Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.
Cuatro vías, kilómetro 57 de la vía que conduce de Riohacha hasta Maicao. Suele ser también un paraje donde los indígenas wayuu que vienen de Uribia y la Alta Guajira, así como de la zona rural de Albania, suelen esperar transporte hacia lo que llaman Wopumuin (hacia los caminos), es decir, el camino a Riohacha que los conecta con otros caminos distantes, el resto de la nación.
Allí, varios indígenas, con grandes mochilas que llaman kapaterra y talegos, corren presurosos ante la llegada de algún bus intermunicipal que hace una parada para completar su cupo de pasajeros. No sin antes regatear el costo del pasaje, inician un viaje que no suele ser tan corto como acostumbran. Me sorprende que van hacia Ciénaga. El hecho se repite una y otra vez cuando llego a Cuatro Vías al regreso de mi trabajo de visitas a escuelas de la zona. Cualquiera como yo, se pregunta: Qué hace que tantos wayuu viajen hasta Ciénaga. La respuesta de unos de ellos: “vamos para la Zona bananera a trabajar”. No son casos aislados, son muchos los wayuu que hoy están cargando racimos de banano en la zona bananera del Magdalena en un éxodo que ha venido siendo ignorado, pero que representa un hecho con muchas repercusiones sociales para esta etnia.
La historia se repite casi un siglo después. Así como la familia de nuestro Gabriel García Márquez, encabezada por el Nicolás Márquez, llevaron un racimo de esclavos wayuu a Aracataca, zona bananera, la cobriza influencia de esta etnia de nuevo vive la experiencia del desanclaje y el obligado exilio, ahora buscando oportunidades y así espantar a Jamu (el hambre) que campea libérrima por sus ranchos arrebatándole la vida a sus hijos.
La obra garciamarquiana nos revela esa primera diáspora de los wayuu, personajes como Visitación la que hizo que los niños Arcadio y Amaranta primero hablaran wayuunaki que castellano, como Rebeca con su saco en un incesante cloc cloc de los huesos de su abuelo insepulto, como el viejo Cataure y Meme la víctima del impredecible médico protagonista de “La hojarasca”. Pero, no solo fue esta diáspora en la que las familias guajiras se llevaban “sus indios” como parte del equipaje en sus migraciones. También existió una migración wayuu al Magdalena, como fuerza de trabajo para las haciendas bananeras.
De igual manera, en el siglo pasado hubo un éxodo wayuu hacia las materas de Venezuela. Inicialmente, esclavizados hasta por otros wayuu pudientes y poderosos, ya después voluntariamente entregados a la brega diaria, no siempre bien compensada. Es que la esclavitud en el contexto wayuu tiene sus raíces en varios siglos antes, hubo wayuu esclavizados al caer como prisioneros de guerra y algunos jefes wayuu tuvieron también esclavos negros. Nuevas esclavitudes se viven ahora.
57 kilómetros más allá, terminal de Riohacha, primeros días de enero. Me sorprende ver decenas de wayuu. Todos jóvenes que bordean los 20 años, abrigo en mano, hacen cola para comprar tiquetes hacia la zona cafetera. La mayoría va para Caldas. Luego de pasar fin de año con sus familias, van a retomar su trabajo, se llevan al primo, hermano o vecino para reforzar la cuadrilla. Son wayuu que trabajan recogiendo diversos cultivos, frutas, café o cualquier cosecha de las que seguramente no se dan en la calva sabana de este desierto.
Nuevos tiempos, nuevas oleadas de wayuu, ante la agobiante hambruna y falta de oportunidades de empleo están saliendo de sus comunidades, abandonando ese principio de arraigo que siempre los mantiene atados a donde tienen enterrado su ombligo. Éxodos temporales que, si bien pueden poner un poco más de arroz en su mesa, implican desarraigos, desarticulación de las familias, un choque cultural para tantos indígenas que comienzan a constituir pequeñas células sociales en climas y culturas tan diferentes y a veces adversos.
No hay cifras, no hay dato, el Dane ni siquiera lo detecta. Es un fenómeno que está pasando desapercibido ante la oficialidad y la opinión pública. Centenas de wayuu están saliendo de sus resguardos y parcialidades a buscar trabajos no bien remunerados y desconectados de lo que ha sido su tradición productiva. Migrantes en su propio país, viajeros de la fatiga que atraviesan el país para ayudar a su familia.
Créditos foto portada : radionacional.co