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Por Gustavo Múnera Bohórquez.
Como más o menos dice un bolero de Miguel Matamoros, triste está la noche, triste está mi corazón. Se trata de un Día del Médico muy doloroso y sin visos de mejorar por la muerte de colegas al frente de la pandemia de COVID-19. Y sin en quién descargar nuestro oficio porque este es altamente especializado desde los niveles de medicina general.
El COVID-19 ha desnudado la hipocresía de un Estado que como el colombiano una cosa piensa y hace otra distinta. Mientras habla de reconocer la labor de nosotros los médicos, nos da con el garrote más grande que tenga a la mano. Inclusive, en asuntos tan triviales como el muy promocionado bono por exposición al COVID-19. El altamente y depurado cínico de Iván Duque habló de entregar a los especialistas que debemos torear el virus de moda un bono de casi 5 millones de pesos, la realidad fue que giraron nada más 2 millones. Y así, supongo, sucedió con las demás personas con similar derecho. Todavía peor, por decisión del responsable de enviar el listado de posibles beneficiarios de dicho bono, fueron excluidos camilleros, la gente de aseo y enfermeras. La hipocresía y la mala como gemelas de un parto distócico (complicado).
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Pero, como permanecer en este frente de batalla con lo invisible y mortal es opcional, carecemos del derecho al arrepentimiento por exponernos nosotros y a arriesgar a nuestras familias a un contagio. Triste, muy triste como los “días en que somos tan lúgubres como el llanto en el pinar”, según dijo el poeta Porfirio Barba Jacob.
Loas y recuerdos eternos para dos de mis amigos muertos al frente de sus deberes médicos, Luis Ramón Padilla y Pedro Bossio. Les pido a sus almas no apurarse en el camino mientras les llego.