Belleza inalcanzable y esquiva

Por Pedro Rosado Ríos – Miembro del taller de creación literaria Relata Guajira.

Nueve de la mañana de cualquier día en Riohacha Guajira, la gente que se encuentra en la plaza Almirante Padilla, mira con sorpresa a una hermosa mujer rubia de ojos azules que camina sin afán con un diminuto vestido de baño y se ubica en la cola de los que van a entrar al cajero automático del banco.

Todos los hombres la observan maravillados y las mujeres la observan también solo que divididas entre admiración y rabia. Ella parece no inmutarse ante las miradas atrevidas, envidiosas, lujuriosas, sorprendidas, temerosas. Como si su belleza la cubriera de un manto protector, ella no escucha piropos ni silbidos. Es inmune al típico “descarada” de las mujeres de por aquí.

El sacerdote de la iglesia la mira anonadado, luego reacciona se santigua y sigue su marcha.

El inválido en su silla de ruedas suelta un llanto antiguo y reprimido.

Dos solteronas de avanzada edad, de las que insisten permanentemente en aclarar “señoritas hasta que Dios quiera”, se levantan y dicen en coro: “el mundo se va a acabar”.

Un político corrupto en permanente búsqueda de un proyecto ficticio para llenar sus arcas personales, se queda mirando a la mujer y sueña con el montaje de una estatua en Riohacha más perfecta que la india Catalina de Cartagena.

Un lector empedernido pierde la página del libro que leía, se confunde entre número de páginas y las hermosas piernas de la mujer.

“Gualila”  arrecostado a la pared del Banco en su flojera de siempre, pega un brinco como nunca en su vida, intenta acostumbrado a escoger nombres de entre marimberos y traquetos para los hombres y de reinas para las mujeres, por vez primera se enreda y no sabe si mencionar a María Mónica Urbina, María Teresa Egurrola o Rosana Redondo.

El difunto “Miloncho” amanecido, con una juma ofensiva, tira por primera vez en su vida un bello y decente piropo romántico que hace voltear a todas las mujeres que pasan por el parque, menos a la bella que permanece inmune al calor y a todo.

El difunto “Rambo”, armado hasta los dientes con sus armas de mentiras. Grita y amenaza a las mujeres que pasan a su lado. —Así deberían andar todas.

Dos policías de los que acostumbran perseguir conductores borrachos para quitarles la tajadita, no encuentran que inventar para pegar a la rubia contra la pared y manosear en busca de lo que sea, a semejante hermosura.

Un lustrabotas del parque ignora que está aplicando color diferente al zapato que lustra, el cliente se levanta e ignora como nunca la calidad del trabajo realizado.

Los maracuchos a apretujados al lado del cajero dejan de pedir monedas fascinados ante tanta belleza.

En la librería cristiana la fotocopiadora espera una orden atrasada por culpa de la rubia.

Un cajero del banco entrega de más dos billetes de cincuenta mil pesos, mientras mira de reojo la belleza femenina.

Un riohachero de cepa se acerca a la vendedora de sábila y en una vieja clave acordada de antemano, pide entre el tumulto de clientes: —Dame algo para un dolor de cabeza que no se me para. La muchacha de la sábila inteligentemente prepara una sábila especial a la que agrega una tapa de “meromacho”.

Quille Redondo viene gritando “familia, familia, familia” y se escucha en un tono diferente “ay manitaaaa”.

Solo nos queda esperar que también pasen los gobernantes y queden tan fascinados ante tanta belleza y que por culpa de la bella mujer al fin hagan las cosa bien.

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