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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.*
Agradezco a tres amigos por conducirme, uno “de propio” y otros “sin culpa”, por estas cavilaciones que, desde hace buen rato me están raspando el ojo por las, cada vez, mayores dudas y espinas que me genera el tema. Por una parte, la tesis de Tomás Darío Gutiérrez en su libro “Cultura vallenata: origen, teoría y prueba” (1992), según la cual el vallenato es la expresión musical de lo que llama “cultura vallenata” o “el hombre vallenato”, es decir, los nacidos en el Valle de Upar. El tema se recalentó esta semana a partir de un ensayo sobre territorialización del vallenato de nuestro amigo Ángel Massiris, lo que, a su vez, llevó a que Alejandro Gutiérrez de Piñeres me incitara a un encendido debate virtual en el que también participó Luis Carlos Ramírez y Félix Carrillo Hinojosa. Como se ha pedido mi opinión al respecto, pues ahí les va.
La tesis de situar la música vallenata en el Valle de Upar, se trata más bien de una agenda personal de Tomás Darío Gutiérrez, él mismo reconoce en su libro que por muchos años esa denominación geográfica y política había entrado en desuso. Tal tesis, ha sido a veces reproducida por documentos del mismo Ministerio de Cultura; entendible, pues cada vez que un funcionario del Ministerio iba a buscar sustento teórico del vallenato a Valledupar, lo ponían en contacto con la “voz oficial” de la historia del vallenato en esa ciudad y miembro de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata: Tomás Darío Gutiérrez. Más recientemente, el PES de la música vallenata, otros documentos del Ministerio y distintas obras, haciendo justicia, se refieren al Caribe oriental (Magdalena, La Guajira y Cesar) o al antiguo Magdalena Grande como territorio donde nació y tiene mayor relevancia social esta música.
En este punto, es bueno citar al mismo Gutiérrez, Ciro Quiroz y otros autores, quienes han explicado que a esta música comenzaron a llamarla “vallenato” en el Magdalena, pues los provincianos y gente del actual Cesar, para llegar a Santa Marta, tenían como punto obligado de partida a Valledupar, así que decían “ahí vienen los vallenatos” por el gentilicio “nato del Valle”. De la forma como llamaban a estos viajeros, la palabra “vallenato” pasó a denominar la música de acordeón que hacían y llevaban consigo. De allí que desde finales de los 40, fue que la música antes llamada de cumbiamba, merengues, de parranda, de acordeón o provinciana, comenzó a ser conocida como “vallenata”.
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Contrario a Tomás D. Gutiérrez, tengo muchas dudas y resistencia a usar la denominación de Valle de Upar cuando debo referirme a la región en la que nació y tuvo arraigo inicial la música vallenata. Para ser justos, cuando esta música se fraguó, el territorio en el que tuvo cuna era parte, del Estado soberano del Magdalena (o Magdalena Grande). No hay evidencia que antes, existiese lo que hoy llamamos música vallenata. Esto explica por qué los primeros escritos de García Márquez hablaban de “música de acordeón del Magdalena” y uno de los primeros grupos en grabar que usó esta palabra se denominó “Los vallenatos del Magdalena” en el que estaban Aníbal Velásquez y los hermanos Román.
Hoy en día, esa entidad se fragmentó en los departamentos de Magdalena, La Guajira y Cesar. El mapa más preciso lo ofrece el “PES de la música tradicional vallenata” con 17 municipios del Magdalena, 13 del Cesar y 12 de La Guajira. Esto aclara que, no todo el antiguo Magdalena Grande constituye la zona nuclear o cuna del vallenato. Así que siempre tenemos que decir que parte de estos tres departamentos es el territorio de la vallenatía, pues no existe una denominación comúnmente establecida que sea precisa y cabal para esa comarca germinal.
Voy a otras razones. Por mucho que he tratado de indagar, nadie ni ningún documento me ha podido explicar cuáles son los límites del Valle del cacique Upar. Todos me remiten al libro de Tomás Darío, pero éste sólo me genera extravío porque aparecen cinco delimitaciones diferentes. Una, sin citar autor, dice que los españoles dieron este nombre a todo el valle situado entre la Sierra Nevada de Santa Marta, la cordillera de Los Andes, el río Magdalena y el sur de la península de La Guajira, en el sector precisamente bañado por la primera parte del recorrido de los ríos Cesar y Ranchería (p.42). Según esta, gran parte de la Provincia de Padilla, Riohacha y la tierra de Francisco El Hombre, no pertenecen al territorio del vallenato. Una página más adelante, Gutiérrez unilateralmente fija los límites “desde el rio Magdalena hasta Barrancas” (p.43), de donde se salta al noroeste del Valle (la zona de Dibulla). Sin embargo, cita una carta de un emisario, ingeniero español, quien describe y delimita: “El Valle de Upar está intermedio entre la cordillera de los Motilones y la parte del sur de la serranía de Santa Marta y está entre Valle de Upar y el río Magdalena” (p. 46). Aquí ya se borra todo el sur de La Guajira, pero incluye Norte de Santander. Una cuarta delimitación de Luis Striffler, quien recorrió la zona en el siglo XIX es la siguiente: “toda la parte del llano desde El Banco hasta cerca de Riohacha” (p.48). Aquí Striffler aclara que: “El nombre de Valledupar se aplica especialmente para designar a la población más importante de la comarca”, como sucede hasta ahora. Una quinta, más de “un historiador del siglo XVIII” de quien no menciona el nombre ni la referencia: “Todo el valle situado entre sierra y sierra, Sierra Nevada y Sierra de Maracaybo, el que viene a ser como un cañón de tierra que corre hasta Tamalameque por unas sesenta leguas” (Sic) (p. 46).
