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Periodos del vallenato desde el título de canciones

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.

Parte del mapeo de una manifestación musical implica la periodización, la que se puede hacer desde varias aristas: lo organológico, las líricas, el canto. En esta oportunidad, quiero evidenciar cómo, en la música vallenata además de los anteriores criterios, la titulación que los autores hacen de sus canciones, también cambia de un periodo a otro, lo que lo asocia con cambios generacionales, culturales, sociales, comerciales y hasta de influencias entre géneros musicales.

El vallenato en sus inicios tuvo un periodo del cantor que era un campesino, vaquero, horticultor o aserrador, en el que la práctica musical se hacía cara a cara, motivos locales y bucólicos y el autor era el mismo acordeonero y cantante. Un segundo momento de este mismo periodo, nos ofrece el protagonismo de los “juglares”, llamados así por su errancia. Los títulos de sus canciones solían ser muy explícitos, concretos y breves: “El pleito”, “La carta”, “La despedida”. La mayoría de títulos eran sin afeites: “A puño molío”, “El leñazo”, “La puerca mona”, “El guarapo”. También se solía usar calificativos como “La fregona”, “La celosa”, “La vaciladora”, “La inconforme”.

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El habitus rural y campesino le suministraba referentes y conocimiento del mundo animal que eran muy recurrente como título: “Chucho, marimonda y maco”, “Cuando el tigre está en la cueva”, “El zorro”, “El jerre jerre”, “El toro Tutencame”. Una fórmula retórica muy usada por los autores, fue la del tropo de comparar al hombre con un animal macho depredador y a la mujer con una dócil “palomita” o pollita: “El gavilán de Paraíso”, “El gavilán peligroso”, “Gavilán javao”, “El tigre de Las Marías”, “El zorro majagualero”, “Palomita volantona”, entre otros. Otro rasgo especial, los referentes de las canciones eran concretos. Se solía mencionar tanto el pueblo o ciudad como el nombre propio de la persona a la que se dedicaba o componía un canto “Fonseca”, “No voy a Patillal”, “Riohacha”, “Los tocaimeros”. Si la canción se componía para una mujer, generalmente, el título de la canción llevaba ese nombre. Calixto Ochoa le compuso a “Miriam”, “Martha”, Marily”, “Diana”, “Norfidia”, “Irene”, “Crucita” entre otras. Alejo Durán a “Gloria”, “Vangelina”, “Fidelina”, “Enriqueta”, “Joselina Daza”, “Saturnina”, “Nacira”, “Rosita”, “Clarita”.

Un segundo periodo es de los que podríamos llamar trovadores, se trata del periodo lírico de la canción vallenata que inaugura Gustavo Gutiérrez y tiene en Rosendo Romero, Rafael Manjarréz, Roberto Calderón o Mateo Torres alguno de sus exponentes. Este autor ya era de procedencia rural, pero que vivió en la ciudad, tuvieron estudios superiores, bebieron de la poesía culta. Era un autor que pasaba de cultura oral a la escrita y ya comienzan a escasear los referentes concretos como nombres de personas y lugares. Esa influencia de la lírica occidental, el bolero y la balada, es notoria en títulos como: “Suspiros del alma”, “Canasta de ensueños”, “Sueños de conquistas”, “Beso de luna”, “Delirio”, “El cansancio de poeta”, “Relicario de besos”. Los títulos se complejizan, se tornan más sugerentes, prevalece la imagen y la intención estética. Iván Ovalle llegó a sobrecargar de palabras los títulos: “Cualquier momento es preciso para amar”, “El amor es más grande que yo”. En oposición a la realidad concreta que imperaba en los juglares, ya este autor se refiere a lo abstracto, un ejemplo son algunos títulos de Rafael Manjarréz: “Decisión”, “Indecisión”, “Simulación”, “Mortificación”, “Predestinación”.

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Un tercer momento es el del vallenato urbano y sensiblero, una tendencia muy marcada en los años 90, cuando los autores e intérpretes penetraron el mercado andino con una oferta de canciones de tiempo lento, motivo amoroso, carga de despecho y melodrama. Autores como Omar Geles, Efrén Calderón, Tico Mercado, Antonio Meriño o Wilfran Castillo eran los principales referentes en un tiempo que impuso intérpretes como Los Diablitos, Los Chiches, Los Gigantes, Los inquietos. Ahora la influencia era de la música cortavenas con la imagen de un hombre derrotado y arrodillado, suplicando migajas de amor a una mujer fatal; la salsa erótica con escenas de alcoba, la telenovela rosa y la bachata con su escena de bohemio en cantina. Son comunes títulos que expresan la postración y dolor del autor: “Ven a mí”, “Vuelve”, “No te vayas”, “Qué hago si te pierdo” “No me vuelvas a ilusionar”, “Cómo me tienes”, “No te olvides de mí”, “Sin ti no hay cielo”, “Me dejaste sin nada”, “Tú no tienes alma”, “No he podido ser feliz”, “Qué será de mi”.

El último y actual periodo es el del movimiento conocido como nueva ola. Es un periodo en el que los jóvenes toman el protagonismo del vallenato y le ponen su sello de vértigo, lo bailable, su jerga, su encriptación, recreación y hasta precariedad verbal. Como caso curioso, se volvió a poner de moda los títulos cortos como en el periodo campesino: “El terremoto”, “La gringa”, “La aplanadora”, “El confite”, “El fajón”. De igual forma, se retoman los calificativos para las mujeres: “La espelucá”, “La prepago”, “La leona”, “La musiquera”, “La caimana”, “La mete mono”; “La hombreriega”, “La rumbera”, “La joyita”, “La trabajosa”, “Novelera”. Ya desaparecen los nombres de personas, lugares y los motivos bucólicos ante el afán de homogenización y estandarización de motivos con fines comerciales.

También la tendencia es hacia los títulos que expresen una actitud desdeñosa del autor hacia la mujer: “Chao contigo”, “A zafáte es que voy”, “De tejé”, “Te cancelé”, “Contigo no voy más”, “No me busque más”, “Te corté”, “Ábrete”, “Cancelada de mi vida”, “Piérdete”, “Contigo no vuelvo”, “Despégala”. Se suma a esta la jerga juvenil como motivo para titular canciones; frase de moda, frase que va para el título de una canción: “Vivo en el limbo”, “Se va a formar”, “Hasta más”, “La que me mueve el piso”, “Tú me tramas”, “Estás buena” , “No aguanta”, “Me caíste al pelo”, “Me estoy afilando”, “Me tiene tramao”, “Así es como es que es”, “Coge el mínimo”, “Por ella pierdo el año”, “Barro esa jugada”, “Te empeliculaste”, “Se te fueron las luces”, “El plan B”. Por último, el título puede llegar a un nivel de onomatopeyización como señal de precariedad verbal: “El ring, ring”, “El ples, ples”, “Pin pon pam”, “El birimbindeo”, “El tan tan”, “Zuaca de one”, “El chas chas”.

En el arte, cada generación pone su marca, y esta inicia con la manera de denominar, sucede desde los nombres de las personas hasta de las canciones, una excusa para, en el caso del vallenato, rastrear su permanente construcción a través del tiempo.

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