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Volver a Paloquemao

Por: Weildler Guerra Curvelo*.

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No me es posible volver a Paloquemao sin evocar las descripciones de Bernardino de Sahagún sobre el mercado de Tenochtitlán en el México antiguo, en donde confluían mercaderes de hierbas, mantas, flores, ajíes, cereales, peces, plumas, frutas, especias y variados artefactos. Las plazas de mercado conforman un ámbito rico en sensaciones visuales y olfativas, en donde el color de la papa criolla refulge como el oro mientras nos llega entremezclada la fragancia refrescante del cilantro. Un grupo de turistas extranjeros recorre la plaza y se sienta en los sencillos puestos de cocina para enriquecer su memoria sensorial con platos tradicionales del centro de Colombia. Explorar la cocina de estos modestos lugares puede premiar al visitante con revelaciones gustativas insospechadas, lo que a veces no ocurre con las monótonas cartas de algunos restaurantes.

En uno de esos puestos, Marina Mendivel ofrece una variedad incontable de hongos, berenjenas, alcachofas y calabazas, junto con extraños vegetales traídos del Lejano Oriente. En esa especie de herbario académico ella vende delicados brotes de legumbres que identifica y describe con la precisión de una botánica experta. Es entonces cuando el visitante siente que más allá del carácter utilitario de los productos adquiridos, la conversación se enriquece cuando el vendedor nos guía a través de sus cotidianas taxonomías.

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Las relaciones sociales que establecemos en la plaza cuando nos volvemos asiduos clientes empiezan a ser mediadas por el valor de la confianza. Por eso una de las figuras más representativas es la de la “marchanta”, quien nos provee habitualmente de alimentos en el marco de una credibilidad mutua. A ella podemos dejarle las bolsas de compras con total confianza cuando acudimos a otros puestos de ventas. El término tiene un amplio horizonte en América, pues en la República Dominicana las marchantas son una institución tan popular como el merengue.

En Bogotá, marchanta era un término habitual en las plazas de mercado. Algunos autores señalan que proviene del francés marchand y ello nos traslada al campo de las transacciones del arte, en donde quien asigna el precio de una obra es el marchand. Luego podemos asumir que nuestras transacciones con las marchantas no solo están mediadas por la confianza, sino que conllevan además una dimensión estética. Sería triste que el término desapareciera o fuese sustituido por el de “vecino”, fundamentado solo en la cercanía espacial.

Volver a Paloquemao es sumergirse en un microcosmos, pues mundo y mercado se reflejan mutuamente. Ya lo dijo el antropólogo inglés Tim Ingold: en lugar de comparar el mundo con un museo, “podría ser más útil imaginarlo como una cocina bien surtida, con ingredientes de todo tipo, en la que estos se mezclarán con otros ingredientes, en un proceso infinito de transformación”.

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*Las opiniones expresadas en este  espacio  son responsabilidad de sus creadores y no reflejan  la  posición  editorial   de revistaentornos.com

 

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