Por Fredy González Zubiría – Investigador cultural*.
El folclor tiene una deuda con un profeta solitario, un misionero de la música de acordeón, que un día decidió abandonar La Guajira y radicarse en Barranquilla, ciudad salsera y tropical. Deseaba llevar un mensaje de comprensión y amor por la música vallenata. Al inicio pocos creían en él. La mesura, la paciencia y la fe fueron los pilares necesarios para abordar su abnegada prédica de paseos, merengues y puyas por unas calles inundadas de salsa, guarachas y guaguancós.
Lenin Bueno Suárez nació en Riohacha el 16 de junio de 1950, en la calle 8, antigua calle del Alambique. Pertenece a familia de músicos. Su abuelo, “Chico” Bueno, fue tamborilero de Francisco Moscote, “Francisco el hombre”, y su padre, Adriano Bueno Frías, experto en trombón, bombardino y varios instrumentos de cuerda, integró las bandas de Benjamín Espeleta y la Jazz Band. Sus tíos, Carlos y Manuel María, también ejecutaban instrumentos musicales.
A los 14 días de nacido, su abuela, Felipa Gómez, lo llevó para su casa a criarlo. Creció bajo estricta tutela de la vieja y la protección de su tía Olga Suárez y de su esposo Eugenio Romero. La distancia con su padre no impidió que desde joven empezara a sudar música. De niño alcanzó a ver a su progenitor acompañando con el bombardino al juglar Luis Enrique Martínez en casa de Conde Henríquez. Quedó maravillado de la armonía lograda entre ambos instrumentos.
En 1963, en el Liceo Padilla, mientras cursaba tercero de bachillerato, formó un conjunto con Mateo Torres, Luis Dagovet y Lucho Barros. Le llamaron Los Tesoros del Caribe. Él ejecutaba la armónica; lo hacía con maestría. Hicieron algunas presentaciones escolares y familiares con repertorio de los Corraleros de Majagual.
Se fue para Venezuela, donde cursó tres semestres de medicinas en la Universidad del Zulia y se retiró. Regresó a su ciudad y se vinculó a Ondas de Riohacha. Creó el programa Premiando Sintonía con los pocos discos vallenatos que existían en la emisora, principalmente de Alfredo Gutiérrez. A su vez, fungió de profesor en el Instituto Riohacha, pero sus traviesos alumnos Jorge Pérez Bernier, Carlos Bueno, los hermanos Clavijo y Nelson Gnecco lo hicieron desistir de la docencia. Deseaba ser locutor.
Barranquilla
Llegó a “La Arenosa” en 1968. Trabajó en la primera Supertienda Olímpica como promotor de ventas con un parlante. Para entrar en nómina le exigieron la libreta militar y no la tenía. Viajó a Medellín e ingresó al Ejército. Primero lo trasladaron a Santa Marta y luego fue a parar de nuevo a Barranquilla. En el Batallón Nariño armó un conjunto vallenato, puso a gozar y a parrandear a la tropa. Lo designaron maestro de ceremonias de las actividades sociales. En una de ellas, Cecy Alfonso Parra le comenta que en la Emisora Atlántico buscaban un locutor, porque los de planta: Ronald Ayazo y Edison Hernández, el primero se iba para Bogotá y este último se regresaba a Riohacha. Edison presentaba discretamente canciones vallenatas. Cecy le dijo:“No importa que seas militar, lo importante es que no lleves el disfraz”.
Así nace el programa Festival Vallenato el 17 de diciembre de 1969 en la Emisora Atlántico, Ondas de la Alegría. De 8 a 8:30 de la mañana. Por un error en el cálculo de la entonación en el primer programa, el cabezote iniciaba con un pregón como si estuviera cantando un gol en futbol: “Festivaaaaaal… vallenato”. Al decir ‘festival’ quedó sin aire, dejó una pausa y descargó ‘vallenato’ en tono bajo. Así presentaría el programa en adelante.
