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La cultura del “Espantajopo”

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.

Si usted, amigo lector, visita con frecuencia o ha vivido en Barranquilla, de seguro sabe qué es un(a) “espantajopo”. Si busca en la web su significado, medios como El Heraldo en su “Manual para ser un perfecto espantajopo” lo define así: “dícese del individuo que tiene como obligación visitar los sitios de moda, sin importar si le gustan o no con tal de estar en la jugada. Le gusta aparentar ante sus amigos y hace lo imposible por figurar a como dé lugar”. Antonio J. Guzmán, autor del perfíl, reconoce sin tapujos que “No en vano Barranquilla es la capital mundial del espantajopismo”, por lo que los “quilleros” han sido tomado como quienes más han contribuido a diseminar y modelar este estilo de vida “bacana”, “avispada” y “arribista”. Si desglosamos el término, es quien, por estar aparentando lo que no es ni tiene, termina “espantando” a potenciales hembras.

Pero el espantajopismo no es exclusivo de los barranquilleros y se ha incorporado al modo de ser de la mayoría de jóvenes del Caribe colombiano; una forma de experimentar la vida citadina, el individualismo y el snob del que son presa fácil los jóvenes. Para lo sabaneros, un espantajopo es un “farto” (sufre de “fartedad”), para un riohachero es un “facistor” y en La Guajira, un “aparentador” o “pantallero”.

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En la música vallenata, podemos encontrar el espantajopismo en canciones como la de Franco Arguelles que con Peter Manjarrés, impuso en el 2003 “Salió pirata”, cuya expresión comenzó a ser acuñada en la región para denominar el espantajopismo: “El cd salió pirata/el disco no le arrancaba/la muchacha en la ventana/se pegó una trasnochada. (…) ella pensó que era pupero/y se le puso muy celoso/ella pensó que era pupero/y se estrelló, pam/ El hombre hablaba de marcas/de prendas fina y de plata /engañaba a la muchacha/y el novio salió pirata”.

La cultura del espantajopo tiene su origen en casa y lo vivimos con nuestros hijos, esos que se han vuelto, por nuestra concesión, veleidosos, snobistas, “marqueros” y arribistas, condiciones de aprestamiento al espantajopismo. Esos chicos que nos exigen matrícula en colegios privados de “puppies” donde el canibalismo es bestial para quienes sus padres no tengan cómo mantener estatus de “caché”. Te piden útiles escolares con stickers, marca Kiut y con motivos de la cantante de moda. Descrestan con las marcas, compiten por quién vive en la mejor casa, tiene Netflix, viaja más lejos en vacaciones y tiene el “celu” más caro. Cuando estén en media vocacional, se le escuchará decir “no sé si irme a estudiar a Bogotá o a Argentina” cuando tiene la certeza que va para la universidad pública. Crear la envidia de las compañeras de “cole” es lo más cercano a la felicidad, así que quien sus padres no tengan cómo mantener el descrestamiento, no le queda otro camino que espantajopear. Nuestros bachilleres no solo salen graduados en estudios medios, sino en espantajopismo.

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En nuestro contexto, se pueden identificar varias modalidades o maneras de “espantajopear”. La más común es la asociada a la moda porque es la más visible. El chico que no usa un suéter o camisa que no lleve la marca de Tommy, Lacoste, Ralph Lauren, Diesel; el calzado tiene que llevar la marca de Nike, Puma, Converse o Adidas, así como las gorras, es un espantajopo. Para estos, China se ha convertido en la fábrica de sus sueños pues de allá entra, a precio de “agáchate”, toda marca fina, pero falsificada para estimular el espantajopismo. También es espantajopo la dama riohachera que se va a Maicao a comprar un “tierrasantazo” y llega a una fiesta a presumir “lo compré donde Ana Matilde”. No falta la que se va a los remates, pero se lleva una bolsa de Ela, Strictis o Koaj para empacar lo que compra y presumir ante las vecinas.

Impajaritable para un espantajopo es estar conectado al máximo de redes sociales y ostentar miles de amigos, pedir casi rogando que le regalen “likes” a lo que publica porque es la manera de hacerse más visible. La selfie es su forma de estetizarse, así mismo y lo que está a su alrededor, una realidad “fotoshopeada”, la estética del simulacro de la que nos habla Broudillard en la que la hiperealidad supera la misma realidad. Así hace espantajopismo turístico: montajes que lo muestran en El Rodadero, Panaca o Cartagena cuando no ha salido de su cuarto.

En esa empatía con las redes sociales, aprovecha esa conexión como camino al “éxito y la felicidad”: encontrar por “face” un novio extranjero que la lleve a “alcanzar sus sueños”. Espantajopos son esas mujeres que ostentan “haber triunfado” porque un solterón o viudo que ya no encuentra mujer que se lo aguante en su país, se la lleva a vivir sin que eso represente que pueda trabajar y hacer un nombre propio como profesional, sino dedicarse a la vida doméstica de cocinar, planchar, lavar lozas, ropas. Y pensar que ostentan para darle envidia a las amigas y se mueran de frustración sus ex.

Aparentar ser un fino gourmet hace parte del estilo de vida. Donde quiera llega a comer, se toma una selfie, en especial si es una plazoleta de comidas o restaurante, nunca en un “corrientazo”. Es ese que suele presumir lo que come ante los amigos, pero que a veces pasa pena cuando lo visitan y encuentran almuerzo con arroz y queso rallado, pero lo justifica diciendo que ese día amaneció “antojao”. Espantajopismo musical es de los que sufren esos fanáticos “caza saludos” de los cantantes para dar a entender “que están en la pomada”, que cazan una foto con el músico de moda para aparentar que son “panas”, “llaves”. Están ahí donde quiera haya un concierto, se inaugure un sitio o esté de moda, así no tenga cómo consumir.

Espantajopo es, también, ese al que, en La Guajira, sus colegas del volante llaman “Carro mío”, pues suele ostentar que el vehículo que conduce es de su propiedad, pero siempre se descubre que es del patrón. Espantajopismo es descrestar con rituales y ejercicios de una cultura oriental, ser una chica o chico “fit” o vigoréxica, con dieta vegana la que abandona a lo que se topa con un suculento sancocho o churrasco, en fin, para los espantajopos toda moda y toda identidad no es una piel sino una camisa que se quita y se pone, o no se vuelve a poner.

Como espantajopismo ideológico y social, se puede calificar esa gente de estrato cero, que vive en una invasión y forra su casa con afiches de candidatos de un partido que nunca ha regalado una casa, favorece a los más ricos y acrecienta la inequidad; sin embargo, el humilde uribista (y arribista) defiende esa bandera “porque ahora sí se puede ir a la finca” y se autoproclama como “capitalista”. Relacionado con este tipo de espantajopos, está el electoral, el sedicente “líder” que en campañas busca afanosamente quien les aporte para la “logística” cantando miles de votos y manejo de “varias comunidades” cuando no tiene ni el respaldo de su misma familia.

El espantajopismo es un estilo de vida en una posmodernidad en la que es mejor aparentar que ser, una manera de no fracasar en una cultura de consumo y ostentación, un producto de la vida urbana y de la feroz competencia por trepar donde nuestros recursos y medios no nos permiten.

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