Por Angel Roys Mejía*.
En un poema tomado como consigna del holocausto y las guerras cuya autoría se disputan el pastor protestante Martin Niemöller y el escritor y dramaturgo alemán Bertold Brecht se propone un discurso sobre la indiferencia resumido en que la fatalidad vino por los otros y no importó hasta que finalmente vinieron por mi. El contralor departamental de La Guajira lo dijo de la manera pintoresca como se asume la vida en los coloquios de provincia, empleando una expresión que el folclor ha elevado a su máxima potencia: “Como llegue el virus a La Guajira, va a haber tendereta”.
Las diversas formas de la tendereta ha empezado a observarse en las redes sociales donde se victimiza a los casos posibles de infectados con el virus, como ha hecho el hombre desde sus tiempos de barbarie, actuando para protegerse, lacerando a los leprosos, golpeando la lumpen; bajo el gobierno de su instinto primitivo y la supresión de sus propios temores. La expresión de una autoridad institucional de la región, a quien se le confía la responsabilidad de hacer vigilia sobre los sagrados recursos públicos y quien debiera instruir a los alcaldes sobre el eficiente destino de los recursos para atender la epidemia, en lugar de pronosticar tenderetas, como un coloquio de parranda.
Pero la desmesura del encierro permea todos los sectores. La prensa no está exenta. Por qué el reducto de información confiable y entretención que debieran sufragar los medios en el confinamiento, se ha saturado por las noticias sobre las incidencias de la pandemia y un alto porcentaje, es contenido inútil. En lo local, la funesta coyuntura ha dado para viralizar informes de medios alternativos que sin ningún protocolo difunden todas las señas sin recato ni escrúpulo de los casos de contagiados como extras noticiosos. Se pierde el criterio de responsabilidad de la información cuando se sube al riel ciego de las redes sociales y empiezan a aparecer los rostros con marbetes que vilipendian y discriminan, sin el más mínimo respeto por la integridad de la persona señalada y su entorno familiar y social.
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El peor virus ha terminado en convertirse el afán por información privilegiada aunque sea falsa, para luego no saber que hacer con ella, reenviarla o replicarla, que es una forma de soltar la papa que nos quema. La esquina oficial repite el estribillo de distancia social y confinamiento en una sociedad que administra el ocio en colectivo, claustrofóbica por naturaleza, poco dada a la introspección; en la que poco prosperan los hábitos lectores y la meditación. El quédate en casa, se interpreta en que la casa es el barrio y la calle el patio. Por eso la tendereta se traduce en una autoamenaza en la que aun odiando la muerte, se elige no temerle.
Bien lo ha afirmado el filósofo contemporáneo de origen israleli, Yuval Noah Harari: “Al haber sido hasta hace muy poco uno de los desvalidos de la sabana, estamos llenos de miedos y ansiedades acerca de nuestra posición, lo que nos hace doblemente crueles y peligrosos. Muchas calamidades históricas, desde guerras mortíferas hasta catástrofes ecológicas, han sido consecuencia de este salto demasiado apresurado”.
El baile típico de Ghana en una marcha fúnebre matizado por un estridente sonido de música electrónica sincronizada con los armónicos compases de un cortejo vestido de negro, ambienta la tendereta emocional, la que está sujeta al individualismo, al mezquino propósito de “asegurar lo mío”, de anteponer la ventaja a costa de la calamidad pública, la del usufructo ilícito de lo colectivo. Esta es otra catástrofe del presente, sobre la que no ejerce presión ni susto, el video lapidario de las miles de sepulturas en fosas comunes en Nueva York o el solitario sepelio de la primera muerte de COVID-19 en el cementerio con el nombre poético de Gente Como Uno.
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@Riohachaposible