Lenin conducía con tal ánimo y entusiasmo, y programaba los discos con un orgullo que sorprendía a los colegas de la emisora. Amaba esa música vallenata de manera apasionada. Aunque era consciente de que en esos tiempos promocionar el vallenato en Barranquilla era como si una cucaracha se metiera en un corral a convencer a las gallinas que no se alimentaran de insectos.
Lenin Bueno Suárez, y sus hermanos Carlos y Franco, acompañados por el acordeón de Badel Ospino, organizaron un pequeño conjunto vallenato. Los sábados salían en un jeep Willys modelo 52a unas especies de “catequesis vallenata”. El grupo recorría la ciudad dispuesto a hacer presentaciones gratuitas de música provinciana, en cualquier reunión, fiesta, caseta o esquina donde los aceptaran. La mayoría de las veces los abucheaban, les gritaban:“¡Fuera, corronchos!” Más de una vez les tiraron botellas, les formaban gresca y debieron huir en el Willys. Pero nada disuadía al apóstol del vallenato en Barranquilla.
También tuvieron sus momentos de triunfos. Se presentaron en un grado de bachillerato de una amiga barranquillera en el barrio La María. Habían pasado tres tantas de salsa. El discreto grupo de acordeón abrió con un paseo de Alfredo Gutiérrez. El abucheo, la silbatina y la burla no se hicieron esperar. El conjunto se detuvo y recogieron sus instrumentos dispuestos a marcharse. Entonces intervino el padre de la festejada: “¡A ver, los barranquilleros, alcen la mano!” Todos los presentes las alzaron, menos el grupo de los Bueno. “¡Se me van todos de aquí, que yo me quedo con los guajiros!” Ninguno de los presentes tenía idea de que el anfitrión era un fanático de Alfredo Gutiérrez. La fiesta siguió solo con la familia, y hubo comida hasta repetir.
En 1971 se vincula como asistente de producción en Discos Tropical. Tiene la oportunidad de asistir las grabaciones de Alejo Durán, Juancho Polo Valencia y la Banda 20 de Julio. Ese mismo año, Ismael Rudas le graba sus dos primeras composiciones: Riohacha y Estoy herido. A los meses le entrega a Alejandro Durán la canción La parranda es pa’ amanecer. Durán la grabó con el nombre Por parrandero y sin el estribillo “La parranda es pa’ amanecer, el que se duerma lo motilamos”. Poco después se encontró en Valledupar al legendario juglar y le reclamó. Alejo le dijo: “Ven acá, Lenin, tú y yo sabemos que si la canción sale con ese coro hubiéramos tenido problemas. Esos versos se prestan para problemas. Yo nunca me bebo un trago, así que a mí no me van a motilar, pero los que parrandean con mi música sí, y alguien se queda dormido, seguro que lo motilarían, y puede haber líos”.
Las palabras del maestro fueron proféticas, aunque en ese entonces el compositor no entendía cómo algo jocoso y de broma podría causar problemas entre amigos.
Años más tarde, el Binomio de Oro grabó completa La parranda es pa’ amanecer. Y efectivamente, el vaticinio de Alejo Durán se cumplió: los parranderos tomaron el estribillo como una invitación a castigar con motilada al que se durmiera. Llegaban las noticias, trasquiladas de cabello, rasura de patillas, cejas y rapadas de media cabeza. Y sus consecuencias: enemistades, peleas entre amigos y hasta muerto hubo. La canción, que tiene 9 versiones, entre ellas las realizadas en España y Estados Unidos, es la única que no orgullece a su compositor, debido a las riñas que causó. Si hubiera creído en las palabras de Alejo Durán, seguramente descartaría el tema.
