El dátil: la palma alternativa*

«Falleció un colombiano singularmente valioso caracterizado por su bonhomía, el agrólogo guajiro: Carlos Frías Gil quien estudió en Israel y fue autor y coautor de diversas obras. En su memoria evoco esta columna que hace años le dediqué a su sueño de pintar a La Guajira de verde y de paz» : Weildler Guerra Curvelo*

En lugar de enajenar grandes extensiones de tierra en favor de empresas agroindustriales foráneas, que podrían terminar desplazando a los nativos, sería mejor fortalecer las huertas tradicionales de las zonas áridas con la introducción de un cultivo que como el del dátil no es incompatible sino complementario a la propia actividad del pastoreo.

En 1978 el Instituto Geográfico Agustín Codazzi publicó un libro tan útil como maravilloso: El Estudio de suelos de la Alta y Media Guajira. Sus amenas 577 páginas están acompañadas de un invaluable conjunto de mapas originales y han sido durante décadas una provechosa compañía para muchos de los investigadores de todas las disciplinas interesados en el medio ambiente guajiro.

Uno de los grandes gestores de esta obra fue el agrónomo Carlos Frías Gil, hoy funcionario jubilado de esa entidad, quien realizó sus estudios en Israel aprendiendo el cuidadoso y eficaz manejo que en el Medio Oriente se le da a los suelos propios del desierto. Seguido de un grupo de personas visionarias Frías constituyó recientemente la Fundación datilera pro rehabilitación de zonas áridas y semiáridas, Fundaprozar, entre cuyos objetivos se encuentra la explotación y promoción del cultivo de palma datilera (Phoenix dactylifera L) en el norte de la Guajira.

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De los estudios realizados por esta Fundación se concluye que existen condiciones climáticas y de suelos favorables para el cultivo del dátil en el norte de ese departamento. La palma datilera posee unas características fisiológicas que le permiten crecer y producir en ambientes desérticos, con altas temperaturas atmosféricas e intensa radiación solar, baja humedad relativa, suelos infértiles y aguas de riego salobres. Es sabido que los misioneros capuchinos italianos introdujeron esta planta desde hace varias décadas en el territorio guajiro en donde existen palmas datileras de gran crecimiento vegetativo que fructifican anualmente.

Los dátiles tienen gran demanda en el mundo entero y Colombia está lejos de ser autosuficiente pues su minúscula producción se concentra en el municipio boyacense de Soatá. En el continente americano solo se destacan como países productores Estados Unidos y México con 15.875 y 2.600 toneladas por año respectivamente, producción nada significativa si se les compara con la de Egipto que llega a 1.102.350 toneladas anuales.

El establecimiento de plantaciones en pequeña escala de palma datilera en el norte de la Guajira podría generar, en el mediano plazo, un importante mejoramiento de los ingresos de las familias indígenas wayuu pues se tendrían diversos productos con alto potencial de exportación. No se trata en este caso de enajenar grandes extensiones de tierra en favor de empresas agroindustriales foráneas, que podrían terminar desplazando a los nativos, sino de fortalecer las huertas tradicionales guajiras con la introducción de un cultivo que no es incompatible sino complementario a la propia actividad del pastoreo. El dátil tiene un fruto de grandes condiciones nutritivas para los humanos y se usa también en raciones para rumiantes.

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Adicionalmente, de las distintas partes de la planta pueden obtenerse materiales para la elaboración de cestos y artesanías, madera, azúcar, miel, harina, palmitos para ensaladas, bebidas, licores, mermeladas, aceites y edulcorantes. En Israel, para citar un ejemplo, una hectárea de dátiles tiene una rentabilidad anual neta de 10.000 dólares.

Dar inicio a la pequeña empresa datilera podría ser uno de los caminos para la rehabilitación de las zonas áridas y semiáridas de la península. El incesante avance del proceso de desertificación debería ser materia de preocupación para todos los habitantes de Colombia y de la Región Caribe en especial. Según el IDEAM los departamentos con mayor superficie en proceso de desertificación son, de mayor a menos, Atlántico, La Guajira, Magdalena, Sucre y Cesar, mientras que los afectados por un proceso grave de desertificación y con sostenibilidad baja son, en orden descendente, La Guajira, Santander, Boyacá, Norte de Santander, Cauca, Nariño y Huila.

El tema se torna aun más complejo cuando a los grandes cambios ambientales de tipo global se suman los factores antrópicos pues ya es inocultable que las riberas de los ríos Carraipía y Ranchería en La Guajira están siendo taladas de manera inclemente y sistemática por personas provenientes del interior del país para la obtención y comercialización de carbón vegetal en volúmenes aun no precisados. La ciudadanía no percibe que las autoridades ambientales nacionales y locales estén actuando al respecto.

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Es por ello que los gobiernos de Colombia y Venezuela en la nueva etapa de cooperación que se abre podrían contemplar este proyecto para la población ambos lados de la península. También las grandes empresas privadas que se encuentran en ese territorio y, en general, todos los ciudadanos deberíamos ayudar a pintar La Guajira de verde y de paz. De no hacerlo quizás el desierto alcance muy pronto a Valledupar y se cumpla lo anunciado en la canción vallenata La Profecía.

* Revista Semana 14 de julio de 2008.

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