Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*.
La primera vez que usé el zulianismo “bachaquear” en una columna de prensa, tuve que explicar su sentido, pues por fuera de Maicao, muy pocas personas estaban familiarizadas con el término, desde entonces, mucha agua ha corrido y mucho migrante ha cruzado las fronteras. Conviene, sin embargo, apuntar que bachaco es una especie de hormiga capaz de cargar un peso mayor a su cuerpo, por analogía, se comenzó a llamar “bachaqueros” a los transportadores de pasajeros entre el Zulia y Maicao, que aprovechaban para llevar en tanques extras, combustible para venderlos en la frontera colombiana.
Desde hace pocos años, se amplió el espectro significativo de la palabra “bachaquero”, pues no solo comenzó a traerse ilegalmente gasolina del lado venezolano, precisamente, la columna a la que me refería, se refería al “bachaqueo sexual”. La tasa diferencial entre el peso colombiano y el muy devaluado bolívar, la hiperinflación, la crisis de desabastecimiento y otros factores, generaron una masiva y diaria oleada de venezolanos que se tomaron el sector del mercado de Maicao y parte del centro, para ofrecer cuanto producto pudiera comprar de aquel lado. Había comenzado la bonanza del bachaqueo en la frontera colombiana.
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Cuando digo bonanza, fue porque el fenómeno, incontrolable para las autoridades de los dos países, hizo que el dinero circulara, que los intermediarios encontraran “chamba” y que, de paso, Maicao se convirtiera en la ciudad con el costo de vida más barato del país, revalidando su condición de vitrina comercial. Por andenes, calles o cualquier parte, literalmente se desparramó toda la oferta de productos venezolanos a precios irrisorios. Un glucómetro se conseguía a 15 mil pesos, tratamientos de belleza o capilares a un 200% más económico que los nacionales, el azúcar a precios nunca vistos, los jugos, gaseosas y yogurt abarrotados. Con 10 mil pesos, se podían comprar un kilo de carne, uno de queso y completar lo restante para la comida del día completo. Hace unos tres años, una cerveza venezolana costaba lo mismo que una bolsa con agua, para dar un puntual ejemplo.
Naturalmente, todo su lado A tiene su lado B. Del lado venezolano, fueron muchos los pesos que, traducidos en bolívares, aliviaron la situación de muchos hogares, pero, no es menos cierto que eso contribuyó al desabastecimiento. Mientras aquí se vendía en los andenes y a precios risibles los medicamentos, allá se morían pacientes por falta de estos. La comida que aquí sobraba, allá faltaba. Particularmente, viví la experiencia de comprar productos venezolanos en Maicao, como salsa de tomate y otros de aseo, para enviárselos de vuelta a mi hermano, residente en Maracaibo. El bachaqueo generó mucho empleo en transporte del lado venezolano, pero exacerbó la corrupción de las autoridades, el abuso de los peajes informales y el nacimiento de bandas de asaltantes.
Del lado colombiano, se abarató en gran medida la canasta familiar, se generó empleo entre cambistas, intermediarios del mercado, carretilleros, bodeguistas, aunque se quejaron los depósitos de víveres nacionales, las productoras de bebidas gaseosas y cervezas, se afectó tanto la industria nacional como el recaudo arancelario.
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Pero, como toda bonanza, no hay chorro que no termine en gota. En estos días, unos con alegría, otros con lamento, notamos como el intenso bachaqueo fronterizo se languidece y parece dar sus estertores. La industria y el aparato productivo venezolano está prácticamente paralizado, el desabastecimiento ha llegado a niveles críticos, los excesivos retenes, peajes informales y el pago de vacunas incrementa tanto el precio final de los productos que no dejan margen de ganancia o llegan a Maicao a precio similar al nacional. Todo eso conspira contra un fenómeno que, para algunos, era de lo positivo de la migración venezolana.
Ni siquiera la gasolina, el punto principal y origen del bachaqueo, está llegando como antes y lo que se espera es que dentro de poco, más bien pase la colombiana a suplir la necesidad de aquel lado. En almacenes de cadena como Justo y Bueno en Maicao, se ven largas colas de venezolanos que compran productos para revender en la misma ciudad; las farmacias hacen su agosto con centenares de revendedores venezolanos que compran medicamentos y vendérselos a sus paisanos. Ya es muy poco lo que pasa del lado venezolano para venderse en Colombia, solo queso, unos cuantos kilos de carne y pescado, licor y pare de contar. El bachaqueo, con sus pros y sus contras, parece ser una etapa superada en el impredecible fenómeno de la patria “despatriada” en los hermanos venezolanos.
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