En 1973 traslada su programa Festival Vallenato a la Voz de Barranquilla y se vincula a Sonolux, ambas empresas pertenecientes al emporio de Carlos Ardila Lule. En la casa disquera fue el primer promotor discográfico, productor musical y director artístico para la Costa Caribe. En su labor como promotor viajaba a todas las capitales, desde Montería hasta Valledupar y Riohacha. Llevaba los nuevos discos a las emisoras, entregaba promociones y escuchaba los repertorios locales. Como productor abrió el espacio a compositores como Roberto Calderón, apoyó a grupos nuevos, Adalberto Ariño con Oscar Negrette, y experimentados como Pedro García y los Cañagueteros y los Sabaneros de Majagual.
En 1976 tuvo la fortuna de ser eje principal en la unión de Rafael Orozco con Israel Romero. La reunión preliminar entre el acordeonero y el cantante se celebró el 16 de junio, en el apartamento de Lenin, de la calle 84 con 43. Luego se concretó el acuerdo en la casa de Richard y Javier Simonds, en el barrio Boston, con la presencia de Santander Miranda.
En su primera presentación nacería el nombre de Binomio de Oro. El líder popular Juan Manotas Roa contrató al desconocido grupo a animar un baile pro excursión en Sabanalarga, para el 10 de julio. El público no quería entrar, porque con antelación se había anunciado al experimentado Emilio Oviedo, y no sabían quién era ese Israel Romero. Lenin Bueno Suárez tomó un micrófono y utilizó una grabadora como parlante. Con su voz de locutor de radio invitaba al público a entrar al baile hablando maravillas de la nueva agrupación vallenata. Al final remató: “Israel Romero y Rafael Orozco son el verdadero Binomio de Oro”. Ahí se bautizó.
Lenin le ofrece a Sonolux la joven agrupación, que deseaba grabar su primer disco. La disquera debía cancelar honorarios para Rafael Orozco e Israel Romero por 54.000 pesos a cada uno. Fueron rechazados. El Binomio de Oro fue aceptado por Codiscos. Su primer Larga Duración tuvo un apoteósico triunfo con temas como La creciente, del maestro Hernando Marín. El grupo llegó a la cumbre de un solo salto. Al año siguiente Sonolux les hizo una oferta de 6 millones de pesos, que rechazaron.
La decepción con Sonolux por el Binomio de Oro lleva a Lenin Bueno Suárez a abandonar esa casa disquera. La CBS le ofrece ser el productor musical de los Hermanos Zuleta. En sus manos graban, quizás, los tres más impactantes trabajos en la historia de la agrupación musical: Cóndor legendario, Dos estrellas y Volumen 12.
Una solución, un saludo
Era mediado de la década de los setenta. Tiempos difíciles para los guajiros en Barranquilla. La bonanza marimbera no solo trasladó los capitales de inversión a esa ciudad, sino también sus problemas. La ciudad fue escenario de ajustes de cuentas entre malas reparticiones y de venganzas entre miembros de familias en guerra, que habían mudado el conflicto a la capital del Atlántico.
A su vez, ciertos personajes delirantes por las armas forjaron una mala imagen de los guajiros, que duraría décadas en borrarse. “El pistolero colérico” era aquel que se irritaba con facilidad, no aceptaba un “no” como respuesta. La gente les temía. Entre ellos sobresalió el temible “Tin” Sánchez. Nacido en Riohacha, en su adolescencia se dedicó a devorar las novelas de vaqueros de Marcial La Fuente Estefanía, Silver Kane y Lou Cardigan. Solo asistía al teatro Aurora cuando proyectaban filmes del oeste. Dicen que su apelativo, “Tin”, lo tomó de Tim Holt, el actor estadunidense protagonista de célebres películas del Viejo Oeste americano.
De adolescente, cuando aún no tenía arma, se enamoró de una profesora de su colegio. Como no lo aceptó, una tarde, estando ella cerca, al pasar un agente de la Aduana por el lugar, le quitó el revólver y se pegó un tiro en la pierna, no sin antes gritar: “¡Por ti, mi amor”! De manera, pues, que el primer disparo que “Tin” Sánchez hizo en su vida fue contra él mismo.
