglesia Berea en Barranquilla. Recibí algunos videos e invitaciones a sus rituales a los que presté muy poca atención. Hoy, Gabriel Alberto Ferrer, el casi venerado maestro de literatura, el muy racional, quien fue un faro académico en nuestros tiempos de estudiantes, es centro de atención -y hasta de burla- en la prensa nacional, no por sus obras literarias sino por obrar de una manera que raya en un sainete de extremo fanatismo religioso.
El país se escandaliza de la manera cómo, Ferrer indujo a un grupo de personas a una disciplina intolerante de echar de casa a quien no compartiera su credo, a confinarse en dos casas, la de su hogar en Barranquilla y la de retiro en el corregimiento de Isabel López, ante la supuesta amenaza del apocalipsis. El pastor Ferrer los convenció que era un iluminado, un mesías quien había recibido un mensaje claro de Dios, en el que fijaba como fecha del juicio final el pasado jueves 28 de enero. Ese día, según el pastor, acabaría la vida terrenal, llegaría Jesús a impartir justicia divina y resucitarían los muertos que hayan seguido el camino de la salvación. Sus feligreses, convencidos de esto, no solo se despidieron de sus familias, sino que renunciaron a sus trabajos- como lo hizo Ferrer ante Uniatlántico- y comenzaron a mal vender sus bienes.
El escándalo se hizo no solo nacional, sino internacional. Las familias de los confinados alertaron a las autoridades tras el ayuno ascético de casi un mes. ICBF intervino para retirar a los niños y garantizar sus derechos. La prensa instaló su “villa Berea” frente a la casa de los Ferrer en Barranquilla. Romerías de vecinos “no pegaron el ojo” la noche del miércoles 27 y amanecer del 28, esperando ver si se hacía realidad la profecía ferreriana o la reacción de los confinados al comenzar el “día final”. Muchos re encarnaron en Ferrer, la amenaza que fue David Koresh, el líder religioso de la secta davidiana que tras una “revelación” similar llevó su iglesia a un confinamiento que arrojó como resultado la muerte de 82 davidianos y 4 agentes del ATF en 1993, tras enfrentarse a las autoridades en Waco, Estados Unidos. No faltaron quienes recordaron al funesto pastor estadounidense Jim Jones quien, en 1978 convenció a su multitudinaria iglesia en Guyana que, el fin ya venía y era mejor adelantarse al apocalipsis. El resultado: 918 personas, incluyendo muchos niños se suicidaron en lo que se conoce como la tragedia de Jonestown. Más reciente, en 1994 en Suiza, Jouret y Di Mambro instaron a asesinatos y suicidios de miembros de su secta, la Orden del Templo Solar, con unas 48 víctimas. Aunque Ferrer divulgó un video dando parte “tranquilizador” frente al temor de un suicidio colectivo, práctica que condenó, los parientes de sus discípulos temen que mueran de física hambre por el prolongado ayuno.
La pregunta que nos hacemos quienes conocimos a Gabriel Ferrer y a su esposa en Riohacha es: ¿Cómo personas tan racionales, ateas, de ideas marxistas, académicos con todos los títulos posibles, terminen en una aventura que hoy aterra al país por su fanatismo y falta de mesura?¿Cómo el verbo, antes poético, de Ferrer logró convencer a tanta gente que era un interlocutor directo con Dios? ¿Cómo una supuesta “revelación” que, bien pudo ser un sueño, no se mantiene en lo personal, sino que se usa para manipular toda una comunidad religiosa? Auscultando con amigos comunes, la pareja Ferrer- Rodríguez vivió años críticos por la muerte de su joven primogénita a causa de un cáncer de piel; luego, otro de sus hijos nació con autismo. La fe fue su refugio, la entrega fue total, como si con ello buscaran expiar culpas. Pero, los resultados hoy no son alentadores ni redentores: su profecía resultó ser un engaño; su imagen como pastor queda como la de un falso mesías más; su iglesia se verá afectada por el estigma de inducir a sus feligreses al fanatismo radical; tanto él como sus compañeros de aventura espiritual quedarán sin trabajo y sin bienes. En suma, esta reciente “obra” del poeta y hoy pastor Ferrer, será tristemente recordada por su carga de insania. Lamentamos hoy lo que la religión hizo en estos amigos quienes no están aprovechando el lado bueno de la fe. Para fortuna de los pecadores, después del 28 de enero, nada nuevo hay bajo el sol.