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Por Weildler Guerra Curvelo.
Las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos permitieron escuchar a través de medios radiales y televisivos afirmaciones que dejaron estupefacta a la vasta audiencia. Una dirigente norteamericana de origen cubano afirmó en una cadena radial que el Partido Demócrata instauraría un régimen socialista en ese país y señaló al hoy virtual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, de mantener una relación estrecha de cooperación con los servicios de inteligencia cubanos. Cuando se le preguntó si de verdad creía en lo que declaraba, se ratificó en ello con firmeza. Lo realmente grave es que ese tipo de clichés elementales y conspirativos los comparten millones de sus correligionarios en el país del norte. Es entonces cuando nos preguntamos si la verdadera pandemia que se ha extendido sin control alguno por el mundo, y con gran vigor en el escenario público de Colombia, no es la generada por el virus sino la de la infinita estupidez humana.
¿Qué es la estupidez? En su libro La estupidez en la política, Nobutaka Otobe, profesor de la Universidad de Osaka, afirma que esta es al mismo tiempo elusiva y ubicua. La estupidez tiene un carácter endógeno en el pensamiento humano. No se le puede confundir con la idiotez, la imbecilidad ni con cualquier patología que en términos psicológicos implique debilidad intelectual. Siempre pensamos que el estúpido es el otro porque la estupidez puede surgir al lado del pensamiento inteligente y nadie está exento de ella. La estupidez humana tiene también una dimensión comunal. Al ser algo común a todos nosotros, afirma Otobe, la estupidez aparece de manera vehemente en la interacción humana, cuya máxima expresión es la política.
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Sin embargo, lo que puede considerarse como la quinta esencia de la estupidez es la aceptación irreflexiva de clichés o estereotipos banales. La eficacia de estos no radica en su falsedad sino en su monotonía. Un cliché simplifica y solidifica de manera rudimentaria múltiples ideas en una sola y nos prohíbe reflexionar. El aprovechamiento de la dimensión comunal de la estupidez es hoy un campo fértil en la política. Las redes sociales no inventaron esta forma utilitaria de servirse de la estupidez comunal, pero sí la potencian en grado superlativo.
Autores como el norteamericano Jason Stanley han estudiado las formas en que algunas figuras públicas consolidan su liderazgo aprovechando el campo feraz de la estupidez humana. Buscan crear una sociedad vulnerable al autoritarismo a través de la división radical de esta en grupos calificados como “ellos” y “nosotros”. Generan una actitud contra intelectuales, universidades y expertos buscando invalidar sus expresiones. Suelen presentarse como los portadores de una política de seguridad y orden que ve a las minorías de cualquier tipo como criminales que amenazan la estabilidad de la sociedad. A pesar de ello, algunos miembros de estas minorías pueden servir fielmente a esas organizaciones replicando sus creencias e iniciativas, aunque vayan en contra de sus propios derechos e intereses.
Como lo señala Otobe, podemos decir que los principios de la democracia sugieren que todos poseemos derechos por igual, pero la primera igualdad se basa en nuestra vulnerabilidad común a la estupidez, es decir, nuestra insuficiencia compartida en la capacidad de pensamiento.