Antiguos compañeros suyos de estudio afirman que desde joven “Tin” Sánchez estuvo desarrollando una posible patología y no se le prestó atención. Practicaba desenfundar con rapidez frente a un espejo del escaparate de su cuarto. Pasaba las horas, desde la medianoche hasta la madrugada, guardando y desenfundando, y haciendo malabares con su revólver.
En Barranquilla calmaba su soledad visitando a uno de sus pocos amigos de infancia que aún lo escuchaba: Lenin Bueno Suárez. Frecuentemente iba al programa de radio. A veces, él terminaba programando la música. Lenin solo sonreía, se lo permitía. Por cuestiones del destino terminaron enamorando la misma mujer, Luz Miriam Gutiérrez, una linda cienaguera, cuya madre tenía una tienda detrás de la Universidad del Atlántico. Luz Miriam aceptó a Lenin y le pidió que le dijera a su amigo que ella no quería nada con él.
¡Vaya problema en el que estaba metido! Lenin decidió tantearlo. En esos días “Tin” fue a la emisora a quejarse de que Luz Miriam no le paraba bolas. Lenin aprovechó para decirle:
–¿Y qué tal que la muchacha tenga novio?
“Tin” le contestó:
– “Me gustaría saber quién se atreve a quitármela.
Lenin pasó saliva.
“Tin” Sánchez escuchaba los discos nuevos y se enteraba de los saludos que enviaban a sus conocidos, pero a él ninguno. Fue donde Lenin a reclamarle:
–En tus canciones he escuchado que saludan a todo el mundo, menos a mí. ¿Qué es lo que está pasando conmigo?
Sus vidriosos ojos reflejaban inconformidad.
–En la próxima canción te voy saludar. Te lo prometo.
Lenin quedó con el compromiso. Tenía casi lista una canción que le dedicó a Luz Miriam Gutiérrez, por supuesto.“Tin” Sánchez nunca se enteraría de que era para ella.
El primer cuarteto decía:
Compadre mío, le voy a contar una cosa
que me emociona y que me llena de alegría.
Compadre mío encontré una mujer hermosa,
de condiciones como yo la quería.
Lenin introdujo a “Tin” en la letra:
Compadre “Tin”,le voy a contar una cosa
que me emociona y que me llena de alegría.
Compadre “Tin”, encontré una mujer hermosa,
de condiciones como yo la quería.
Ese fin de semana Lenin viajó a Riohacha. Al regreso le pidió a su amigo Edgar Ferrucho Padilla que lo acompañara a la calle 15 a esperar el bus. Le comentó de su nueva novia y de su nueva canción. Al escucharla, a Ferrucho le llamó la atención el tercer cuarteto:
Esa mujer sabe que yo soy casado
y que mi vida es un mar de confusiones,
pero ella dice que no importarle mi pasado
y que me quiere sin ponerme condiciones.
Le dijo:
–Oye, Lenin, tú no tienes qué decir que eres casado; maneja eso de otra forma.
El periodista tomó un papel y le cambió el primer y tercer verso y le propuso:
– ¿Qué tal te parece así?:
Esa mujer sabe que tengo problemas
y que mi vida ha sido un mar de confusiones,
pero ella dice que no importa y que no tema
que ella me quiere sin ponerme condiciones.
–Hermano, tienes razón–le contestó Lenin, quien había creado esa canción en medio del interés por consolidar su noviazgo con Luz Miriam y la presión de “Tin” Sánchez. Ahora sí estaba listo el tema Qué mujer. Faltaba el famoso saludo.
Lenin era productor musical de CBS, y les había entregado la canción a Los Hermanos Zuleta. Durante la grabación en Bogotá, Lenin le había pedido encarecidamente el favor a Poncho Zuleta de que saludara a “Tin” en su canción. Poncho se negó.
–¿Sabes cuántos enemigos tiene él? –le dijo Poncho–. A mí no me van a confundir.
