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Una pérdida irreparable

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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Por Amylkar D. Acosta M. – Exministro de Minas y Energía y Miembro de número de la ACCE.

Con mucha tristeza registramos la infausta noticia del trágico deceso de nuestro amigo y coterráneo, el juglar y figura icónica de nuestro folklor vallenato Romualdo Brito López, a consecuencia de una aparatoso y absurdo accidente automovilístico. Oriundo de su natal Treinta (Tomarrazón), corregimiento del Distrito de Riohacha, “en un lugar que ni siquiera aparece en el mapa”, como él afirmaba jocosamente, vino al mundo para triunfar el 17 de marzo de 1953.

Aunque, según su propio testimonio empezó tempranamente “a cantar a los 9 años y a los 10 a componer”, el año pasado celebró con bombos y platillos sus 45 años de vida artística, de consagración a la música, que para él fue su vida, la que concibió como “un mundo de misterio que siempre tiende a acabar”, hasta que, al decir del poeta León De Greiff, “la parca, la muerte, la torva”, que siempre “se lleva todo lo bueno que entre nosotros topa” vino por él.

Él mismo se definió como un “compositor narrativo-costumbrista”. Esta es su mejor descripción y fue la impronta de todas sus 1.500 canciones grabadas e interpretadas por más de 400 cantantes nacionales e internacionales. Fue un compositor prolífico, auténtico y autóctono, original y de una versatilidad sin par. Aunque la mayoría de sus composiciones fueron en clave de nuestra música vernácula, incursionó también con éxito en otros géneros, así en la champeta, como en la cumbia, el porro, el fandango, como en la música andina, llanera y en la del Pacífico.

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Entre sus principales creaciones, convertidas rápidamente en Hit parade, se destacan: El santo cachón, que popularizaron Los embajadores del vallenato, la cual le ha dado la vuelta al mundo varias veces, aunque por cuenta de ella debió enfrentar demandas por, supuestamente, atentar “contra los buenos principios y las sanas costumbres”; La difunta interpretada por Silvestre Dangond, Esposa mía interpretada por Otto Serge y Rafael Ricardo, según él “la que siempre me piden mis seguidores”; Lo más lindo del mundo, una de sus preferidas, “la que canto con el corazón porque se la compuse a mis padres”, interpretada por Beto Zabaleta; Llegó tu marido, interpretada por el Jilguero de América Jorge Oñate y, Parranda, ron y mujer, interpretada por el Cacique de la Junta Diomedes Díaz. Desde luego, vocalistas e intérpretes del vallenato tan caracterizados como Los Zuletas, el Binomio de oro, el Combo de Puerto Rico y Los Melódicos grabaron sus canciones, todas ellas inconfundibles por su particular estilo, sin importar quién o quienes la llevaran al acetato primero, a la versión digital después y ahora que está de vuelta el acetato, con él vuelve también Romualdo.

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Pero su talento no se limitó a la composición. Como ya quedó dicho él antes de ser compositor fue cantante, de modo que no tuvo que rogarle el reconocido folklorista guajiro, promotor como el que más del vallenato Lenín Bueno Suárez (Adiós a Lenín Bueno Suárez. Noviembre, 27 de 2019), para animarlo a grabar con su voz la primera canción de su autoría Mi presidio, con la cual se anotó un notable éxito, al punto de hacerlo merecedor al primero de los dos discos platinos a los cuales se hizo acreedor al vender más de 150.000 copias.

Sus éxitos continuarían posteriormente hasta tener a su haber tres discos de Oro y su reconocimiento como Maestro de la Sociedad de Autores y Compositores (SAYCO), de la cual fue Presidente. El Concejo del Distrito de Riohacha lo exaltó como uno de sus más destacados hijos, otorgándole la Espada del Almirante José Prudencio Padilla, su máxima distinción. Por su parte el Congreso de la República lo galardonó con la Orden de la Democracia en el grado de Gran Caballero.

Romualdo, además, quiso darle la importancia que se merecen los compositores, los hacedores de la música, muchas veces relegados e invisibilizados por el mundo de la farándula y por ello le dio vida al Festival de Compositores en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata, el que nunca nos perdíamos. Él, en unión de Indira de la Cruz, su compañera de vida y su coequipera, su sombra y su luz, era el alma y nervio del mismo. Le queda ahora a ella el reto de mantenerlo y no dejarlo decaer, es uno de sus legados más importantes, además de su extensa obra.

Fue, además, contestatario y a través de una de sus composiciones, Yo soy el indio, denunció la discriminación y el atropello del que es objeto el Indio guajiro, el “que tiene todo y no tiene nada, nada es valedero cuando la gente se vuelve ingrata, la presa la caza el perro y viene el dueño y se la arrebata. No hay colegio p´al estudio, ni hospital p´a los enfermos. Nos mandan no más la plaga y se llevan lo bueno que tenemos”.
Romualdo dejó dicho en su canción El Diario de mi vida “seré feliz hasta mis últimos momentos” y tenía razón porque no se puede ser más feliz que cuando se ha cumplido cabalmente la misión que se impuso a su paso por la vida. Esta es una pérdida irreparable. En África, cuando un anciano muere es como si una biblioteca se quemara. Lo propio podemos decir cuando muere un juglar, por fortuna como bien dijo José Martí “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador, pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en el se elaboraron”. ¡Y este es su caso!

www.amylkaracosta.net

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