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Por Luis Eduardo Acosta Medina.
“Como cambian los tiempos y solamente queda el recuerdo, como pasan los años y ni siquiera nos damos cuenta”.
Fue en «Diosa Divina», la segunda producción de Los Hermanos López con la voz de Jorge Oñate en 1971, que vino para bien del folclor la canción titulada ‘Los tiempos cambian’ de la autoría de Poncho Zuleta, en la que lamenta el silencioso paso del tiempo y los cambios que se producen, que no todas las veces son para bien, a esa obra musical corresponde el aparte transcrito preliminarmente, la cual vino a mi mente en este momento de reflexión retrospectiva.
Porque el paso del tiempo es inexorable, ha concluido ya la Semana Mayor y nos encontramos ante la primacía de la cruda realidad, con familiares y amigos afectados por el virus que ha puesto a prueba las debilidades y las fortalezas de la ciencia y de toda la humanidad, la indisciplina social hace de las suyas y los servicios funerarios siguen siendo motor de la economía, ahora se tiene el temor colectivo ante lo que solo se sabrá en dos semanas, cuantas criaturas inocentes habrán de enfrentar el contagio, fruto del recochamiento desenfrenado desplegado por tanto irresponsable que considera mas importante el vicio que la razón.
Las preocupaciones de este momento histórico son diferentes a mis tiempos de muchacho, ahora inquieta saber que el sistema de salud está colapsando, se ha declarado la Alerta Roja por disponibilidad crítica en el número de camas UCI. Durante los días santos, la gente ora para que más pronto que tarde suceda lo que pasó con la pandemia de Gripe Española que azotó a La Guajira y al mundo entre 1918 y 1920, que así como apareció desapareció para siempre; en otros tiempos la gente se preocupaba durante toda la semana, pensando que mazamorras se harían durante los días Jueves y Viernes Santos y como se habría de romper la olla el Domingo de Resurrección.
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Recuerdo que “romper la olla” era una tradición arraigada en nuestros pueblos y heredada de los abuelos, era el sacrificio de un animal; chivo, cerdo o gallina para preparar una gran comida que se compartía en familia, y se hacía participes a los vecinos, era esa época cuando la gente le daba a la otra sin cálculos, desinteresadamente y sin esperar contraprestaciones, eran los tiempos, cuando mi abuelo le regalaba leche, carne y verduras a las madres de los huérfanos para dar de comer a sus hijos, de lo cual ya mucha gente no se acuerda porque con la muerte de los viejos se acaban las consideraciones para que reine la ingratitud en nuestros pueblos.
Recuerdo que tradicionalmente mi padre llevaba un chivo que permanecía en el patio durante varios días -y nadie se lo robaba- se le alimentaba con bejucos de melero y agua, preparándolo para ese día que esperábamos ansiosos, así se rompía el ayuno de carne, por respeto a la memoria del hombre grande entre los grandes de su tiempo a quien no querían en su propia tierra, como suele suceder también en los nuevos tiempos, el hijo de Dios, a quien condenaron a muerte por envidia, porque prodigaba amor a los pobres, por defender los derechos de la mujer y devolver con sus manos y su palabra la salud, y la esperanza a quienes la habían perdido.
Si hacemos un análisis de lo que cuentan las santas escrituras que sucedió con Jesús de Nazareth, no esta muy lejos de lo que uno observa en la actualidad en muchos de nuestros pueblos, porque ya destacarse en las artes, en la cultura, en el servicio a los demás, no es fuente de admiración, de respeto y orgullo para sus conciudadanos, sino un motivo para el odio inmerecido, las enemistades gratuitas, la malquerencia de quienes nada bueno aportan a la comunidad, de quienes ven en cada necesidad de los vulnerables una oportunidad para hacer negocios, y lo peor, es que a esos que piensan así, como los sumos sacerdotes, y Pilatos, los elevan a la condición de ídolos y a quienes sacan la cara por sus pueblos, por su gente, por su tierra los crucifican inmisericordemente; gracias a Dios que con lo sucedido con el hijo de María y José, se demostró que la inmortalidad, y el triunfo del bien sobre el mal, no comienzan cuando se alcanza la fortuna por medios innobles, sino cuando la gente buena, es condenada injustamente por la gente mala.
Dios mío, has realidad lo que papá decía, que mientras más oscura esta la noche, más cerca esta de nosotros el amanecer, ampáranos de esta pandemia, y de las cosas malas que hace la gente mala contra la gente buena.