“El enamorado salta cardón”. Había escuchado ese adagio en La Guajira. Lenin Bueno Suárez tenía claro que era la única oportunidad de introducir el saludo, y poder por fin disfrutar un noviazgo tranquilo con Luz Miriam. Puesto que mientras “Tin” la estuviera asediando no podían salir juntos ni a la esquina. Se enteraría y podía reaccionar de cualquier manera. El hombre tenía señalamientos de haber matado a uno de sus mejores amigos.
En el estudio de grabación, al hacer la mezcla de sonidos, Lenin con su propia voz introduce al final el saludo: “Compadre ‘Tin’ Sánchez”. Quedó listo el tema Qué mujer.
Compadre ‘Tin’, le voy a contá una cosa
que me emociona y que me llena de alegría.
Compadre ‘Tin’, encontré una mujer hermosa
de condiciones como yo la quería.
Esa mujer se la voy a describir
como la fuente inmaculada de un edén,
como la reina de las flores de un jardín,
cual bella estrella que iluminó a Belén.
Coro
¡Ay, qué mujer tan bella
la que me conseguí! (bis)
Yo solo pienso en ella,
porque ella piensa en mí (bis).
Solo la noto muy triste
cuando de viaje yo salgo.
Ella llorando me dice:
cuídate, mi negro, sin ti nada valgo.
Esa mujer sabe que tengo problemas
y que mi vida ha sido un mar de confusiones,
pero ella dice que no importa y que no tema,
que ella me quiere sin ponerme condiciones.
Pa’ mí, su amor es como un ramo de flor
que con su aroma perfuma mi camino.
Pa’ mí, su amor es como un rayo de sol
que con su luz ilumina mi destino.
Coro
¡Ay, qué mujer tan bella
la que me conseguí! (bis)
Yo solo pienso en ella,
porque ella piensa en mí (bis).
Solo la noto muy triste
cuando de viaje yo salgo.
Ella llorando me dice:
cuídate, mi negro, sin ti nada valgo.
Mencionándolo en el texto de la letra y saludándolo al final debía quedar satisfecho. A su regreso a Barranquilla llamó desde la emisora a “Tin” Sánchez.
–Compadre, le tengo dos noticias, una mala y una buena.
–Tira la buena primero– le dijo.
–Ya salió la canción con el saludo. Sintonice la emisora; en diez minutos la voy a programar.
– ¿Y la mala? –preguntó enseguida.
–Luz Miriam me quiere a mí como novio.
–Escucho la canción y voy para allá–contestó al otro lado de la línea.
Lenin anunció el último trabajo discográfico de los Hermanos Zuleta llamado El cóndor legendario. Programó primero La creciente del Cesar, de Rafael Escalona, y luego puso a consideración del público el tema Qué mujer, de su propia autoría.
Al terminar la melodía empezaron a pasar los minutos. “Tin” iba en camino. Lenin estaba preocupado. “Tin” Sánchez apareció con una botella de whisky. Le dijo sin saludar:
–Compadre, quédese con Luz Miriam, porque esa canción esta buenísima; grábemela en un casete.
Lenin Bueno Suarez descansó.
Al año siguiente, los mismos Zuleta le graban Nostalgia estudiantil, tema inspirado en una anécdota sucedida tiempo atrás a su hermano Carlos Bueno. Al pasar en ferry el río Magdalena, el bus se varó. Era medianoche. Los demás ocupantes cambiaron de transporte, mientras él se quedó profundamente dormido, sirviendo de banquete a miles de zancudos. Todo por el desespero por irse para Riohacha.
Cuando salgo de mi pueblo
rumbo a la universidad
siento horrible desespero,
yo no sé lo que me da.
Siento un dolor en el pecho,
siento en la garganta un nudo,
siento el corazón deshecho,
siento que éste no es mi mundo.
Con nostalgia entro a clase
y me pongo a pensar
¡ay, Dios!, que me pase
este horrible pesar (bis).
Coro
Porque voy a regresar
a mi terruño querido,
donde voy a parrandear
con mis mejores amigos.
*Publicado en el libro Crónicas del Cancionero Vallenato 1.