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El largo camino de regreso a mi hogar

Por María Isabel Cabarcas Aguilar*.

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Escribo esta columna a bordo de un avión de Avianca que partió de Barcelona a Bogotá. Sí, de Avianca, la misma aerolínea de la que tanto nos quejamos los guajiros por sus exorbitantes tarifas, y que ni siquiera en medio de una pandemia mundial, obvió el cobro de dinero ante las numerosas solicitudes de cambios en los tiquetes de regreso a Colombia, de cientos o miles de compatriotas quienes desesperados por las drásticas medidas tomadas por España, buscamos de forma urgente regresar al país, a nuestros hogares y seres queridos y a un seguro aislamiento por el bien de quienes amamos y del prójimo en general.

Las lágrimas me han corrido copiosamente por las mejillas cada tanto, en este largo camino a casa, pensando en la lejana posibilidad de sentir nuevamente el calor del cuerpecito de mi hijo, de llenarlo de besos, de despertar juntos un domingo y desayunar en la cama, de darle un gran abrazo a mi mamá, o de dejarme consentir por ese querido equipo doméstico que nos atiende cada día con tanto esmero.

Cuando era una niña, mi papá me enseñó que parte esencial de mi higiene personal, estaba en lavarme constantemente las manos. Sus estudios como Magister en Salud Pública en la Universidad de Antioquia, solo reforzaban su profunda vocación de higienista por antonomasia. Cuando leí hace muchos años, el libro “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince, sentí que entre su papá y el mío existía una conexión. Posteriormente, al leer con detenimiento su diploma de magister, la fecha en que este dirigió la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, coincide con la época de estudiante de mi padre. Muy seguramente, sus enseñanzas guiaron sus convicciones.

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He recordado cada uno de sus valiosos consejos en medio de esta pandemia mundial y los he seguido con rigor en este presente que vivo. No sabía cuan rápido avanzaba la situación hasta que estuve dentro de ella en un país extranjero, y aunque al lado de amigos, feliz de encontrarme nuevamente con ellos, estaba también lejos de mi propia familia. A veces la realidad se estrella aparatosamente con nosotros de formas inimaginables para recordarnos con vehemencia lo esencial de la vida: Dios, la familia y la salud.

Disfruté Londres y Oxford visitando a amigos entrañables, quienes me recibieron con la calidez que solo un guajiro puede brindar en tierras extrañas. Gracias a Rina y su esposo Denver, a Amanda, Edgar y a mis hermanos los Mellos Romero por tanto. Aunque conocí lugares espectaculares, disfruté de su compañía y brindamos con gratitud por reencontrarnos, no hubo lugar a la plenitud, dadas las atípicas circunstancias que vivíamos a nivel mundial, el creciente número de contagios en mi país, mi sensación de intranquilidad permanente por el posible cierre de las fronteras de España, la cancelación de vuelos, la cuarentena en mi querida Girona donde por motivos académicos volví en este año, y por las decisiones del gobierno de Colombia de la que tan lejos me encontraba.

El mensaje está claro, creo. Ni las posesiones materiales, ni el dinero, ni la apariencia física, ni la posición social, ni el poder, ni la condición social, ni el país en el que estamos, garantizan inmunidad ante una pandemia que ataca despiadadamente a cualquier ser humano. Solo Dios nos mantiene fortalecidos y serenos en medio de esta tempestad que afecta a toda la humanidad por igual, y en la que todos somos vulnerables, mucho más, los ancianos en cuyo corazón habita la sabiduría que dan los años. Al final, sólo lo esencial nos mantiene a salvo a nosotros mismos y a los demás: Dios, la familia y la salud. Gracias a Dios y a mi Virgen de los Remedios, por poder regresar a mi país, y pronto después del aislamiento preventivo que acato, a los que amo con mi alma entera, en mi querida Riohacha, en este largo camino a mi hogar el cuál sigo caminando.

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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