Años después, en un capítulo de la cartilla que sobre el vallenato editó el Ministerio de Cultura titulado “¡Ay hombe, juepa je!” (2015), Gutiérrez nos presenta una sexta y más amplia delimitación del Valle de Upar: “El gran escenario geográfico en el cual surge esta manifestación es el Valle de Upar, gran valle que se extiende desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta la serranía de Perijá, y desde Riohacha hasta el río Magdalena. En esta región se encuentra la Ciénaga Grande de Santa Marta (…), la Sierra Nevada de Santa Marta, el desierto de La Guajira (p.16). En esta nueva delimitación, ya se excluye la cordillera de Los Motilones, pero se incluye la zona de Ciénaga y Riohacha y el antes llamado Territorio Guajiro, invisible en las tres anteriores. No esboza los nuevos hallazgos que expliquen esa extensión, ni fuentes que la sustenten, por lo que se insinúa que es una hipótesis muy personal y re-elaboración de la primera. A estas teorías, el reconocido musicólogo Egberto Bermúdez, las ha llamado “mito fundacional del Valle de Upar” cuestionando la débil documentación y sustento.
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Además de las anteriores, me abruman motivos para sostener que, la denominación de Valle de Upar no es la más razonable para llamar la región nuclear del vallenato: Es una denominación anacrónica, en la cartografía actual del país no existe con precisión una región así llamada, solo la nostalgia de Gutiérrez Hinojosa permitió desempolvar este nombre que dieron algunos españoles, pero que ha estado en desuso por mucho tiempo. Querer imponer el nombre de Valle de Upar para esta amplia región es como restaurar para Colombia el de Nueva Granada. Se agrega que, la delimitación antigua no daba cuenta de algunas subregiones con alta incidencia en esta música como Riohacha y su zona sur o Ciénaga; en cambio, incluye otras en las que la música vallenata solo tuvo relevancia recientemente como el Sur del Cesar y Norte de Santander. Es poco probable que, con tantas etnias durante la colonia, el Cacique Upar fuera el soberano absoluto con dominio en todas las regiones que incluye Gutiérrez en su delimitación, lo que hace injusto arropar toda la región bajo ese nombre. Toda esa zona constituye no solo un valle, sino un conjunto de valles, la música vallenata germinó y floreció en el Valle de Upar, pero también en el del rio Cesar, del Ranchería, del Tapias, del Magdalena, del Ariguaní, entre otros. Gutiérrez propone privilegiar la denominación geográfica a la política, pero cuando a el Valle se agrega “de Upar”, se hace referencia a que hace parte de un territorio gobernado por un jefe político. El concepto de Valle de Upar también genera confusión, pues ha sido históricamente asociado a la ciudad así denominada por síncopa fonológica: Valledupar. Existe un Valle de Upar, pero es mucho más pequeño y, como lo decía Striffler en el siglo XIX, es una denominación que históricamente se ha aplicado más a la ciudad de Valledupar que a una región que incluye, según Tomás Darío, tres departamentos.
Pero, la última razón, es la más poderosa: se trata de apropiación. La historia y las afinidades culturales nos revelan que jamás un habitante de Fundación, Plato, Guamal, El Banco o El Difícil se reconozca como perteneciente al Valle de Upar. Mucho menos lo haría un barranquero o riohachero. Un habitante del sur de La Guajira nunca ha sido llamado “vallenato” por parte de sus coterráneos del norte, solo se llama así a quien es cultor de la música vallenata. Los de gran parte del Caribe oriental somos “vallenatos” musicalmente, pero no nos identificamos con un gentilicio así llamado que solo se aplica para la ciudad de Valledupar, pues ni siquiera los habitantes de La Paz, Patillal o San Diego lo hacen.
Mi sugerencia es evitar los ciegos seguidismos de repetir una tesis sin que existan las pruebas suficientes, pues de agendas regionalistas, de mitos y de verdades “absolutas” que no lo son, está pletórico el imaginario sobre la música vallenata.