La revolución silenciosa de las mujeres

Por: Cesar Arismendi Morales*.

Para bien de sus habitantes, Colombia ha venido cambiando aceleradamente. La realidad económica y social de los años setenta no es la misma de hoy, muy a pesar de las consecuencias heredadas como resultado del conflicto interno, reflejo de las injusticias, la pobreza, la mala distribución de la propiedad rural y la concentración de la riqueza en pocas manos.

Si se evalúan las diferentes dimensiones del desarrollo social como la demografía, la educación, el incremento de la clase media y el desempeño laboral, el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas se hace evidente con las cifras actuales. A través de ellas se pueden determinar y comprobar los cambios contundentes que como sociedad se han logrado producto del esfuerzo de las mujeres.

En medio de la violencia intrafamiliar que las agobian, las mujeres han venido dando importantes saltos cualitativos. Mientras que los hombres persisten en el modelo del maltrato tolerado, muy pocas veces denunciado y visibilizados en los medios de comunicación, ellas en su silenciosa resistencia, han venido produciendo impactos que la sociedad aún no alcanza a reconocer y comprender suficientemente.

En los últimos cincuenta años el empuje de las mujeres se muestra en múltiples niveles, y a través de una revolución callada han logrado efectivas transformaciones en la educación, la demografía, en el mercado laboral colombiano y de sus regiones. Aunque hay mucho por hacer y brechas que reducir en torno de la igualdad de género, la autodeterminación y capacidad de empoderamiento.

Con las proyecciones establecidas por el DANE con base en el Censo del 2005, la revolución de las mujeres es tan significativa, que en el grupo edáfico entre 15 y 24 años, ellas presentan mayores niveles de escolaridad que los hombres. Mantienen un promedio de nueve años de escolaridad, mientras que los hombres se han venido rezagando con ocho años y se pronostica que la brecha se incrementará a favor de las mujeres en los años venideros, caracterizados por los cambios tecnológicos y la masificación de la educación virtual. En ese mismo rango de edad, existen más hombres analfabetos que mujeres. El 2.9% de ellos presentan esta condición, mientras que el 1.8% de las mujeres se clasifican como tales.

De acuerdo a las investigaciones y proyecciones realizadas en los ochenta por Harold Banguero, profesor que se encontraba adscrito al Centro de Estudio de Desarrollo Económico de La Universidad de Los Andes, con la tendencia de la tasa de fecundidad de 6.8% existente entre 1960 y 1965, Colombia actualmente estaría cercana a los 60 millones de habitantes.

Los resultados preliminares del Censo del 2018, revelan que los colombianos somos un poco más de 48 millones. Esta nueva realidad es significativa, ya que fueron las mujeres las que se encargaron de torcerle el cuello a las tendencias demográficas por encima de las concepciones cristianas y a las conductas propias de la ruralidad colombiana. Con su trabajo y esfuerzo, las mujeres han situado la tasa total de fecundidad en el 2018 en un promedio de 1,82 hijos percápita.

Ha llamado la atención de los demógrafos los cambios en las tendencias. La reducción sostenida de la fecundidad es el cambio más contundente que ha venido caracterizando la transición demográfica vivida por el país, no solo por sus consecuencias sobre el desarrollo económico, sino también por su incidencia en la transformación de la estructura por edad y los efectos en la tasa de fecundidad por edades que viene en franca disminución.

Igual ha sucedido con el empleo. La participación del género femenino se hace presente de manera vertiginosa en la tasa de participación laboral del país. Del 30% en la década de los años setenta ha pasado al 58% al iniciar el siglo XXI y ha venido subiendo en los últimos años, aunque se reconoce la existencia de un techo de cristal que obstaculiza la igualdad de la remuneración y oportunidades entre los hombres y las mujeres, diferencia que también se presenta cuando se trata de garantizar los derechos humanos de las mujeres.

Pero el salto más grande está en proceso y todos debemos esperarlo. Amartya Sen lo denomina la “agencia”, es decir que las voces de las mujeres, en especial, las que hacen parte de los grupos étnicos y afrocolombianas, se noten fuertes y altivas en los espacios privados y públicos, que les permitan de manera definitiva participar activamente al interior de la unidad familiar y en la sociedad.

Es por ello que en La Guajira ya es hora de superar las concepciones sobre las mujeres como amas de casa o solo vientres para la reproducción física y generacional de hijos. Asumir que a las mujeres no se le levanta la mano, ni la voz. Que las niñas, amigas, novias, esposas o amantes no siempre van de la cocina a la plancha. Comprender que las mujeres desean decidir directamente en sus lógicas y deseos, tener responsabilidades en condiciones de igualdad, contar con un empleo y salir de la indignidad que imponen la informalidad laboral y la esclavitud del hogar. Escuchar y entender cuando ellas dicen NO.

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