Crónica de una canción nostálgica como cierre de una semana triste. A la memoria de mis amigos José Iguarán y Manuel Palacio Tiller.
Por Fredy González Zubiría – Investigador cultural.
Idelfonso Ramírez Bula es un hombre auténtico. Orgulloso de su origen campesino. No le interesa desprenderse de su cultura ni de sus tradiciones. El patio de su casa está repleto de gallinas. Algunas encerradas en corral, como cumpliendo un castigo, y otras deambulando y disfrutando de la libertad, como burlándose de la suerte de sus cautivas hermanas.
Eusebia Bula Díaz lo trajo al mundo el 5 de septiembre de 1951, en el barrio El Cafetal, en Villanueva, La Guajira. Su madre, conocida como ‘la Tabacalera’, era una artesana, maestra del arte de envolver tabaco, cuyas hojas compraba por libras a los campesinos de Fonseca. Idelfonso desde los ocho años repartía los cigarros en las tiendas del barrio. Su padre, Rafael Ramírez Gallego, fue jornalero, pasó la vida en el campo arando, cuidando y cosechando.
Su amigo de toda la vida fue Enrique Ramos con quien cursó la primaria en el Liceo Colombia y el bachillerato en el Roque de Alba. Ambos perdieron el tercer año por andar enamorando muchachitas y parrandeando como si el ron se fuera a acabar. Idelfonso descubrió su talento para la composición gracias a Enrique.
El desafío de componer
Una mañana de 1970, cursando quinto de bachillerato, Enrique Ramos se levantó de la cama con la idea de la composición. En el recreo, creído y seguro de sí mismo, convidó a Idelfonso a que escuchar a su primera creación. Se dirigieron a un palo de mango en donde se llevó a cabo la audición. Enrique cantó la primera estrofa. Idelfonso lo escuchó con atención y dijo:
–La letra está bien, pero la música es de La tijera, de Luis Enrique Martínez.– ¿De verdad? –preguntó. –Sí, Enrique, busca el disco y verifícalo.
A los tres días Enrique lo abordó de nuevo:–Ahora sí tengo una bien buena; vamos para que la escuches.
Fueron al árbol de mango otra vez.
–La letra está muy buena, pero la música es de La brasilera, de Rafael Escalona.
–No puede ser –murmuraba Enrique mientras se rascaba la cabeza.
– ¡Ojo! que te pueden poner preso–le advertía Idelfonso para atemorizarlo.
En las siguientes semanas Enrique Ramos creó 15 canciones, todas con música de reconocidas melodías. Idelfonso las tumbaba. Enrique Ramos se dio por vencido. Reconoció que no servía para eso.
En 1972 Idelfonso terminaba su bachillerato y le entró nostalgia por acercarse el final de su vida de colegial llena de juegos, diabluras y enamoramientos. Extrañaría los centros literarios que organizaban los profesores Alfonso Cotes Queruz y Alfonso Parra Paris, y las parrandas que celebraban con José Granados, Enrique Ovalle, Carlos Núñez, Joseito y Enrique Ramos. Por primera vez deseó en serio componer una melodía, pero no podía. Debía trabajar para ayudar a sus viejos.
Una tarde, sus amigos se reunieron a estudiar para los exámenes. Sintió la soledad. Caminó por el pueblo sin rumbo fijo. Llegó a la plaza y se sentó en la escalerilla del Palacio Municipal. Tenía la mirada perdida. Empezó a silbar. Un encantamiento se apoderó de él. Su silbido se convirtió en una melodía. Reaccionó, despertó y la repitió. Los versos que acompañarían la música emergieron dela nada.
Se fue para su casa a escribirla completa. Había nacido su primera canción: Paso a paso. La montó con su grupo de parranda. Y la estrenó en público el día de su grado en el Roque de Alba. A varios de sus compañeros se le aguaron los ojos. El público reventó en gritos y aplausos. El más emocionado era el rector del colegio, el también compositor Antonio Serrano Zúñiga.
