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Por Amylkar D. Acosta M. – Exministro de Minas y Energía y Miembro de número de la ACCE.
“El arte es largo y la vida es breve”
Goethe.
No resistí la tentación de pergeñar estas dos cuartillas para compartir con mis lectores unas reflexiones y disquisiciones a propósito de los años, la edad y el paso del tiempo, ahora que arribo a mis primeros 70. Bien dice el cantautor vallenato Jorge Oñate que “bonita es la vida cuando uno está niño y cuando uno está niño quiere crecer ligero”, para después, con el paso de los años, añorar aquellos años mozos cargados de sueños e ilusiones sin límites ni barreras.
Esta es la contradicción que embarga a los humanos y que se repite en la edad provecta, que, al decir de Rodolfo V. Talice, en su magistral obra El arte de vivir intensamente 100 años, “el hombre la detesta, aunque parádojalmente se obstine en alcanzarla, por que ve en ella la imagen de su cruel despojamiento”. Entonces es cuando nos percatamos de la idea copernicana de que no es el tiempo el que pasa, somos nosotros los que pasamos mientras el tiempo permanece impertérrito.
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No obstante, viéndolo bien, no hay motivos para detestar la vejez y mucho menos para rehuirla, pues nacemos a la vida para llenarla y darle sentido y contenido. Con ella viene la paciencia, la madurez de juicio, el mayor conocimiento y la mayor capacidad de discernimiento, coadyuvante imprescindible a la hora de la toma de decisiones trascendentes y trascendentales. Este es el estadio de la vida que se ve compensado y recompensado con la inteligencia madura, aquella que está más cerca de la sabiduría. De allí el aprecio que tienen los pueblos indígenas por los ancianos de la tribu, por ser ellos portadores de los saberes ancestrales.
Coincido con nuestro laureado premio Nobel de la literatura Gabriel García Márquez en que uno nunca debe pensar “en la edad como en una gotera en el techo que le indica a uno la cantidad de vida que le va quedando”. Y más aún cuando remata diciendo que “la edad no es la que uno tiene, sino la que uno siente”. Al fin y al cabo, como afirma el gran pensador español José Ortega y Gasset, “la vida no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”.
Es muy triste llegar a la cima de los años, cuando estos se han desperdiciado inútilmente en naderías; pero es muy satisfactorio, cuando se ha tomado la vida como misión y no como carrera, pues en concepto de Ortega y Gasset “vivir implica tener una misión, en la medida en que se evite luchar por un propósito valioso, la vida será vacía”. Cuanto más cuando ese propósito ha sido “aprender a seguir aprendiendo, a hacer del aprendizaje”, como lo hizo Thomas Huzley, “una forma de vida, tal vez la mejor forma de todas las vidas posibles”. Justo este año completo 45 años ininterrumpidos dedicados a la docencia y a la investigación universitaria, después de los cuales he llegado a la conclusión de que ¡lo que a uno le queda mejor aprendido es aquello que enseña!
Bien se ha dicho que, por definición, el verdadero académico es “no sólo aquel que necesita de los libros, quien suspira por ellos, sino aquel a quien una sola idea, por elemental que sea, ordena y compromete la vida”. Y este es mi caso, las ideas con las que comulgo y he comulgado han ordenado y comprometido mi vida, pues siempre he militado en ellas, procurando siempre que guarde coherencia y rime lo que pienso con lo que hago, con lo que digo y lo que escribo, que siempre llevan la impronta de mis propias convicciones. Definitivamente nadie envejece por vivir un mayor número de años que sus coetáneos, ¡las personas envejecen cuando abandonan sus ideales!
Eso sí, respetando y tolerando las ideas y las opiniones ejenas, por antagónicas que sean con las mías, pues estoy tan convencido como el Poeta cantor Joan Manuel Serrat que “lo que más enriquece el pensamiento de uno es la pluralidad de pensamiento de los demás”.
Finalmente, como buen guajiro, mi totem es el cardón, el mismo al que nuestro juglar Leandro Díaz le compuso una de sus más hermosas composiciones, la que a la letra dice : “yo soy el cardón guajiro, que no marchita el sol…el cardón en tierra mala ningún tiempo lo derriba. En cambio en tierra mojada nace de muy poca vida. Por eso es que en La Guajira el cardón nunca se acaba. Es que la naturaleza a todos nos da poder. Al cardón le dio la fuerza p´a no dejarse vencer. Yo me comparo con él, tengo la misma firmeza”.