El proyecto del nuevo malecón de Riohacha representa mucho más que una intervención urbana: es una apuesta por reconfigurar la relación de la ciudad con su río y con su frente costero, reconociendo la arquitectura como herramienta de integración social, cultural y ambiental. Como arquitecta, observo este proyecto no solo desde su estética y diseño, sino también desde el impacto que puede tener en la vida de los habitantes de la capital guajira y en el desarrollo regional.

En primer lugar, la obra plantea un cambio sustancial en la imagen urbana de Riohacha. La ciudad, históricamente asociada a la riqueza natural de La Guajira y al contacto con el Mar Caribe, carecía de un espacio público representativo que articulara su identidad cultural y su vocación turística. El malecón viene a llenar ese vacío, ofreciendo una fachada marítima con un diseño contemporáneo, donde el espacio se concibe como un escenario de encuentro y de proyección hacia el futuro. La arquitectura aquí no se limita a construir, sino que crea una nueva narrativa de ciudad.
Desde el punto de vista social, el proyecto tiene un valor significativo. Los espacios públicos bien diseñados son catalizadores de cohesión, seguridad y apropiación ciudadana. Un malecón de esta envergadura no solo atraerá visitantes y turistas, sino que brindará a los habitantes de Riohacha un lugar digno para el ocio, el deporte y la convivencia. En una ciudad con altos retos de inclusión y participación, contar con un espacio abierto y accesible resulta fundamental para fomentar la equidad urbana. La arquitectura, entendida como servicio público, se convierte en un vehículo para mejorar la calidad de vida.
El impacto económico también es evidente. El turismo es una de las apuestas estratégicas de La Guajira, y el malecón puede convertirse en un ícono que impulse esta actividad, dinamizando sectores como el comercio, la gastronomía y el hospedaje. No se trata únicamente de embellecer el entorno, sino de generar condiciones para un desarrollo sostenible que beneficie tanto al centro urbano como a las comunidades aledañas. En este sentido, el proyecto tiene el potencial de convertirse en motor de reactivación económica en un territorio históricamente rezagado.
No obstante, el análisis desde la sostenibilidad ambiental abre un debate necesario. La franja costera de Riohacha enfrenta fenómenos de erosión, mareas y efectos del cambio climático que requieren un diseño resiliente. El malecón, tal como se ha planteado hasta el momento, prioriza pavimentos, mobiliario urbano y un enfoque estético, pero no se percibe una estrategia clara para enfrentar estos retos. La ausencia de soluciones basadas en la naturaleza como recuperación de dunas, barreras vegetales o manejo de manglares pone en riesgo la durabilidad de la obra y, en consecuencia, la inversión pública.
Además, el proyecto ofrece una limitada integración de áreas verdes y arborización, lo que reduce la capacidad de confort climático y el aporte ambiental del espacio. Sin vegetación suficiente, la experiencia urbana puede ser poco sostenible, generando islas de calor y un mayor consumo energético para su mantenimiento. Igualmente, no se ha evidenciado el uso de materiales locales, reciclados o de bajo impacto, ni un plan de economía circular que garantice sostenibilidad en la construcción.
Otro aspecto relevante es la dimensión cultural. Riohacha es una ciudad diversa, marcada por la presencia de comunidades étnicas y por un mestizaje cultural que la diferencia dentro del Caribe colombiano. El malecón debe reflejar esa identidad, no como un decorado turístico, sino como un espacio de expresión auténtica. La inclusión de arte público, espacios para festivales y zonas que visibilicen la cultura local, serán claves para que el proyecto no se perciba como ajeno a la comunidad. En este sentido, también resulta esencial fortalecer el sentido de pertenencia, de manera que los habitantes reconozcan el malecón como propio y se comprometan con su cuidado y preservación. La arquitectura tiene aquí la responsabilidad de ser un puente entre lo global y lo local, entre la modernidad y la tradición.
En síntesis, el nuevo malecón de Riohacha es una obra con un potencial transformador enorme. Puede convertirse en la gran vitrina de la ciudad, proyectándola como un destino turístico, cultural y ambientalmente responsable. Puede también consolidarse como un espacio democrático que mejore la vida de miles de habitantes. Sin embargo, su éxito dependerá de la manera en que se gestione su construcción y mantenimiento, del grado de participación ciudadana en su apropiación y, sobre todo, del cuidado en la integración de criterios de sostenibilidad.
El valor de este proyecto no radica únicamente en su diseño físico, sino en su capacidad para activar procesos sociales y económicos de largo plazo. El malecón no debe ser solo un paseo frente al mar, sino el punto de partida para proyectar la ciudad de Riohacha hacia una visión de futuro y su papel en el desarrollo del departamento de La Guajira.