En diciembre de 1973, Idelfonso le pidió a Gustavo Bula que se aprendiera una canción suya Paso a paso y se la cantara a Poncho Zuleta en la primera oportunidad. En enero llegaron los Hermanos Zuleta a una parranda donde Julio Orozco en Villanueva. A las horas Gustavo Bula pidió una oportunidad para cantar e interpretó Paso a Paso. Poncho, que estaba entretenido en una conversación, pidió que la repitiera y luego le dijo: –Dígale al autor que vaya mañana a mi casa en Valledupar.
La situación económica de Idelfonso era tan difícil, que debió esperar tres años para poder adquirir una grabadora de las que llegaban de Maicao. Para evitar que sus melodías se le olvidaran, se las cantaba a Erasmo Martínez, Andrés Olivella, Luis García, José Granados y a su primo, el cantante Gustavo Bula. Estos personajes tenían una especial habilidad que les permitía escucharla una sola vez y retenerla hasta por un mes. Eran verdaderas grabadoras humanas.
La sierra de Villanueva estaba poblada por numerosas familias campesinas que sembraban café, malanga y patilla. Solicitaron al departamento crear una escuela para darle oportunidad de estudiar a los niños. Moisés Calderón, Rafael Pompo, Rafael Pinto, y “Che” Moscote, quienes lideraron el proceso, tenían todo listo. Faltaba el profesor. Les ofrecieron el puesto a los bachilleres hijos de finqueros de la zona. Ninguno se interesó. Idelfonso se presentó.
– ¿Tú te vas para allá? –se preguntaron alarmados.
–Sí me voy.
La travesía para llegar a la Escuela Rural Mixta Sierra Montaña era de 7 horas a lomo de mula.
Luto y renacimiento
A los pocos meses falleció su mamá, Eusebia Bula Díaz. Fue el golpe más demoledor que recibió en su vida. Lo deprimió profundamente. Lloró sin recato, sin reservas afloró su dolor, como se debe llorar la ausencia definitiva de la madre. Abandonó el canto y la parranda.
No iba a fiestas ni a lugares donde sonara música. Se aisló. Sus amigos lo convidaban a salir y él se negaba. Le decían que los hombres no guardaban luto y él contestaba: “yo sí”. Se refugió en su novia, Arelis Cuadrado, una joven de 19 años que cursaba quinto de bachillerato en el Roque de Alba. Fue su novia por varios años, hasta que la fama lo alborotó.
En 1974 logra su traslado para el colegio El Gol de Villanueva. Era la tarde del día de las elecciones presidenciales. Se habían cerrado las urnas. Al otro lado, Idelfonso Ramírez Bula, solitario, sentado en la escalerilla de la iglesia, observaba cómo estallaban los voladores en el cielo.
Estaba ido, acongojado. Nuevamente, la nube mágica lo envolvió y lo obligó a silbar. De sus entrañas brotó una melodía. Uno de los paseos con más auténtico sabor campesino que se haya creado en el folclor vallenato. Una conexión entre la vida y la muerte. La derrota de la muerte representada en su madre y el triunfo de la vida manifestada en su novia Arelis. Los versos salieron solos, como si las frases se hubieran ordenados en su alma.
ROSA JARDINERA
Hay grandes penas que hacen llorar a los
hombres (bis).
A mí en la vida me ha tocado de pasarlas.
Fue cuando entonces se enlutaron mis canciones,
hasta llegué a pensar que ya mi fuente se secaba,
pero volvió el compositor que no cantaba,
regando con sus canciones florecitas.
Hoy ya de nuevo se escucha en la madrugada
ese bullicio de un parrandero que grita jue, jue…
Idelfonso no entendía cómo había creado la melodía, sintió que estaba adentro de él y simplemente la expulsó. En ese momento pasaba cerca Julio López Martínez, rector de la normal del vecino pueblo, El Molino. Idelfonso le pidió prestado un lapicero. Tomó un pedazo de cartón que estaba tirado en el suelo y escribió todos los versos y se fue para su casa. Había nacido Rosa jardinera, la canción que inmortalizaría a Idelfonso Ramírez Bula.
El viaje de la musa
La fama le llegó en 1974 cuando apenas había cumplido 23 años. Era un pelao. Los conjuntos se lo llevaban a parrandear. Las jovencitas lo querían conocer, tentar, abrazar. Su personalidad juguetona y bromista hizo el resto. De una novia pasó a tres. Entre ellas Nancy Lago, una adolescente de 17 años que cursaba segundo de bachillerato en la Sagrada Familia. Se enamoró de él. Tuvieron un noviazgo a escondidas que duró un año. Ella lo abandonó cuando se enteró de que había competencia.
Arelis Cuadrado era más paciente. Estaba segura de que Idelfonso regresaría a su lado. En el barrio también fue famosa. Le decían “Rosa jardinera”. Pero las visitas de Idelfonso eran cada vez más distantes. Y las excusas más frecuentes. Le pedía una espera, y a la vez, le aseguraba que se iba a casar con ella.
Arelis viajó para la Paz (Cesar) a visitar una pariente. Al regreso supo que Idelfonso estaba enamorando a una muchacha llamada Flor. No aguantó más. Empacó y se fue para Venezuela. Regresó al año. ¡Sorpresa! Su novio Idelfonso Ramírez Bula se había casado con Flor López. Se encontraron casualmente en una caseta y él intentó recuperarla diciéndole que la necesitaba. Arelis lo rechazó y regresó a Maracaibo.
Idelfonso, navegando en el éxito, no fue consciente de lo que había hecho. Las entrevistas e invitaciones le impidieron ver el daño que le había causado a Arelis Cuadrado. Al tiempo empezó a sentir remordimiento. Reflexionó por primera vez: le había destruido el corazón ilusionándola, no correspondiéndole, no habiendo terminado la relación a tiempo. Se sentía mal.
Una noche lo atrapó el desconsuelo. Embriagado de pena, el fantasma de la creación melancólica lo visitó. Quebrantado, cerró los ojos y empezó a silbar. Liberó un triste y hermoso paseo que grabaron los hermanos Poncho y Emilianito Zuleta en el larga duración Dos Estrellas. Como cosa extraña, no se sabe si por casualidad o por respeto al sentimiento del autor, la canción fue grabada sin saludos, sin comentarios y sin expresiones.
EL RUISEÑOR HERIDO. (Fragmento). Idelfonso Ramírez Bula, grabado por los Hermanos Zuleta.
Cuando supe que muy solo me dejabas,
quise volverme loco en mi tormento.
Yo que siempre fui feliz en mis parrandas,
muy alegre y bullanguero todo el tiempo,
y mis sones te cantaba con el alma,
ahora me encuentro solo y ya muriendo.
Coro
Estoy ni el ruiseñor herido,
con onda tristeza en el pecho.
Qué voy a hacer si todo está perdido,
le di mi amor y recibo desprecio.
Como cosa pasajera fui dejando,
a ver si con el tiempo olvidaría.
En mis noches de reposo te sentía
como si siempre estuvieras a mi lado,
pero al verme abandonado me reía,
al ver que solo te había imaginado.
Coro
Y así me verán afligido
si ya se fue mi compañera.
En otros tiempos ella me daba alivio,
ahora no tengo quién de mí se duela.
La agonía termina el resto de mi vida
y ya se aleja el ruiseñor herido.
En el alma, una melodía sentida
a pesar de que se pierde en el olvido,
pero si tú lo escuchas, negra querida,
sabes que siempre te llevo conmigo.
Adiós digo a mis alegrías
si al fin el dolor no ha cedido.
Miren qué triste realidad la mía:
¡quise vencer y resulté vencido!
Idelfonso Ramírez Bula tuvo con Flor López a Tomás Rafael (McKinly), a Idelfonso Eusedes y a José Roberto, y con Olga Torres Paba, a Ricardo Fabián e Ilde Rafael Ramírez Torres. Actualmente vive con Noralma Ramírez Martínez. Arelis Cuadrado tuvo dos hijos con Ramiro Olivella, Rosa Andreina Olivella, y con Enrique Díaz, a Alexi. Aún sus amigas le dicen “Rosa jardinera”. Los antiguos novios recuperaron su amistad.
El cantor reconoce que gracias a su amigo Enrique Ramos se hizo compositor. Rosa Jardinera se convirtió en un clásico, El Ruiseñor Herido es de esas canciones que cuando empieza a sonar en una parranda, obliga a los presentes a preguntar por la botella.
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